ONCE. HACIA EL ABISMO

23 7 1
                                    

Y ahí estaba de nuevo, haciendo un gran esfuerzo por abrir los ojos e intentando adivinar donde mierda me encontraba. Una cama pequeña y todo a mi alrededor de un color completamente blanco. Estoy en un hospital. Ese inconfundible olor a muerte y desinfectante. No recuerdo por que diablos estoy ahí pero eso casi nunca es importante. Mi preocupación es siempre la misma: salir de donde me encuentre y acudir al bar más cercano. Casi no puedo moverme así que será una ardua labor. Estoy más preocupado que antes. Debe estar por amanecer, puedo ver pequeños rayos de luz atravesando la ventana. Tengo algunas agujas conectadas a mis brazos. No sé qué hacer o qué pensar de todo esto. Antes de que siga buscando más respuestas inútiles, escucho pasos que se acercan. La puerta se abre y una enfermera entra sonriendo.
- ¿Cómo se encuentra señor Rader?
No respondo. La mujer es linda y solo admiro su cuerpo envuelto en ese uniforme blanco. Me examina con su mirada y sigue sonriendo lo cual me resulta extraño.
- ¿Qué tipo de hospital es este? - pregunto sin dejar de mirarla.
- ¿Cómo dice? - responde confundida.
- Ya sabe, es un hospital hospital o es alguna clase de manicomio.
- ¿Un manicomio? - al parecer solo sabe responder a mis preguntas con más preguntas.
- No sería la primera vez. ¿Dónde estoy?
- Se encuentra en el hospital general de Stonked.
Supongo que es un alivio escuchar eso. He despertado en lugares peores.
- Bien, y dígame, ¿qué demonios hago aquí?
- Su mente está más deteriorada de lo que imaginamos. ¿En serio no recuerda nada?
- Recuerdo muchas botellas. ¿Usted que tanto recuerda?
- Recuerdo una patrulla trayéndole aquí.
- Cada vez recuerdo menos.
- Bueno, al parecer fue arrestado intoxicado en algún lugar cerca de aquí. Lo llevaban a la comisaría cuando empezó a vomitar sangre.
- Tampoco querría a alguien muerto en mi auto.
- Los policías son buenas personas.
- Quizá sólo querían evitar el papeleo.
- Le salvaron la vida.
- No tengo idea de por qué me querrían vivo.
- Logramos estabilizarlo en emergencias. Cuando por fin reaccionó pidió más alcohol.
- Un hombre debe tener prioridades.
- Luego me pidió matrimonio.
- ¿Y aceptó?
- No. ¿Se siente mejor? El doctor dijo que permanecería aquí 24 horas más hasta estar seguro de qué es lo que padece. Al parecer su hígado no está nada bien.
- No sabe cuánto me duele escuchar eso. ¿Porqué no aceptó?
- ¿Escuchó lo que le dije sobre su estado?.
- Si. Bueno, no es que no me importe, es solo que ya lo veía venir.
- Va a tener que dejar de beber.
- Por favor, ni siquiera aceptó casarse conmigo, no puede ponerme reglas.
- Debería empezar a tomar esto en serio. ¿Acaso es que quiere morir?
- ¿Acaso tengo elección?
- Creo que podemos dejar su hígado a un lado por un momento. Su salud mental me preocupa más.
- ¡Genial! Hígado y cerebro al carajo.
- ¿Sufre depresión?
- La vida es triste.
- ¿Ha intentado suicidarse?
- No. Soy muy bueno en todo lo que hago, no me hubiese permitido fallar.
La enfermera continuaba observándome, examinándome con esos grandiosos ojos azules. Seguía sonriendo pero ahora su semblante reflejaba preocupación. Saco una jeringa y procedió a inyectar un líquido extraño en mi suero. Supongo que eran calmantes ya que casi de inmediato caí dormido. Cuando desperté seguía en esa cama pero tenía la seguridad de que me habían movido de ahí. Un doctor que entró posteriormente me lo confirmó. Me habían llevado a un laboratorio y habían hecho algo así como una biopsia. El doctor me relataba paso a paso lo ocurrido. Yo casi no prestaba atención. Dijo que en unas horas más podría marcharme, que no tenía idea de cuán suertudo era. Qué tenía tanto alcohol en el organismo como para embriagar a toda la ciudad y que sin embargo aún no había rastro de cirrosis. Un hígado fuerte. Por alguna razón en su rostro podía notar decepción. Quizá era mi imaginación o quién sabe. No puedo decir que sea muy encantador. Se marchó diciendo que intente recapacitar sobre mi vida, que esa suerte no duraría por siempre. Que quizá aún no esté por morir pero que ya di el primer paso, el primer paso hacia el abismo. Recapacité sobre mi vida y lo único que concluí es que tal vez seguir vivo no sea para nada una suerte. Continúe recostado mirando al techo, contando los minutos para largarme. Comencé a pensar más sobre eso de recapacitar, sobre cambiar todo y llevar una mejor vida, llevar un mejor camino que me dé una mejor vida. Pero, ¿para qué? No tengo mucho por lo que vivir. Esa sensación de despertar y no querer salir de la cama por la simple razón de que no hay nada que me motive a hacerlo. Recordé cuando era niño y en diciembre anhelaba con todas mis fuerzas que llegara navidad, desde el primero de diciembre despertaba emocionado contando cada minuto para volver a dormir y volver a despertar y volver a hacer lo mismo hasta que llegara el tan ansiado día. Ocurría lo mismo en ciertas fechas. Esa emoción, esa ansiedad. Hace muchos años que no he sentido eso, y lo que es peor, hace tantos años que casi ya no he sentido nada. Cada día solo despierto para ser golpeado en la cara por la monotonía, por la basura en la que se ha convertido todo. Un trastorno disociativo de la realidad, como lo llamaría mi psiquiatra. La vida mostrándose tal y como es: cruda, cruel y estúpida, como lo llamaría yo.
- Hola. ¿Estas despierto? - la enfermera volvió. Sonriendo y poniendo un papel sobre la mesa que estaba a mi lado.
- Si. - respondí secamente borrando los pensamientos que tenía.
- Es la receta que deberá tomar los próximos días. El doctor Rellik olvidó dársela. Antes de que se marches pase por la farmacia recogiendo los medicamentos. Solo deberá entregar esta receta.
- Gracias.
- Resultó que no está tan mal pero parece que lo hubiera deseado.
- No lo sé. Vivir, morir, que más da.
- Leí su historial clínico. Me tomé la libertad de recomendarle al doctor que también agregue los antipsicóticos con los que le trata su psiquiatra. Quizá le ayude a cambiar esa opinión que tiene de la vida.
- No lo han hecho en 8 años, ¿porqué funcionarían ahora?
- Otra vez ese pesimismo. Deje de sentirse mal y empiece a valorar y aprovechar lo que tiene.
- ¿Aún si lo único que tienes son unas voces de mierda en tu cabeza?
- Aún así. Estar loco no debe ser motivo para estar triste.

 La coherencia de la estupidezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora