DOS. ELLA, HISTERIAS Y LOCURAS

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- Hola, es un gusto volver a verte.
¿Qué hago en un psiquiátrico?, es una buena pregunta. Sabes, es un buen lugar. Los doctores y enfermeras son muy buenas personas, nunca nos molestan ni nos golpean, de hecho nos dejan caminar por los alrededores sin problema. Eso fue algo que al principio que impresionó de este lugar, todos caminaban por los patios y edificios del hospital sin ninguna restricción, nunca han existido problemas, nunca nadie se ha escapado ni intentado hacerlo, es extraño. A las ocho de la noche suena una alarma y todos, absolutamente todos, entran en silencio a sus respectivas habitaciones. Hay una... me es imposible describir o explicar lo que sucede en este sitio, es como si todos disfrutarán de estar aquí, como si nadie quisiera irse de aquí. Claro hay un excepción, aunque en sí no lo es como tal, en el último piso del edificio B hay seis habitaciones de las que nunca sale nadie, no sé si les es prohibido o ellos no quieren salir, el hecho es que nunca lo hacen. No los conozco, nunca los he visto pero es cierto que están ahí, un doctor me lo confirmó pero no me dijo la razón de su aislamiento, es lo único raro de este lugar.
- ¿Tienes un cigarrillo?
No hay problema si fumamos aquí, es muy común entre los pacientes. Un día incluso fue Joe, un enfermero, quien me trajo un paquete de cigarrillos, después de esa ocasión hicimos un trato, me traería una caja cada lunes a cambio de algunas de mis pastillas, no se que hace con ellas pero no me importa mucho la verdad. Por mi todo está bien.
- Gracias.
¿Cómo llegue aquí?, fue gracioso la verdad. Estaba un poco ebrio, y no sé porque caminé hasta este lugar. Cuando llegué encontré a un doctor en la puerta de entrada, él se acercó a mí y me preguntó que buscaba, yo le dije que unas voces en mi cabeza me guiaban y las había estado siguiendo todo el día, que robé una botella de whisky, golpeé a mi psiquiatra y me senté en una banca del parque a gritar que todos eran unos imbéciles. Me reí mucho mientras le contaba todo esto. Pero él no se rió para nada, ni una sonrisa. Me dijo amablemente que lo acompañara hasta su oficina, yo le seguí. Aquí es donde se tornó todo complicado. Llegaron dos enfermeras y se sentaron a mi lado mirándome muy cuidadosamente, el doctor entonces me dijo que debía darle mis datos y explicarle bien todo lo que había hecho; ya llegado a este punto entenderás que fue en vano todo intento por convencerle que era mentira, que estaba jugando, él me explico que por ley debía retenerme en el hospital por al menos 48 horas hasta comprobar que no represente un peligro para mí o para alguien más. "En la que me metí", pensé, el doctor me pidió también algún dato sobre el médico que me trataba, yo entonces se lo di, tenía la esperanza de que él me sacara de esta, pero no fue así. No sé sobre la conversación que tuvieron por teléfono pero al final ya habían tramitado todo para que pasara un mes en el hospital mientras me realizaban más estudios. Bueno, sabía bien que tengo una enfermedad, pero también sé muy bien que no es para tanto, es un simple trastorno del sueño. Una especie de insomnio y alucinaciones. Tengo ya esto por dos años, nunca me ha afectado en lo más mínimo en mi vida diaria, no sé porque derrepente llegó hasta esto. Creo que quizá es una broma de mi psiquiatra, tal vez una venganza por la vez que vomité ebrio en su oficina. No sé pero me sigue pareciendo gracioso. Me gusta este lugar. Me dieron una bata del hospital, un paquete de cepillo y pasta dental y me asignaron una habitación en el tercer piso del edificio B. Lo compartía con tres pacientes más, dos mujeres y un hombre, pero con el tiempo solo quedamos dos. Una de las chicas se suicidó a la semana de que yo llegué, y el chico se fue por que su familia se lo llevó a otro hospital ya que se mudaban de ciudad. La última chica que quedó era, al principio, muy extraña y callada, nunca hablaba ni conmigo ni con los doctores, se pasaba horas y horas mirando una ventana.
- Aún faltan tres horas para las ocho, si quieres puedes quedarte un tiempo más Victoria. No recibo muchas visitas, la soledad me está comiendo el alma en estas últimas semanas.
Bueno, te estaba hablando de esa chica, era muy rara pero cambio de pronto y todo resultó mejor. Ella era muy hermosa, aún con sus ojeras y su piel tan pálida; tenía el cabello un poco largo, no demasiado, era de un color azul un tanto triste pero espléndido; sus ojos eran cafés, hermosos y profundos, de esos que parece que te miran hasta el alma; tenía una belleza imposible de describir, no era como esas mujeres de revistas o de las películas que tanto te gustan, era una belleza increíble y a la vez real, tan viva que la podías sentir latir. Me cautivó desde un inicio pero nunca hablé con ella hasta que un día cuando entré a la habitación, vi un montón de hojas regadas por el piso, llenas de rayas y garabatos indescifrables, me acerque a ella y vi que era uno de mis libros el que estaba destrozando. La detuve y ella solo me miró y me dijo: "Tardaste mucho en llegar", me quedé un poco sorprendido pero al verla sentí algo extraño y solo reí. Ella se levantó y me tomó de la mano y me llevó hasta la ventana. Me dijo que mirara cuidadosamente a un árbol que estaba en mitad del patio. Lo hice por cinco minutos pero no distinguí nada fuera de lo común. Entonces ella me preguntó mi nombre, le respondí, luego le pregunté el suyo, pero ella solo dijo:"cualquiera, el que más te guste". Fue así como la conocí, y se podría decir, como me enamoré de esa mujer. Cada día la llamaba por un nombre diferente, a veces era Laura, otras Lucía, Emily, Jazmín, Ana, Clementine, Scarlett, Ramona, Mary, Ángela, siempre uno diferente, todo el tiempo era una fantasía para nosotros. Ella no parecía estar loca, al menos no tanto, aunque ciertamente nadie aquí parecía estarlo. Siempre que le preguntaba cómo llegó aquí me contaba una historia distinta, llena de fantasía y realidad, todas eran imposibles y todas eran reales. Creamos nuestro propio mundo. Decía que le gustaba la poesía por que su madre, desde muy pequeña, le leía poemas de Neruda, Bécquer y Rimbaud, y así ella llegó a odiar tanto la poesía que la ama sin mesura, aunque no sé si sea verdad, aunque qué importa.
Caminábamos todas las mañanas por los patios del hospital, fumábamos, reíamos, imaginábamos un millón de cosas que podríamos hacer si fuéramos otra persona, ella era una mujer increíble. Tenía tres tatuajes, una mariposa en su tobillo izquierdo que reflejaba su libertad, una estrella en su cuello que era su guía espiritual, y una rosa en su pie derecho que era su recuerdo más preciado. Nunca supe de que se trataba pero solía verla observándola por largo tiempo. Cuando íbamos al comedor y nos daban nuestras pastillas en un vaso pequeño de plástico, ella escondía siempre las rojas carmín, y solo tomaba las azules, cuando le pregunté la razón dijo que las coleccionaba para una ocasión especial. Nunca pregunté nada más al respecto.
¿Y dónde está ella ahora?, pues muerta, se suicidó hace tres semanas. Aquí las cosas son así, no hay ni la más mínima sospecha de que alguien lo va a hacer, lo vez un día feliz riendo, corriendo alegre por todo el hospital, y al siguiente solo encuentras su cuerpo muerto sobre su cama. Con ella fue un poco diferente, estuve con ella la noche que lo hizo. Estábamos conversando y ella estaba contándome otra de sus grandes historias de mágicas realidades, esta vez ella había estado casada pero mató a su marido y lo llenó de mermelada esperando a que las hormigas se deshicieran del cuerpo, pero el fantasma de él empezó a perseguirla y la obligó a poner una bomba en una caravana del alcalde de la ciudad, entonces la policía la detuvo y la envío a este lugar. Fue muy buena la historia. Mientras reíamos no se que me ocurrió exactamente, pero al verla así bajo la luz de la luna que atravesaba la ventana e iluminaba su precioso rostro, sentí que mi corazón iba a estallar. Me acerque a ella y le dije que la amaba. Ella me miró y solo dijo: estás loco, estamos locos. Luego volvió a reír y me abrazo. Sentir su calor, su aroma fue alucinante. Antes de que me soltase, la tomé de la mano y la besé, ella correspondió y nos fundimos en un beso lleno de pasión y locura transformada en su aliento mezclado con el mío. Luego ella se levantó y dijo que quería dormir, no pude objetar nada.
Pasadas unas horas ella vino hasta mi cama y me besó, luego se apartó hasta sentarse en el suelo a lado de la ventana. Fui hasta ella. Me senté enfrente. Me miró y sonrió, luego preguntó:
- ¿Conoces la muerte?
- No muy bien- respondí
-¿Quieres verla?
Quedé extrañado y no lo niego muy asustado. Ella saco de una bolsa de papel que tenía en las manos docenas de pastillas rojas carmín. Intenté decir algo pero me detuvo. Empezó a cantar una canción que nunca había escuchado, mientras reunía todas las pastillas en su mano.
- Si me amas no llames a un doctor, no llames a nadie, no intentes detenerme, no digas nada, no llores, no grites.- dijo con la voz entrecortada.
Me quedé en silencio.
Silencio.
Nada más.
Me acerque a ella y la besé, ella sonrió y se metió cuantas pastillas cabieron en su boca. Volvió a sonreír y se recostó en el suelo.
Se veía tan feliz.
Me acosté a su lado.
Por primera vez en mucho tiempo pude conciliar el sueño.
Cuando desperté habían varios doctores en la habitación, quizá creyeron que yo también había muerto pues cuando me levanté gritaron todos.
Preguntaron qué pasó. Respondí que la muerte, o tal vez la vida.
Una enfermera llegó y me tomó del brazo. Me llevó a otra habitación. Encendí un cigarrillo y sonreí, no podía llorar, yo la amaba.
- Claro que estoy bien, no te preocupes tanto por mi. Ya pasó mi tiempo aquí pero el doctor me recomendó que me quedara un mes más, yo estaba de acuerdo. Ahora ya solo me quedan dos semanas y me iré, me gusta este lugar pero debo irme, hay cosas que debo hacer, luego podré disfrutar más de este hermoso sitio.
¿Qué si pienso regresar?
Es un hecho que sí.
¿Qué si estoy loco?
Por supuesto, claro que sí.
¿Pastillas?
Dos por favor, rojas carmín.

 La coherencia de la estupidezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora