Nancy
Cruzo la calle tranquila, no hay tránsito, al llegar a la vereda se oyen gritos, así que alzo la vista, la gente corre despavorida. No me da tiempo a reaccionar cuando recibo un golpe fuerte en mi pecho, despacio lo miro, entonces me doy cuenta que he recibido un disparo. La sangre brota justo de allí.
—Genial, ya me morí —Caigo desplomada en el suelo.
Al despertar veo un montón de enanos rojos con cuernitos correteando por todas partes, así que me levanto del suelo.
—¿Alguien vio mi mochila? —pregunto sin asombrarme de los gritos ni el lugar extraño y lleno de fuego que hay a mi alrededor.
Todos se quedan quietos mirándome extrañados, no es para menos, siempre he parecido rara ante las personas que conozco, aunque no es algo que me afecte, soy una persona muy neutral.
«Demasiado». Diría mi mamá.
Los hombrecitos rojos me llevan con su líder y empiezo a darme cuenta que estoy en el infierno. Ya saben, ese lugar que te hablan cuando eres pequeño, para asustarte y decirte que no te portes mal, porque irás justo allí.
El demonio, que en realidad solo parece un chico de mi edad, que tiene sueño, usa lentes y tiene un chupetín en su cabello pelirrojo, para nada parecido al monstruo que cuentan en las películas de terror, este mismo demonio, me hace una serie de preguntas, luego se va a dormir sin importarle nada más.
Como sea, ¿y ahora qué? Al parecer no saben si pertenezco al cielo o al infierno, porque no descubrieron si soy buena o mala. La verdad es, que yo tampoco lo sé, nunca me lo he preguntado.
Cuando el demonio, el tal Lucy, despierta de su larga siesta, veo que sale de su cuarto, ya no tiene sus lentes y da un gran bostezo.
—Te olvidaste la camisa —le aclaro mientras me como una manzana de la canasta y estoy sentada en lo que al parecer es su trono.
Se queda mirándome sorprendido.
—¡¿Sigues aquí?! —exclama impactado.
—No sé de qué te asombras —Mastico la fruta —, tú dijiste que te encargarías.
—¡No te comas el fruto prohibido, es mío! —se queja.
—Lo siento —Lo dejo.
—No te disculpes, tenía ya una excusa para tirarte al fuego del infierno y me ahorrarías trabajo.
—Soy educada —respondo tranquila —. Aunque nunca sabrás si realmente lo lamenté o no, ni yo sé eso, es más, ya lo olvidé.
—Eres el ser más raro que he visto en toda mi existencia luego del Big Bang, lo admito, en esa época conocí tipos muy raros —Agarra el chupetín de la cabeza y lo chupa, luego lo vuelve a poner allí —¡Rojito! —llama a uno de esos demonios enanos —¿Dónde está mi ropa?
—Ah la limpié —contesta al traerla—. Huele a rosas y gritos —Se abraza a la tela.
—¡Sáquese! —Se la arrebata y se pone la camisa —Que horror —opina y luego me mira —, y tú salte de ahí —me reprende entonces dejo se estar sentada en su trono y me acerco hasta él —¿Qué hacemos con ella?
El enano rojo levanta un dedo.
—Podemos enviarla a la casa de huéspedes de los Sangre Pura, ya sabe, ellos se mueren y esperan a que los revivan, siempre hay habitaciones disponibles.
—Sí, supongo, se encuentra aquí al lado pero... —Lucy se pone una mano en la barbilla estando pensativo.
Lo interrumpo.
—¿Me van a enviar con un montón de chupasangres?
—¿Conoces sobre la existencia de seres sobrenaturales?
—Un poco.
—¡Quizás no es humana y nos quiere engañar a todos! —chilla el demonio enano.
El alto se ríe.
—¿Dónde la ves distinta?
—No sé, yo solo digo —Mueve sus pequeños hombros.
Frunzo el ceño.
—Soy humana, no digan estupideces ¿Qué no saben que en el mundo de los vivos se declaró la existencia de monstruos?
Lucy alza su dedo índice.
—Seres sobrenaturales, querida —me corrige.
—Como sea, estaré por aquí —Me giro para irme pero me detiene agarrando mi mano.
—No puedes ir de lo más campante por mi castillo como si fuera tu casa.
—Ustedes me trajeron, así que no es mi culpa.
—¡Tampoco la mía! Se supone que antes de llegar aquí pasas por un dispositivo que me da tu documentación para enviarte a donde perteneces —Me suelta, chasquea los dedos y en un humo rojo trae otra vez esos papeles, se pone los lentes —¡Pero esto está vacío! ¡¿Así cómo se puede trabajar?! —se queja.
—Sigue sin ser mi culpa.
—¿Y qué hago contigo? No puedo enviarte arriba sin puntaje bueno y no puedo elegirte un infierno para ti, porque no sé tu puntaje malo. Nunca había encontrado tanta irregularidad en el dispositivo.
—Bueno, nunca lo vamos a saber, de algo en lo que estoy muy segura, es que soy una persona bastante neutral, así que olvídalo.
—No, yo ya sé lo qué está pasando aquí.
—Ah, ¿sí? —Alzo una ceja.
De repente se me acerca, entonces retrocedo, mi espalda choca contra una de las columnas, apoya una mano sobre el concreto, arriba de mi cabeza, ya que él es muy alto, se inclina hasta mi cara, entonces siento su respiración, su rostro está tan aproximado que logra que me sonroje.
—La verdad es...
—¿Sí? —Cuanto suspenso.
Se aleja y levanta el puño.
—¡Que es culpa de Vidavirix!
—¿Qué? —Alzo una ceja —¿De quién estás hablando? ¿Te volviste loco?
—Soy el rey del infierno y sé cuando esto es ficción y cuando no, de hecho estoy casi seguro de que una lectora o lector, quién sabe aquí no hacemos distinción entre géneros, esa persona se está riendo en este mismo instante, o al menos tiene una sonrisa pegada en el rostro —Le guiña a no se quién y de gira para irse —. Así que ya sabes, esto es culpa de Vidavirix.
—Sigo sin entender —Bufo y se detiene.
—¡Cúlpala a ella, no quiere hacer mi libro, adiós! —Hace aparecer sus alas negras y se va volando.
—¡¿Qué rayos fue todo eso?! —grito impactada y confundida.
El pequeño demonio rojo camina hasta mí y sugiere algo tímido.
—Creo que quiso romper la cuarta pared.
Eso no me ayuda en nada.
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Relatos Restauración
ParanormaleLas mariposas tenían que salir a volar. Por Viviana Valeria V.