EL LIBRO QUE CONTABA HISTORIAS
Autora: Clumsykitty
Fandom: Marvel/AU
Parejas: Stony
Derechos: a respirar todavía es gratis
Advertencias: una historia grotesca con elementos de suspenso y algo de horror para estas fechas tenebrosas. Inspirado en "Historias de miedo para contar en la oscuridad" y "Warlock". Sufrimiento mil, como es costumbre.
Gracias por leerme.
***
ANTONIO STELLA.
En alguna parte de Normandía.
1138 d.C.
—Lo tenemos, milord.
Sir Steven asintió, tomando aire con una mano viajando aprisa hacia el rosario de plata y oro que colgaba de su pecho, un obsequio de su Santidad y su amuleto de protección en su cruzada para capturar a ese hombre cuyo nombre hacía que todos se santiguaran, cayendo de rodillas orando al Señor Padre Nuestro temblando de pies a cabeza. Un brujo. No solo era un brujo que cazadores habían tratado de capturar como quien busca el mayor tesoro en lingotes de oro, se trataba del más temido de todos ellos, ese que se presumía conocía todos los secretos de la alquimia pagana por su pacto con el Diablo que le había dado un libro que el santo caballero buscaba también. Con su armadura recién pulida sobre su cota de malla y su espada sujetándola por el mango colgando de su grueso cinto, el rubio se quitó el yelmo, dejando ver sus largos cabellos dorados igual que su barba y ojos azules de expresión dura. Dejó su escudo con una estrella tachonada en su centro a su escudero antes de entrar a la celda de altos techos solo.
—Sin importad que escuchéis, jamás entrad a intentar rescatarme —ordenó a sus fieles caballeros quienes juntaron sus manos en oración.
—Dios os proteja, Sir Rogers.
Cerró la pequeña puerta de madera que le hizo agacharse, murmurando un rápido Padre Nuestro antes de volverse sobre sus talones, mirando todas esas cadenas talladas a mano en sus eslabones con los salmos de Salomón para contener semejante maldad colgando en el centro de la celda con brazos y piernas en una posición incómoda que le impidiera mover dedo alguno o hacer un movimiento para crear un hechizo. Sir Steven Rogers había aprendido esa lección a costa de las vidas de sus hombres. El hombre, si es que podía llamársele así, vestía unas ropas negras igual que sus cabellos enmarañados por el trajín de su traslado desde aquella fortaleza donde le habían capturado hasta la torre de la iglesia que ahora le atrapaba con el poder de Dios. Una trenza caía por un hombro, casi a punto de deshacerse, apenas balanceándose cuando el brujo levantó su cabeza para verle con esos malditos ojos azul claro que brillaban de manera sobrenatural.
—Ah, la mano derecha de Su Santidad.
—Se acabó, Antonio —el caballero le llamó por su nombre de hombre— ¿Dónde está el libro?
—Os gustaba jugar a los acertijos, ¿qué os ha sucedido? ¿La muerte de vuestra doncella os robó el interés por las charlas inteligentes?
—Hablad, brujo y vuestra muerte será menos dolorosa.
Antonio, el Mercader de la Muerte, se carcajeó como si no estuviera con brazos y piernas colgando de una manera que un solo tirón de una cadena lo desmembraría.
—Buscáis lo que ya no existe, Sir Steven.
—Mentís, os gusta eso.
—No, vos que sois el corderito de Roma siempre obediente, aunque os hayáis quedado viudo es quien se rehúsa a escuchar. Mi libro ya no está aquí.
—¿Dónde está?
—Mmm —el brujo se meció, mirando ese alto techo abovedado— ¿Sabéis cuál es vuestro más grande pecado?
—Basta.
—Pecáis de vanidosos, os gusta ser el protagonista que tiene tanta adoración como el dios que veneráis en esos falsos templos.
—Puedo haceros sufrir, Antonio. Y me complacerá.
Este miró fijamente al caballero, serio. —¿Qué os ha hecho pensar que tal cosa no me brindaría placer?
—¿Dónde está el libro?
—Os confieso, había pensado que terminaría preso entre feos tablones de madera con aroma a orines de crío. Sin duda os habéis esmerado en atarme entre hierro puro.
Steven sacó su espada, de hoja reluciente y larga cuya punta alzó al cielo.
—¿Dónde está el libro, Antonio?
—Tengo curiosidad, pensáis matarme. ¿Y luego? Para castigarme ciertamente tenéis que enviarme con vuestro Santo Padre en los Cielos porque si me matáis así nada más mi alma inmortal caminará alegremente de vuelta a casa. Mi propio padre me recibiría de brazos abiertos, Sir Rogers.
—¡Blasfemo! ¡Confiesa!
—Oh, el caballero santo, célibe como ingenuo me pide confesar.
—Sentiréis el filo de esta espada en vuestro cuerpo, pero no moriréis.
—Eso es tan cierto como que este hierro ahora es parte de mí —Antonio miró las cadenas y sonrió al rubio— Ahora, si me disculpáis...
El caballero jadeó al ver como el brujo tiró de las cadenas a sabiendas de lo que sucedería con su cuerpo que fue destrozado cuando forzó los grilletes, obligando al mecanismo a moverse. Trozos del brujo cayeron sobre el suelo de piedra, llenando de sangre las cadenas y grilletes. Steven corrió a una esquina a vomitar ante el espectáculo de la cabeza rodando al caer con la sonrisa congelada de aquel monstruo antes de que las cadenas cayeran sobre esta, aplastándola por el peso. Hierro puro. Quizá la amenaza había muerto, más el rubio sabía en su corazón que algo estaba muy mal porque Antonio jamás había hecho algo así a menos que supiera cómo volver. Los gritos afuera le hicieron salir de la celda para atestiguar un espectáculo que dejaría al caballero sin habla.
Todo el pequeño pueblo alrededor de la iglesia se convulsionaba en el suelo, echando espuma de sangre por la boca, sangrando de oídos y ojos con sus manos retorciéndose por el dolor. Incluyendo sus nobles caballeros. Hasta los caballos, vacas, perros estaban muriendo de esa manera bajo un cielo gris oscuro que súbitamente había cubierto un cálido sol de mediodía. Steven lo supo, la muerte del brujo contenía tanto poder y maldad que arrasaba con la vida cercana a su sangre maldita. Rápidamente, tomó una antorcha para volver a la celda y prenderle fuego, esperando con ello salvar a unos cuantos. Como sucedía con todos los adoradores del Diablo, la sangre de Antonio ardió cual brea fresca, elevando las llamas hasta el techo de madera que no resistió el fuego. La torre cayó, sepultando la celda bajo cientos de bloques de piedra y vigas quemándose hasta formar una columna de humo negro que se perdió en el cielo cuyas nubes dejaron caer una lluvia fría.
El pueblo estaba muerto.
—¡MALDITO SEAS, ANTONIO STELLA!
Con rabia, Steven lanzó su espada hacia las ruinas, como si pudiera todavía torturar aquel cuerpo hecho trizas que se consumía lentamente, fundiéndose con el hierro. El caballero cayó de rodillas, gritando y llevándose las manos a su cabeza, pidiendo a Dios que conservara su espíritu intacto a través del tiempo hasta que al fin destruyera a ese perverso brujo que le había visto la cara una vez, burlándose de toda precaución humana y transformándose en algo más. Algo que Sir Rogers se juró buscar para extinguirlo por completo así tuviera que vivir mil vidas para lograrlo. El Mercader de la Muerte debía desaparecer o de lo contrario el Infierno llegaría a la tierra de los hombres para nunca marcharse. Y para eso debía encontrar ese libro cuyas hojas solamente aparecían escritas cuando cobraban la vida de un inocente para entregar el alma al brujo que la usaría como parte de su gran hechizo que abriría las puertas del averno.
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El Libro Que Contaba Historias
FanficUn poderoso hechicero posee un libro cuyas historias se vuelven realidad, y busca llevar el Infierno a la Tierra. El único que puede detenerlo es un ángel enviado desde el Cielo para atraparlo... si es que puede lograrlo.