Parte 26

24.2K 4.1K 1.6K
                                    

No era la primera vez que se me pasaba por la cabeza la idea de volver al pueblo, era la primera vez que me atrevía a hacerlo. Odiaba Madrid, odiaba a los madrileños y todo lo que había en aquella ciudad hostil. Hasta el agua era tóxica. Así que mientras bajaba las escaleras del edificio de mi tía busqué cómo llegar a la Estación Sur, desde donde salían los autobuses que llevaban a Valdeculebras. Una vez allí haría el resto del camino andando hasta mi pueblo.

Las serpientes seguían siseando alrededor de mi cabeza, así que antes de salir a la calle probé las cosas que me dio mi tía. Solo el gorro de lana negro lograba mantenerlas hacia abajo y más o menos tranquilas. Aproveché también que llevaba aún puesta la sudadera de Charlie. Era tan grande que las serpientes quedaban totalmente ocultas bajo la capucha.

Caminé con seguridad por las calles de Madrid a pesar de ser sábado por la noche. A pesar de cruzarme de vez en cuando con gente extraña y borrachos. No es que no me preocupara que pudieran robarme, es que me daba igual.

Estaba tan enfadada que empecé a apartar basura de mi camino usando la telequinesis. Primero fue una lata, luego un par de hojas caídas que se resistieron porque aunque ya no llovía, el suelo estaba empapado. Después hice que se rompiera una botella de cristal, el sonido del vidrio partiéndose me calmaba un poco. Lancé fuera de mi paso toda la basura que vi. Por donde caminaba hacía que los desperdicios se apartaran volando y me dejaran paso. Nadie me vio, y si me vieron nadie pareció darle importancia. En una de las solitarias calles por las que pasé resultó que había montones de hojas amontonadas y cuando las hice volar haciéndome un pasillo el efecto debió ser espectacular. No me paré a mirarlo, tenía la cabeza en otro lado.

Lo cierto es que andar rápido y enfadada no me garantizó llegar rápido a la estación. De hecho, me perdí y tardé cuatro veces más de lo que habría tardado una persona normal en llegar a la estación. Las taquillas no tardaron mucho en abrir y al ir a pagar por el billete me di cuenta de que tenía las manos totalmente negras. Las escondí sin dificultad dentro de las mangas.

No muy lejos de la dársena desde donde salía mi autobús había cinco cubos de basura llenos a rebosar. Controlé la basura que tenían dentro y la hice agitarse hasta que volcaron. Uno detrás de otro. La gente que había allí ni siquiera giró la cabeza. Madrid era un lugar tan horrible que nadie se sorprendía ya de nada.

Un par de bolsas de basura se rajaron al caer y cubrieron la acera de desperdicios. Que se jodiera aquella ciudad de mierda, no pensaba volver.

El autobús llegó cuando acababa de amanecer y enseguida abrió las puertas. Al subir al autobús me puse la capucha y fingí que me rascaba la cara, con las manos aún cubiertas por las mangas, para que las cuatro señoras del pueblo de Alicia no me reconocieran. También me ayudaba ir así vestida. Yo nunca llevaba ropa negra.

No es que me preocupase que avisasen a mi tía ya que sabía a ciencia cierta que nadie de la zona hablaba con ella, pero no me apetecía que me preguntasen, ni ver como cuchicheaban sobre mí.

Me senté al lado de una ventana, me tapé bien la cara, me puse algo de música, me apoyé sobre el cristal y me dormí hasta que me desperté horas después, poco antes de llegar a Valdeculebras.

El autobús paraba al lado de la plaza del pueblo y para mi horror estaba llena de gente. Era domingo al mediodía, había sido puente y probablemente se acababa de terminar la misa. Fui la única que se bajó en esa parada. No fueron demasiadas personas las que repararon en mí, pero no tardaron en avisar a sus acompañantes de mi llegada. Pronto la plaza entera se había enterado de que Alexia Cuervo estaba en el pueblo.

La mayoría no me miraba directamente, disimulaban y de vez en cuando me echaban un breve vistazo. Eso sí, no dejaban de cuchichear. Algunos alarmados, otros indignados y la mayoría divertidos. Solo dos grupos se atrevieron a mirarme y señalarme: un grupo de chicos uno o dos años más jóvenes que yo, con quienes había compartido instituto, y un grupo de señoras. La Concha, que estaba entre ellas, me hizo una seña para saludarme y que me acercara a donde estaba ella. Fingí no verla.

Cuervo (fantasía urbana)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora