Parte 44

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Fui yo la que habló primero.

—Me voy, dile a mi tía que dimos la clase.

Lo dije enfurruñada, con los brazos cruzados y mirando al suelo. No soportaba la pose altanera del Imbécil y su sonrisa de mocoso de barrio que se cree el más duro por tener tatuajes en la cara. Me provocaba demasiadas ganas de arañarle.

—Yo también me alegro de verte.

Eran casi las diez de la noche y tenía esa voz ronca de recién levantado y ese tono de sobrado que tanto odiaba.

—Me voy —dije sin moverme.

—No seas burra, te han dejado la cara hecha un mapa. Déjame enseñarte un par de cosas.

—No vas a enseñarme una mierda. Me voy.

Era la tercera vez que lo decía. Seguía clavada en el mismo sitio sin moverme porque no quería dormir en la calle. Mi cerebro echaba humo tratando de encontrar una forma de escapar de aquella situación porque tampoco quería suplicar al Imbécil que mintiera a mi tía.

—No tardé nada en enseñarte a nadar, esto lo pillarás rápido.

Eso me dolió en el orgullo porque a los quince años le confesé que aún no sabía nadar. No se lo había contado a nadie más porque aquello me mortificaba. Iban a abrir la piscina pública de Valdeculebras y me daba mucha vergüenza que me descubrieran, así que él me enseñó. Era un golpe bajo que me lo echara en cara.

—Ya, bueno. Yo te enseñé a trepar muros, abrir verjas, a subir a árboles... —lo dije casi tartamudeando de lo enfadada que estaba.

—Vamos, me enseñaste a cometer allanamiento de morada.

Por culpa de los nervios casi se me escapa una sonrisa, pero logré frenarla. Él se cruzó de brazos y suspiró.

—A mí tampoco me hace ni puta gracia que estés aquí, pero tu tía me paga cuatro veces lo que gano por hora. Necesito la pasta y no pienso perder este curro por dejar que te pires. Ven.

Que él no quisiera que estuviera allí me motivó para quedarme. Ya no solo se trataba de que mi tía no me echara de casa, sino que además podría fastidiar a aquel capullo. Le seguí arrastrando los pies hasta una sala amplia cubierta de colchonetas. Una de las paredes era de cristal y permitía ver la sala de musculación que había al otro lado, la cual a esa hora estaba llena de gente.

—Hagamos un trato. Te agarro la muñeca, y si logras soltarte te piras y le diré a tu tía que estuviste toda la hora.

No dudé ni un segundo y le ofrecí mi brazo. Él me pidió que dejara la mochila en el suelo y me descalzara antes de pisar la colchoneta. Cuando lo hice me agarró por la muñeca sin ejercer demasiada presión. Sin dejarle tiempo a colocarse traté de traer el brazo hacia mí de golpe, pero no pude soltarme. Di un par de tirones más antes de empezar a usar el resto de mi cuerpo para tirar con más fuerza. Fue inútil. El Imbécil soltó una risa socarrona que hizo que me hirviera la sangre.

No siempre habíamos sido enemigos. En julio éramos los únicos niños que quedaban en la región porque el resto se iba de campamento. Un día que pasó cerca de mi casa empecé a seguirle y descubrí que se dedicaba a apartar culebras de la carretera para que no las atropellaran los coches. Me contó que había que proteger a las serpientes porque no eran muy listas, se ponen a tomar el sol sobre el asfalto y acababan aplastadas contra él. Yo tenía doce años y aquello me pareció fascinante, así que decidí echarle una mano. Me enseñó todo lo que sabía sobre las bichas de la zona: cómo distinguirlas, cómo cogerlas, cómo tratarlas. Nos pasábamos el día recorriendo carreteras buscando serpientes y recogiendo latas y botellas vacías donde pudieran quedarse atrapadas. Al año siguiente nos organizamos mejor porque teníamos bicicletas y podíamos cubrir un área mayor, él tenía ya quince años y estaba obsesionado con tener cobertura en el móvil así que le enseñé dónde había. Ambos podíamos enseñar al otro cosas interesantes, era como una simbiosis. Así pasamos varios veranos, metiéndonos en líos porque ni a nuestros abuelos ni a los agentes del SEPRONA les hacía gracia que anduviéramos tocando culebras, a pesar de que la mayoría de las que encontrábamos (de escalera y de herradura) no eran venenosas, y el veneno de las bastardas no hace nada.

Cuervo (fantasía urbana)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora