Parte 14

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Cuando quise darme cuenta ya estaba dentro del vestuario, había girado la esquina y la puerta se había cerrado detrás de mí haciendo ruido.

Parecía que a Héctor le había dado igual que alguien entrara detrás de él. Estaba de pie quitándose la camiseta. Mientras lo hacía pude ver su cintura, los músculos marcándose en su costado y sus perfectos hombros. El corazón se me aceleró solo con verle así y sonreí hasta que me di cuenta de lo que estaba haciendo. Sentí vergüenza de mí misma. No tenía ningún derecho a mirarle y mucho menos a recrearme así. Si me lo hicieran a mí me sentaría bastante mal. Reuní toda mi fuerza de voluntad para mirar al suelo, pero entonces se giró para buscar algo en su bolsa y lo que vi me en su espalda me dejó helada.

Un tatuaje enorme recorría toda su espalda, tocaba cada hombro y bajaba hasta su cintura.

En blanco y negro, entre serpientes, tenía mi cara grabada en su piel. Al menos esa fue mi primera impresión. En realidad, tenía tatuado el rostro de una mujer algo mayor que yo, con mejores pómulos y la raya del ojo bien hecha. Su mirada era feroz y decenas de serpientes salían de su cabeza. Los reptiles ocupaban la mayor parte del dibujo. Cuanto más la miraba menos se parecía a mí, pero eso no hacía que me impactara menos el hecho de que Héctor tuviera tatuado en su espalda un monstruo como yo. No podía ser casualidad, tenía que significar algo.

Se puso otra camiseta y se dio la vuelta. Entré en pánico, me concentré en usar todo mi poder para volverme invisible. Me sonaba haber leído en algún artículo en internet que Medusa podía volverse invisible.

—¿Cuervo?

No. Definitivamente no podía volverme invisible. Aun así, me quedé callada y muy quieta, actué como si él no fuera capaz de verme si no me movía.

—Este es el vestuario de chicos —me advirtió.

Miré a mi alrededor fingiendo que estudiaba el techo de aquel lugar. Él se acercó a mí.

—Es verdad —asentí con la cabeza, y luego traté de sacar el tema de forma casual—. Por cierto ¿Por qué tienes ese tatuaje?

—Vete —dijo molesto.

—Sí, ahora. Pero...

Me cogió del brazo y tiró de mí.

—Sal de aquí, va a venir más gente —se notaba que intentaba ser amable, pero no le salía bien.

Me sacó del vestuario a la fuerza y se metió él de nuevo sin despedirse. Tardé dos segundos en volver a entrar detrás de él.

—Pero ¿qué haces? —me preguntó sorprendido cuando me vio de nuevo.

—Nada, solo...

—¿Te pasas el día huyendo de mí y ahora me persigues? —volvía a estar molesto.

—No te persigo.

—¿Y qué haces en el vestuario de chicos?

—No, ¿qué haces tú en el vestuario de chicos?

La otra alternativa habría sido decirle la verdad: "Averiguar por qué estoy tatuada en tu espalda", "Espiarte mientras te vistes", "Soy un monstruo griego", "Estoy loca por ti", "Pienso en ti todas las noches...". Mi respuesta había sido idiota, pero no había sido la peor posible.

—¿Yo?

—Sí, tú —alcé la cabeza altiva.

—¿Por ser gay no tengo derecho a estar en el vestuario de chicos? ¿crees que voy a acosar a mis compañeros o algo así?

Lo que me faltaba, mi homofobia atacando de nuevo.

—No, tú tienes derecho a estar aquí —afirmé totalmente seria—. Y yo también, porque este es un país libre.

Cuervo (fantasía urbana)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora