Parte 40

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Di un paso hacia atrás dispuesta a salir corriendo, tal y como mi tía me había pedido que hiciera. Recordé sus advertencias mientras me alejaba y Apolo alzaba las cejas sorprendido. Al dar el tercer paso me choqué contra alguien. Me di la vuelta para disculparme y, maldita la casualidad, de los cientos de compañeros que tenía en mi instituto tenía que ser él.

Héctor no se había inmutado, ni siquiera respondió a mi disculpa. Tenía la respiración acelerada y la mirada clavada en Apolo. Entrecerró los ojos como si tratara de recordar de qué le conocía. Caí en la cuenta de que, al estar Héctor relacionado con los dioses de un modo que aún desconocía, quizá le había visto. Se me paró el corazón. No me asustaba que reconociera a Apolo, me aterraba que Apolo le reconociera a él y se lo llevara a que alguna rapaz monstruosa le comiera las tripas. También era posible que no se conocieran. Si ese era el caso y Héctor seguía mirándole así el dios se iba a mosquear. Según el libro de mi tía, Apolo le había arrancado la piel a tiras a un hombre solo por haberle ganado en una competición musical. Ni Héctor ni nadie podían permitirse el lujo de mirarle mal.

Sin pensarlo dos veces fui hacia Apolo y le abracé sin mucho entusiasmo, dándole unas débiles palmadas en la espalda, tratando de fingir que era alguien cercano, mi hermano o mi primo. Mi plan fracasó porque, si bien él me devolvió el abrazo con una mano, con la otra me agarró el culo; justo en el momento en el que me daba cuenta de que, al igual que medio instituto, Diego estaba en la puerta mirándonos con los ojos brillantes. Como un perro que te observa comer sin que le des nada.

—Eres mucho más cariñosa que tu tía —dijo Apolo maravillado cuando me separé de él.

—Vete —le susurré mientras forzaba una sonrisa en mi cara para no alarmar al resto de estudiantes—. Sé lo que eres. No me voy a ir contigo.

—¿Es por tu novio? ¿El chico ese que me mira? —sus ojos brillaban en dirección a Héctor, parecía estar divirtiéndose con toda aquella situación—. Él va de la mano de otra chica, que se joda.

¿Mi novio? Además de tocarme el culo y dejarme en ridículo delante de medio instituto tenía que meter el dedo en la llaga.

—No te asustes, solo quiero acercarte a casa de Ágata y charlar. Dame tu mochila —Apolo cambió el tono a uno más serio.

Como empezaba a ser costumbre, mis brazos actuaron por su cuenta y le entregaron mi mochila a Apolo, que se la colgó de un hombro. Se dio cuenta de que no le seguía en cuanto empezó a andar.

—Ven, dame la mano.

Era como si tuviese control mental sobre mí. Mi mano fue hacia él a pesar de que traté con todas mis fuerzas que no lo hiciera. Era como si ya no fuera mía. Me cogió la mano y me llevó hasta la moto. Por fuera sonreía, tratando de no llamar la atención, pero por dentro estaba aterrada. No tener control sobre mis actos había terminado de helarme la sangre, pero mi instinto me pedía proteger a Héctor alejando a Apolo de él. Así que me puse el casco que me ofreció, subí a la moto y me agarré a su cintura.

A nuestro alrededor, mis compañeros nos miraban con asombro. Los que podían cuchicheaban en grupos mientras nos miraban. Nadie parecía tener prisa por irse a casa ese día. Mario se había acercado a donde estaba la parejita para comentar la jugada, pero Héctor no dejaba de mirarnos y Elena le soltó la mano, frunciendo el ceño.

Apolo arrancó en seguida. Nos alejamos del instituto y condujo siguiendo el camino que llevaba a casa de mi tía, pero yo no me fiaba así que en cuanto se detuvo en un semáforo me tire sobre el asfalto. Me habría gustado bajarme con más elegancia, pero la moto era demasiado grande y no quería darle a Apolo la posibilidad de detenerme.

—¿A dónde vas? —Apolo apareció a mi lado por sorpresa cuando me puse de pie, como si se hubiera teletransportado.

—No te acerques a mí —le advertí mientras me alejaba.

Cuervo (fantasía urbana)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora