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PENÚLTIMO CAPÍTULO

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PENÚLTIMO CAPÍTULO.

Tierra 26-18
Elcar y su hermana Jenali platicaban sentados en el duro suelo de su casa, la chica escuchaba con atención lo que Elcar estaba diciéndole:
—Sí, por más absurdo que pueda parecer, hay personas que en pleno siglo veintiuno creen que el universo es un cuerpo humano —decía él, muy seguro de sí.
—Wow —soltó Jenali —Yo no sabía eso, en mi escuela lo único que enseñan es sobre la segunda guerra mundial, y su iniciador, Albert Einstein.
—¿Qué? De eso ya se cumplirán ciento cincuenta años. Bueno, deben de hablar por lo menos del pintor Adolf Hitler, ¿no?
—No —contestó Jenali.
La tierra se estremeció y los dos hermanos pudieron sentirlo. Elcar tomó a Jenali de la mano y corrió con ella a la salida. Las paredes se mecían como gelatinas, bastó con que Elcar le diera un fuerte empujón a la puerta de metal delgado para que esta cediera. El cielo se había tornado negro, cubriendo cualquier rayo de sol. Elcar cargó a su hermana entre sus brazos; algo bajaba del cielo y las personas gritaban de ver aquellas gigantescas naves.
Ellos bajaron a la tierra temblante. Una mujer alta de cabello rojo tocó el suelo, todas las personas que huían salieron volando; incluso Elcar, que salió disparado hacia el parabrisas de un auto soltando la mano de su pequeña hermana.

2025.
—Cuando desperté, había pasado poco tiempo, pero, las personas que corrieron, estaban muertas… Incluyendo mi hermana —dijo Elcar, su rostro inexpresivo, cuando contempló al atado Willphen junto a la puerta —Ellos, al ver que yo seguía con vida, me llevaron a su nave; allí, me sometieron a horribles experimentos que no podrías ni imaginarte. Sus resultados, los tentáculos, ya los has visto.
—Escucha… Quisiera creerte, pero…
—Solo tengo que esperar a que el día llegue. Así, tú también lo verás.


2002.
Pherser, sujetándose con una mano el costado ensangrentado del rostro, se arrastró por la arboleda de Keynes hasta llegar a sus pies; Él lo esperaba. Un hombre alto con barba completa, vestía un esmoquin amarillo y llevaba con él un bastón de metal anaranjado que brillaba de la punta.
—Señor, lo-lo siento, lo intenté…él escapó… ¡Perdóneme, mi señor!
—Eres un debilucho, ¡más inútil que Maclet! —Él se puso en cuclillas y tomó a Pherser por el cuello, estudiando el hinchado, rajado párpado, del que fuera el rostro del mejor amigo de Willphen. —¿Conseguiste lo que se llevó, por lo menos?
El Chasqueador no se atrevió a contestar, pues Maclet habría sobrevivido lo suficiente para ponerlo a salvo de sus garras.
—No perderé más mi tiempo. —Sentenció Él en tono suave—. Tú ya no me sirves, pero hay alguien ahí contigo que me servirá. —Pherser dejó escapar un alarido cuando el filo del pulgar del guantelete le atravesó el párpado herido; más sangre fresca corrió por encima de la seca de las mejillas del muchacho. Hubo un destello de luz azul, y el cuerpo de Pherser cayó con un susurro sordo sobre la cama de hojas del suelo. —Bien, Mian —dijo el hombre con una sonrisa —Ya estás conmigo.


2025.

En La Otra dimensión.


El rugido de sus tripas y el ardor en los ojos le jugaban malas pasadas a Willphen; de pronto, creía escuchar los sollozos de su padre, llamándolo con desesperación. Entonces el muchacho, cada que aquello sucedía, luchaba denodadamente contra las cuerdas incrustadas en sus muñecas.
Elcar, como siempre que escuchaba sus intentos por soltarse, se apareció por el quicio de la cocina y se lo quedó viendo por unos buenos minutos. —Estoy pensando que hace cinco días que no comes nada. Voy a soltarte, pero no intentes nada.
Willphen asintió mientras Elcar tomaba unas tijeras de la base. Las cuerdas se aflojaron cuando su captor las cortó; el chico Cosle se puso de pie y sus piernas cedieron desfallecidas. Elcar se inclinó para ayudarlo a enderezarse. Con mano veloz, Willphen le arrebató las tijeras y dio un codazo tan fuerte a la cara de Elcar, que éste salió despedido hacia atrás.
—Ahora sí, ¡hijo de perra!
Elcar se alzó raudo del suelo, como si nadie lo hubiese golpeado —No te conviene, Willphen.
—¡No permaneceré aquí ni un minuto más! —los dos forcejearon por unos segundos hasta que Willphen soltó una patada directa a la entrepierna del otro. Elcar cayó de nuevo y el otro se les montó a horcajadas, alzando la tijera por encima de su cabeza; la sangre brotó a borbotones del pecho de Elcar cuando el filo estuvo clavado allí. Jadeante, Willphen saltó hacia la puerta y escapó.


2025.

Cassea.

Sler despertó en el suelo. El comandante intentó incorporarse, pero el hombro dislocado, y su visión que giraba en espirales, casi se lo impidieron por completo; no se percató de la luz naranja, como un sol naciente, que iba engrandeciéndose cada vez más enfrente suyo. Solo hasta que el resplandor alcanzó a iluminarle los pies, y la figura de un hombre salió de la luz, Clomper se secó las lágrimas para ver mejor de quién se trataba.
—Sler Clomper —saludó Strod, llevándose una mano que hacía pinza imaginaria a la frente, como si llevara sombrero.
—¿Quién es usted?... ¿Cómo diablos ha entrado?
— Soy Strod, es extraño verte ahora así, débil, ignorando a aquellas personas que prefieren morir antes de ser salvados por un Negro, así es como te dicen, no?. —La vista de Sler se nubló, su cuerpo se debilitó hasta caer dormido al suelo, Strod se le acercó, cargándolo lo acunó contra su pecho—. Las cosas van por el buen camino, todo se acomodará en su sitio —El portal de cálida luz volvió a abrirse.


En la dimensión.


Elcar despertó doce minutos después de que Willphen lo atacara; apretando la quijada, siguió el olor a sudor de él mientras pensaba en la golpiza que le daría al muy hijo de puta en cuanto lo encontrara. Su fino olfato lo llevó hasta un puente colgante muy parecido al Golden Gate.
Sentado al borde, Willphen balanceaba las piernas por encima del oscuro caudal turbulento; alzó la lata de cerveza cuando notó a Elcar, que se acercaba pisando fuerte.
—No sabía que había cervezas aquí… Lo más curioso es que tienen de la marca favorita de mi papá. En serio, es como si estuviera en mi ciudad, con la excepción que aquí no hay ni un maldito árbol.
—En las dimensiones de bolsillo no hay árboles —contestó Elcar a su lado.
—Sabes, —dijo Willphen, dándole un trago a la cerveza —pensaba en arrojarme y acabar con esto de una buena vez, pero… Me acobardé, así que pensé en lo me dijiste, y creo que dices la verdad… Perdón por lo de la tijera.
—No me harías daño real, ni en un millón de años, sané dos minutos después de que me heriste, Creo que…Es hora que te enteres de todo.


En otra dimensión.


Lulian bajaba por las escaleras blancas; vestía un hermoso, elegante vestido rojo que hacía juego con su cabello. En su mano, portaba un frasco pequeño con un líquido blanco; tal cosa hizo que Strod, que esperaba al pie de la escalinata, no pudiera contener una sonrisa al mesarse la cuidada barba.
—Veo que has hecho un buen trabajo, Lulian.
—No fue difícil conseguir su esperma. —Lulian estiró en labio superior hacia la derecha, revelando sus dientes en una mueca de disgusto —Los hombres excitados le dejan las decisiones racionales a su pene.
Strod tomó el frasco entre sus largos dedos. Junto a sus pies, Quicky, el gato anaranjado, se frotaba entre sus piernas. —¡El reinicio será un éxito! — anunció Él, riendo.


Cassea.

Lexender no soltaba la foto en la que aparecía Willphen con Maclet; repetía en bucle el recuerdo del ataque en su mente. En la ventana, el hombre contempló el cielo y la lejanía.
De pronto, tomó el nuevo celular, apretándolo con fuerza. A pasos largos, seguros, bajó las escaleras.

¡Era el bosque!

Ahí estarían las respuestas a todas las preguntas.

𝐍𝐨 𝐄𝐬 𝐔𝐧 𝐒𝐢𝐦𝐩𝐥𝐞 𝐑𝐚𝐲𝐨 ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora