𝐂𝐡𝐚𝐩𝐭𝐞𝐫 1

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𝐂𝐡𝐚𝐩𝐭𝐞𝐫 1 | ¡𝐁𝐚𝐬𝐭𝐚 𝐲𝐚, 𝐁𝐨𝐜𝐚𝐳𝐚𝐬!

𝐂𝐡𝐚𝐩𝐭𝐞𝐫 1 | ¡𝐁𝐚𝐬𝐭𝐚 𝐲𝐚, 𝐁𝐨𝐜𝐚𝐳𝐚𝐬!

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Eddie se sentía perdido.

Nadie le había enseñado qué hacer en una situación como aquella. Las lágrimas caían por sus mejillas sin control, sin tan siquiera darse cuenta de lo que estaba pasando. Pero estaba pasando. Sus peores pesadillas estaban a punto de hacerse realidad. Un agujero negro parecía estar invadiéndolo todo. Aunque técnicamente, no había sucedido nada, el castaño tenía un mal presentimiento. Y lo odió con toda su vida. Sus pasos resonaban mientras subía la escalera, entre el silencio de la casa. Eddie no podía parar de gritar su nombre, sin respuesta. Las manos le temblaban, tenía un extraño nudo en la garganta.

Llego al piso superior, esperando encontrarse con él, en pijama y sus gafas mal puestas. Lo deseaba con todas sus fuerzas, pero, como intuía, eso no estaba ocurriendo. Porque una aura maligna rodeaba esa casa. Y la desesperación lo invadía todo. De la garganta del chico salió un grito ahogado, un grito de terror, de miedo, de tristeza, de súplica. Porque la puerta del baño estaba cerrada.

Todo pasó demasiado lento. El universo había decidido que Eddie Kaspbrak iba a sufrir, y, ¿quién le iba a llevar la contraria al universo? Agarró el pomo de la puerta, temiendo qué podía presenciar cuando ésta se desplazase. Porque que Richie se hubiera encerrado en el baño, no era una buen a señal. El castaño tenía la sensación de que era un simple espectador, que le estaba pasando a otra persona, pero no era así. Abrió la puerta lentamente. Miedo. Ese era el sentimiento.

Eddie no pudo evitar caer de rodillas al presenciar la escena. Su respiración, irregular, se aceleró. No. No. No. No. No. No. No.

—¿Richie?

Él estaba allí. Su pelo, azabache, resplandecía más que nunca. Llevaba una de sus características camisas de flores, esas que Eddie tanto amaba, pero que nunca iba a admitir. Estaba tacada de sangre. El castaño se llevó las manos a la boca, horrorizado. La cara de su amado estaba pálida, y con los ojos cerrados. Parecía dormido, aunque no lo estaba. Y sangre, mucha, mucha, sangre. Era roja, llena de vida, aunque significara el paso a la muerte. Provenía de sus muñecas, y a un lado, resplandecía una cuchilla. Eddie se abalanzó hacia el chico, sacudiéndolo.

—¡Richie! ¡Richie, por favor! ¡Aguanta, te necesito!

Su vista empezaba a nublarse por culpa de las lágrimas. Ya no podía ver su hermoso rostro. Su celebro no procesaba la información. Solo podía gritar, desgarrarse la garganta en esos gritos llenos de amor, de añoranza, pedir ayuda, aunque nadie lo escuchara. ¿Estaban solos? La desesperación empezaba a apropiarse del ambiente.

—Te quiero, Richie —susurró, abrazando el cuerpo—. ¡Te quiero! ¿No lo entiendes? ¡Richie, te necesito!

Claro que lo quería. Siempre lo había hecho, y siempre lo haría. ¿Quién no podía querer a aquel chico? Su gafas, sus estúpidas bromas, sus consejos, sus besos, todo era perfecto en él. Eddie lo necesitaba. Necesitaba de sus noches bajo las estrellas, hablando sobre un futuro que no tenían claro, sobre cosas sin importancia, sobre videojuegos, sobre el colegio, sobre nada en especial. Lo amaba, lo necesitaba. Y, aunque lo evitó a toda costa, los recuerdos volvieron.

Entonces, ¿queréis ir a tomar un helado o algo? —preguntó Ben esa tarde.

Todos había crecido, ya hacía unos años que derrotaron a Pennywise, y la calma se respiraba en el ambiente. A sus diecisiete años, los sueños empezaban a cumplirse para el grupo, y las ganas de crecer estaban presentes en cada uno de ellos. Los Perdedores se encontraban en los Barrens, riendo, disfrutando de vivir. Stan y Richie bromeaban sobre algo que no le hacía mucha gracias a su tartamudo amigo. Eddie y Mike estaban tumbados en la hierba, con los ojos cerrados, sintiendo el cálido aire de septiembre inundar sus fosas nasales. Parecían ausentes al mundo. Beverly tenía su cabeza sobre el regazo de Ben, que, a su vez, le acariciaba el pelo con amor. Sí, podría sonar extraño, pero ya hacía un tiempo que esos dos estaban en una relación. Eran meses oscuros cuando, juntos, habían superado los problemas económicos de la pelirroja, y eso los había unido más que nunca. Bill no podía negar que los celos lo habían invadido al recibir la noticia, pero se alegraba por ellos. Además, él también estaba conociendo a alguien. Respecto a los otros, Mike aseguraba que no iba a enamorarse nunca, Stan nunca se atrevía a responder las preguntas incómodas que sus amigos pronunciaban, y, Eddie y Richie, se encontraban en un tipo de bucle temporal, donde ninguno de los dos parecía ser lo suficientemente fuerte para salir.

Mike se encogió de hombros.

A mí me parece bien —respondió con una media sonrisa—. Hoy tengo el día libre.

Richie soltó una carcajada y se apoyó en Stan, que lo miró con repulsión, pero en sus ojos se podía leer una pizca de diversión.

Lo siento, amigos, pero yo ya tengo planes.

El asmático, que se encontraba a su lado, levantó una ceja, sorprendido.

¿De verdad?

Exacto —asintió el azabache, para luego señalarlo—, tengo una cita con tu madre, Eddie Spaghetti.

El castaño negó con la cabeza y resopló. Odiaba ese tipo de bromas. ¿Por qué siempre tenía que meterse con su madre? ¡Había muchas madres más!

Beep beep, Richie. —Luego, agregó—. Ah, y que te jodan.

Todos sabían cual sería la respuesta de Richie ante esa proposición, y ninguno de ellos se equivocaba. Lo conocían demasiado.

Eso es el trabajo de tu madre.

A Ben se le escapó una pequeño risa, ganándose una mirada fulminante de Eddie. Siempre era la misma broma, pero eso no quitaba que al niño le hiciera gracia. Se sumergieron en un silencio durante unos segundos, a causa de que todos, con la intrusión de Richie, habían perdido el hilo de la conversación. Finalmente, Bill tosió, para seguidamente decir:

Y-yo q-quiero ir. M-me e-encanta el he-helado.

Beverly sonrió y se incorporó de repente, haciendo que Ben se tambalease.

Opino lo mismo que Gran Bill. ¡Debemos ir a por helados!

Sí —asintió Eddie pensativo—, el helado está muy bueno.

Richie solo se limitó a levantar una ceja.

No tan bueno como tú, Eds.

El castaño suspiró, asqueado.

¡Basta ya, bocazas!

Pero la realidad es que se había sonrojado con esa frase, y lo peor es que no sabía por qué.

𝐎𝐍𝐄 𝐋𝐀𝐒𝐓 𝐁𝐑𝐄𝐀𝐓𝐇 | 𝚛𝚎𝚍𝚍𝚒𝚎Donde viven las historias. Descúbrelo ahora