Yo pisaré las calles nuevamente || Chile

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Como una chispa encendiendo a la Alameda, como la ira de un cacique cabalgando hacia las puertas del fuerte y tomando el fuego entre las manos para hacer arder ciudades. Como ese fuego, como esa furia, la sangre le arde entre las venas, como un cañón en guerra le bombea el corazón, y evocando años oscuros la garganta le arde en gritos de terror, nostalgia, ira. Corre tan rápido como un barco en el Pacífico, con las velas extendidas y el timón en libertad, hacia la fuerza de un gobierno indolente, hacia la risa irónica de aquel que nada sabe pero que infla el pecho en las Europas por los números de índices que muchos de los suyos no entienden. Así brama, gime y sangra.

Grita por el que vio morir delante de sus ojos en plazas y celdas, detenidos, con la mirada incompleta por las armas de asesinos.

Grita por aquel anciano que el olvido todo se llevó menos el miedo a los fusiles y al Ejército, ahora, con la miseria como herencia en sus bolsillos.

Grita por aquel que con sonrisa inocente vino del campo a la ciudad, con la alegría de un niño prometiendo mejor vida a su madre cansada y a su padre viejo, pero que con los libros y profesores, que con risas de compañeros y amigos, firmó además a ojos cerrados el trato con un usurero que lo poseerá por los próximos veinte años de su vida.

Grita por aquellos que murieron esperanzados en vivir más años, abrasados por inenarrables dolores entre lágrimas de hijos, esposas y esposos, quienes aún despidiéndose reciben llamados ignorantes de quienes deberían entregar salud y bienestar y no una broma cruel.

Destroza con sus propias garras de bestia la estatua del conquistador envuelto en hierro, y deja en su lugar la imagen de ese que tanto llamaron "indio", orgulloso y firme su mirar hacia el horizonte invisible.

Y de tanto llorar, de tanto gritar, de tanto sangrar y sufrir, el cansancio le pesa en la espalda más que nunca. Es una nación joven, es apenas un niño jugando a ser un hombre, han dicho varios, pero cada célula que observa arder delante de sus ojos, cada miembro de su cuerpo, cada trozo de aliento le arde más que cualquier gas lacrimógeno, las heridas de hace treinta años duelen mucho más que cualquier balín de goma o incluso una bala de guerra, porque le robaron ríos, lagos, minerales y glaciales. El miedo.

Todo Chile arde y Manuel arde con ellos.

Y no se dejará vencer aunque la risa indolente se escuche desde el desierto calcinante hasta la lluvia austral.

Porque la risa sonará fuerte, pero su grito de furia lo hace aún más.

La noche ha sido larga, pero el amanecer vendrá.

Así como aquel que tocó su guitarra viendo cómo la madera y las cuerdas se teñían con su propia sangre por las uñas que le arrancaron y cerró su boca con la esperanza de que todo cambiaría, él seguirá de pie, cantando, luchando, llorando de rabia y dolor.

De felicidad.

Chile despertó, y si ahora vuelve a dormirse, lo hará con un ojo abierto para siempre.

...

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Nota final:

Pequeño delirio que me salió del alma entre tanta rabia, pena y ganas de gritar todo lo que los chilenos hemos callado por treinta años.

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⏰ Última actualización: Nov 05, 2019 ⏰

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