nueve

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athena

había decido darle una oportunidad a Mateo. Realmente parecía interesado en conocerme, aunque a mí me pareciera una pérdida de tiempo estar conmigo.

Era agradable aunque me ponía nerviosa o desconcertada no conocer sus intenciones. Uno no se interesa por alguien de un día para el otro.

—¿y qué tal estuvo?—miró el libro en un rincón de la mesa.

—bueno, la protagonista es un poco tonta, un duque se enamora de ella y se vuelven pobres después de casarse—hablé al respecto y apoyó su cara sobre su mano.

—fua, ni ganas de casarme—bromeó y le di otro sorbo al café que se enfriaba aún más.

—estás de novio, a solo un paso del matrimonio—hice una reverencia con la taza en mi mano y su ceño se arrugó liigeramente.

—¿yo?¿de novio? ni en pedo—mordió la medialuna que había agarrado. Lo miré atenta.

—la chica rubia no dijo eso el otro día—recordé pasando mis dedos por el borde del platito blanco debajo de la taza.

—Ema es un poco intensa—rasco su nuca sin dejar de masticar—ella es la única que piensa que estamos en algo.

—deberías decirle—aconsejé.

—no la conoces—me miró y me removi en mi lugar.—¿Querés ir a otro lado?

asentí y antes de salir dejé el libro en una estantería. Y aunque no sabía donde íbamos, no dejaba de seguirlo.

—¿le tenés miedo a algo?—pregunté mirando a la calle y luego a él.

—a las cucarachas—dijo esperando que el semáforo se ponga en rojo para poder cruzar.

—no, pero algo posta posta, que te re asuste.—insistí buscando una respuesta más profunda.

—las cucarachas voladoras—seguimos caminando hasta llegar a una especie de plaza, pero más pequeña y con muchos árboles.

Nos sentamos en un banco y lo miré sin decir nada para después mirar la el pasto bajo mis pies.

—a quedarme solo—habló y lo miré sin entender, hasta que recordé la pregunta que le había hecho minutos atrás.

—no creo que te quedes solo—lo miré y él a mí.—sos re sociable, y es difícil que alguien te rechace.

—pero más allá de eso, mi viejo no va a ser eterno, y Emilio es chiquito todavía—continuó hablando y acomodé mi cabello detrás de mi oreja.

—falta mucho para eso, disfruta el tiempo con ellos—dije ante su preocupación.

—mi abuela tenía Parkinson, me da miedo si algún dia le agarra eso a mi viejo, ¿qué haría yo?—la palabra Parkinson fue como un cuchillo en mi hígado. No supe que decir, realmente me había caído un balde de agua fría.

—Algunas, algunas personas con Parkinson...—intenté sonar ajena—viven bien, supongo, no es el fin del mundo—hablé aunque para mi lo era todos los días desde que me levantaba.

me miró, y no dijo nada. Accidental o a propósito, colocó su mano sobre la mía. Las observé un momento y la aparté de inmediato.

—¡vamos al sube y baja!—propuse emocionada para borrar la incomodidad.

—¿eh?—le di un golpe a su brazo y corrí al juego de hierro y madera.

—dale—hice señas para que se apurara.

Se acercó y observó a su alrededor antes de subir, eso me hizo sentir un poco tonta, pero lo olvidé cuando despegué los pies del suelo.

Sentía una leve brisa en el estómago que me cosquilleaba y producía risas tontas.

miraba a Mateo cuando él quedaba arriba y éste me sonreía con algo de picardía en sus ojos.

—¡bajame!—pedí cuando éste colocó sus pies en la arena para no volverme a bajar.

—deci "como moco"—habló y abrí mi boca para reír después.

—¡no!—fingi estar desinteresada en su negocio—acá es un buen lugar para vivir—me crucé de brazos y lo escuché reír.

—entonces no vas a bajar más—amenazó y moví mis piernas para intentar bajar pero fue inútil.

—uff—bufé—como moco—susurré y el chico colocó su mano en su oreja.

—no te escuché, disculpa—negó sin perder la mirada de picardía.

—¡como moco!—exclamé y algunas personas me miraron. Ambos reímos mientras colocaba el sube y baja a la altura necesaria para poder bajarme.

Caminé hasta donde él estaba y volvimos al camino de piedras.

—se hizo un poco tarde—dije mirando el cielo.

—¿te acompaño a tu casa?—preguntó pero negué.

—gracias, pero mi mamá se pone histérica si ve a alguien—estaba por hablar pero lo interrumpi—además, seguro te esperan en tu casa.

—la verdad no, no me molesta acompañarte, te acompaño hasta una esquina antes para que tu vieja no nos vea—propuso y negué.

—chau, Mateo—lo miré con cierta vergüenza y me despedí con un beso en la mejilla.

me fui, sola, y él se fue, solo.

🐇;; perdonen esta peeeedorrada

anestesia ; truenoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora