veinticuatro

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Athena

—¿Vamos a estar callados todo el rato? —preguntó al ver que no me atrevía a decir nada, pero buscaba la forma correcta—Porque prefiero que chapemos...—su broma me sacó una ligera sonrisa.

Estábamos sentados en la cama, uno al lado del otro, en silencio. Un silencio que lejos de dejarme pensar me ponía más presión encima.

No podía ordenar las palabras en mi cabeza, y sentía que cualquier cosa que dijera arruinaría todo, así que me reacomodé en mi lugar después de un largo suspiro. Su mirada me recorría el cuerpo y me daba escalofríos que iban desde la punta de pies hasta la nuca.

No quería callar más así que hablé, o bueno, habló.

—¿Todo bien, Poli?—preguntó colmando el vaso de culpa que sentía.

—No me llamo Polina—no quería ver su cara pero podía sentir como toda su expresión se transformaba.

—¿Ah?—apenas balbuceó.

—Mi verdadero nombre es Athena y...—lo miré con pena—no quería mentirte, lo dije porque pensé que no te iba a ver nunca más.

—¿Qué?—puse mi mano en su brazo pero la quitó enseguida.—No te entiendo.

—Te mentí, te dije un nombre falso—recordé el día que lo conocí como un flash.

—¿Por qué?—su expresión reflejaba toda su confusión y su voz su amargura.

—Pensé que no nos íbamos a volver a ver—repetí llena de angustia. Me miró con confusión—Perdón

—Es raro—miró sus manos sin dejar de negar con la cabeza.

—Y...—miré el techo para aliviar el ardor que sentía en los ojos—Tengo una enfermedad—me miró de nuevo—tengo Parkinson—las palabras se agolparon en mi boca.

—Para—se puso de pie—¿Te conozco?¿Por qué escondiste todas éstas cosas?¿Cómo sé que todo lo que decís ahora es verdad?— sus preguntas se clavaban en mi cabeza como dagas.

—Te juro que se me salió de las manos—hablé antes de que pudiera decir algo.

—¿Querés irte de mi casa?—preguntó mirando la pared, evadiendo mi mirada—No sé que pensar, y todo esto que me decís... Parece una novela, una película, no real. ¿Quién miente sobre su nombre?

—Ya sé que estuvo mal, pero lo hice sin pensar—trataba de remediar todo, me picaba la garganta y los ojos me ardían; no quería llorar por lo que hacía toda la fuerza necesaria.

—¿Sin pensar? ¿Y la segunda vez que nos vimos? ¿Y la tercera? ¿O la cuarta?¿Cuando chapamos por primera vez?—reclamó indignado y me callé avergonzada.—¡Estás enferma y no quisiste decirme!—sacudió sus brazos y miró de nuevo a la pared—Por eso te dio ese ataque el día que fuimos a la plaza—recordó—¿Sos consciente?—me sujetó por los brazos—¡Te podría haber dado algo!¡Podría haber sido algo grave!—me sacudió y me soltó algo brusco—¿Te das cuenta?

Me acusaba con la mirada, cargando una enorme culpa en mis hombros.
Tenía razón y sentía que no podía hacer nada para remediarlo, tendría que haberle dado su espacio cuando me lo pidió, así que me puse de pie, sintiendo las lágrimas en el borde de mis párpados y lo miré.

—Capaz que no te dije mi nombre pero—lo miré tan fijo como pude—el resto, todo fue real—agarré mis cosas y salí del lugar para rematar la situación.

No quería empeorar la situación, ni mucho menos ayudar a su enriedo mental así que cuando estuve a una cuadra de la casa recién me permití llorar. Las gotas saladas brotaron de mis ojos para aliviar el dolor de cabeza que me punzaba la cien.

Recién me daba cuenta de que no lo hacía por sentirme bien, no mentía por eso, sino porque pretendía ser alguien más. ¿A qué punto tiene que odiarse uno para querer ser alguien más?

Yo no era Polina, no estaba sana.

Repetía las palabras a cada paso que daba.

Entendía completamente a Mateo, como podía creerme desde ahora en adelante -si es que había un "adelante"-, era patético y ni una niña de doce años hubiese hecho lo que yo.
Escapar de la realidad solo hace que te choques más fuerte con ella.

Había jugado con la confianza de alguien que quería, y si, porque en ese periodo de tiempo me había encariñado con Mateo; los besos eran un factor que contribuian mucho con eso.

Nunca me había querido a mí misma pero tampoco lo había utilizado para engañar a alguien más.

Mateo tenía razón, ahora no podía aferrarse a algo para saber si era cierto o no, si le mentía o no, tenía toda la razón al dudar de mis palabras.

Ya no quería ser una chiquilina y llorar por todo pero no podía contener las lágrimas para cuando llegué a mi casa.

Pasé directo a mi cama donde pude esconder mi cara y vergüenza en mi almohada lila.

—¿Athena?—la voz de mi hermano interrumpió mi soledad.

—¿Mhn?—ni siquiera levanté la cara para verlo.

—¿Pasó algo?—escuché sus pasos y luego el peso de su mano estuvo sobre mi espalda.

—No quiero hablar—dije ahora dejándole ver mi cara, seguramente roja.—Soy una pelotuda—dije en voz alta para mí misma.

—No digas eso, boba, sos la chica más inteligente y sincera que conozco—sus palabras no hicieron más que mis lágrimas volvieran a caer de mis ojos.

🐇;ayyy bebas yo no sé que hacer para agradecer el apoyo q le dan a ésta pedorrada de historia. Les agradezco fueeeerte.

anestesia ; truenoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora