Capítulo 1

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Prólogo

ESTEBAN San Roman estaba sentando en una butaca de cuero en un rincón de un club privado. La iluminación era tenue y el ambiente transmitía quietud y exclusividad. La luz dorada de los candelabros aumentaba la sensación de privacidad refinada. El humo del puro que llegaba desde otro rincón oscuro le daba un aroma exótico y difuminaba la luz.El club garantizaba una discreción absoluta y por eso lo había elegido. Miró, uno a uno, a los tres hombres que lo acompañaban a la mesa por petición de él.

El jeque Zayn Al-Ghamdi, el gobernante absoluto de un país desértico repleto de petróleo y minerales y cuya riqueza era asombrosa.

Dante Mancini, un italiano, magnate de las energías renovables, cuyo exterior apuesto y encantador escondía una inteligencia aguda, una perspicacia enorme para los negocios y una lengua tan afilada que podía despellejar a cualquiera, como había comprobado Esteban en una operación especialmente áspera que negociaron hacía unos años. En ese momento, no irradiaba encanto, miraba a Esteban con una expresión sombría.


El último, aunque no por eso inferior, era Xander Trakas, un griego multimillonario que era el consejero delegado de una multinacional de productos de lujo. Era frío y distante y tenía unos rasgos duros que no dejaban entrever nada. Esteban le había dicho una vez que debería jugar al póquer si alguna vez perdía su inmensa fortuna y quería recuperarla, lo cual era tan improbable como que hubiera una tormenta de nieve en el infierno.

Él no gobernaba un reino en el desierto ni media Europa, pero sí gobernaba Manhattan con sus imponentes grúas y los profundos cimientos que le permitían construir edificios nuevos y de una ambición increíble.

La tensión era palpable. Esos hombres habían sido sus oponentes durante tanto tiempo, y los oponentes entre ellos mismos, que era irreal que estuviesen sentados allí en ese momento. Lo que había empezado con pequeñas zancadillas en algunas operaciones había ido creciendo a lo largo de los años y se había convertido en una guerra declarada entre enemigos formidables a los que había que derrotar y subyugar. El único problema era que todos eran tan despiadadamente prósperos y obstinados como los demás y solo llegaban a una serie de tensos empates.

Esteban notó que Dante Mancini estaba a punto de estallar y comprendió que había llegado el momento de decir algo.

–Gracias por haber venido.

El jeque Zayn Al-Ghamdi lo miró con unos ojos negros e implacables.


–No me gusta que me convoquen como si fuera un niño que se ha portado mal, San Roman.

–Aun así, has venido –Esteban miró alrededor–. Todos habéis venido.

–¡El premio por decir lo evidente va a Esteban San Roman!

Dante Mancini levantó la copa de cristal en dirección a Esteban y el líquido color ámbar que había dentro reflejó todo el lujo que los rodeaba. Se lo bebió de un sorbo e hizo un gesto al camarero.

–¿No te tienta beber algo más fuerte que el agua, San Roman?

Esteban tuvo que hacer un esfuerzo para no levantarse por la pulla de Dante. Era el único que no se premiaba con el mejor whisky de malta que podía encontrarse fuera de Escocia e Irlanda.

Miró fijamente a los demás.


–Caballeros, por muy divertido que haya sido enfrentarnos durante la última década, estaréis de acuerdo en que ha llegado el momento de que dejemos de dar motivos a la prensa para que nos azucen a los unos contra los otros.

Mía a Cualquier precioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora