Capítulo 5

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Capítulo 5

ESTA es una de las plazas más antiguas de Salvador y esa es la catedral basílica de San Salvador, una de las mejores iglesias barrocas de Brasil.

Ella había creído que no podía quedarse más impresionada de lo que ya estaba, pero, cuando siguió a Esteban dentro de la iglesia y vio el retablo literalmente recubierto de oro, se quedó boquiabierta. Tenía que agradecerle que lo hubiese reservado para el final, era la guinda perfecta para lo que tenía que reconocer que había sido un día muy agradable, después del rifirrafe en el arcén de la carretera.

María, casi a regañadientes, había ido relajándose poco a poco mientras Esteban le enseñaba la impresionante ciudad que había sido casi tan importante como Lisboa en la colonia portuguesa. Era colorista, con calles adoquinadas en cuesta y arquitectura barroca por todos lados. La había cautivado desde el principio y todo el mundo parecía sonreír todo el rato. Además, la mayoría de la población era descendiente de esclavos africanos y la mezcla de culturas y nacionalidades se sumaba a un ambiente muy diverso. Se oía música por todos lados y era un placer que ella no se concedía muy a menudo.

Parecía como si algo estuviese desenmarañándosele por dentro, como cuando pisó la arena en casa de Esteban el día anterior. Todo le incitaba a cambiar el ritmo, era embriagador y, asombrosamente, Esteban era un guía excepcional, un auténtico contador de historias.

También había demostrado que era todo un caballero. Solo la había tocado de refilón para que se fijara en algo, como cuando fueron a un saliente sobre la ciudad y la preciosa bahía. Paradójicamente, eso la había alterado más que si la hubiese tocado con otra intención.

Antes, la había llevado a comer a un restaurante con un aspecto peor que dudoso al lado del mar.

–No dejes que el aspecto te engañe –le había aconsejado él con delicadeza–. El dueño deja que tenga este aspecto para ahuyentar a los turistas. Este sitio sirve el mejor pescado de Brasil y solo es para los lugareños. Había tenido razón y, para sorpresa de ella, estaba muy limpio por dentro y jamás había probado un pescado como ese. Además, lo habían comido en una preciosa azotea con una parra que los protegía del sol y el olor del mar había sazonado el sabor del pescado.

En ese momento, mientras recorrían la catedral, sentía la presencia abrumadora de él. Se detuvo delante del altar y del retablo recubierto de pan de oro y sacudió la cabeza.

–Es excesivo y desproporcionado, pero es precioso.

–Estoy de acuerdo.

Miró a Esteban, quien estaba a su lado mirando el techo.

–Trajeron desde Portugal, en barco, la piedra para muchos de estos edificios. El trabajo y la pericia que supuso son asombrosos.

Mía a Cualquier precioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora