Capítulo 2

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Capítulo 2

A LA noche siguiente, María se miró detenidamente en el espejo de cuerpo entero del hotel. El traje de noche era más atrevido de lo que le gustaba. No tenía mangas y sí tenía un escote muy profundo y una abertura que le llegaba hasta lo más alto del muslo. Además, por si eso no fuera suficiente, era de un color rojo intenso.

Sin embargo, por mucho que le abochornara enseñar tanta piel, sabía que sería una buena manera de que pasara desapercibida la ausencia de su padre en esa subasta Benéfica a la que debería haber asistido y que se celebraba en uno de los hoteles más deslumbrantes de Manhattan. Ella también tenía que asistir porque apreciaba mucho a esa organización Benéfica, que ayudaba a reconstruir regiones azotadas por la crisis.

Había hablado un rato con su padre y le había tranquilizado un poco. Le había parecido más animado que recientemente, pero esa última apoplejía, aunque había sido leve, les había asustado a los dos. Le había contado que había quedado con un hombre, pero se sintió fatal cuando no le contó con quién había quedado. Era preferible que no oyera el nombre de Esteban San Román. Él, como ella, habría sacado la conclusión de que había algún motivo oculto para que los buitres ya estuvieran volando en círculo, estaban esperando la ocasión de aprovechar la debilidad de Louis Fernández. Ella misma lo había confirmado cuando esa noche, a altas horas, había investigado a Esteban San por Internet, cuando no podía dormirse porque un atractivo rostro con penetrantes ojos la había desvelado. Había encontrado una foto reciente, sacada por un paparazi, en la que aparecía con tres de los más tristemente célebres playboys y magnates y conocidos rivales en los negocios. Xander Trakas, Dante Mancini y el jeque Zayn Al-Ghamdi eran nombres indeleblemente relacionados con enormes fortunas, mujeres hermosas y aversión al compromiso. El artículo que acompañaba a la foto comentaba que todos habían sufrido ataques de la prensa durante los últimos meses y se preguntaba por qué habrían unido sus fuerzas de repente.

Entonces fue cuando ella supo que había cometido un inmenso error táctico al mostrar una antipatía tan evidente hacia Esteban San Román. Si estaba haciéndose amigo íntimo de los que habían sido sus enemigos, era por algo, y

si había querido salir con ella, no era de forma desinteresada, cuando podía salir con infinidad de mujeres más hermosas y... dispuestas. Estaba tramando algo sin ningún género de duda.

Sin embargo, no quiso dejar ahí la investigación y también averiguó que tenía unos orígenes muy adversos, que se había criado en casas de acogida de Queens y que había ascendido por la jerarquía de los constructores con solares por todo Nueva York. Eso le recordó ese aire indómito que tenía a pesar del exterior refinado. En solo diez años, había llegado a lo más alto del sector, literalmente. Su empresa estaba construyendo el que sería el rascacielos más alto de Nueva York. Era implacable y resuelto y las mujeres solo eran una diversión esporádica en su vida dedicada al trabajo, como reflejaba sin tapujos un reciente artículo de cotilleo que había encontrado. Normalmente, detestaba los cotilleos, pero había leído con avidez lo despiadado que era fuera del dormitorio cuando se había cansado de la seducción y la conquista, lo que solía suceder después de dos citas como mucho.

Sin embargo, nada de eso le había impedido soñar despierta que, cuando se chocó con él, Esteban San Román podría haber sido un desconocido despampanante. Por primera vez desde hacía un año, desde la humillante ruptura, se había dado cuenta de que un hombre había conseguido sortear el muro que se había construido alrededor.

Dejó a un lado esa imagen tan evocadora. ¿Había reaccionado por él? Eso solo demostraba que era tan susceptible a sus encantos como cualquier mujer. A pesar de su frigidez, evidentemente, la virilidad de Esteban San Román era tan fuerte que podía abrirse paso entre el hielo más grueso.

Mía a Cualquier precioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora