Capítulo 7

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Capítulo 7

DÓNDE está tu padre, María? Espero que no esté enfermo otra vez.

Ella tuvo ganas de borrar de un tortazo la sonrisa engreída de uno de los competidores de su padre, quien estaba dejando my claro que esperaba que su padre estuviese enfermo, pero sonrió beatíficamente.

–Claro que no está enfermo, George. Está tan ocupado que no ha podido venir esta noche. Por eso me sorprende verte aquí. ¿No sabías que esta noche es la fiesta anual del sindicato de la construcción?

–Bueno, sí, claro que lo sé... –balbució el hombre poniéndose rojo–, pero normalmente no voy a ese tipo de actos...

Y por eso no le iba ni la mitad de bien que a su padre, pensó ella para sus adentros, aunque no se lo dijo.

–Claro, la mayoría de la gente no va. Él, sin embargo, se empeña en ir y sus empleados lo adoran por ello.

El hombre empezó a recular tan deprisa que ella estuvo a punto de soltar una carcajada. Sabía que era un poco malvado por su parte tomarle el pelo así, pero su padre había acudido a la fiesta del sindicato, sobre todo, porque no estaría llena de buitres dispuestos a llevárselo a un rincón para ver lo fuerte que estaba. Además, acababa de informarle de que había vuelto a casa mediante unos de sus mensajes escuetos y escritos en mayúsculas.

YA HE VUELTO A CASA. NO TE PREOCUPES. MANTÉN ALTO EL PABELLÓN, CARIÑO. BESOS

Ella suspiró. Tenía la sensación de haberse pasado toda la vida manteniendo el pabellón bien alto en nombre de su padre, quien nunca se había repuesto del todo después de que su madre los abandonara a los dos. Sin embargo, en ese momento, dejó a un lado esa lástima de sí misma tan atípica. Estaba en Londres, en un acto benéfico muy exclusivo, y no quería que nadie sospechara ni por un segundo que algo podía no ir perfectamente bien.

Esbozó otra vez la mejor de sus sonrisas cuando vio que dos de los mayores rivales de su padre la miraban con un brillo en los ojos. Sin embargo, vio algo por el rabillo del ojo justo antes de que llegaran a donde estaba, miró hacia la izquierda y el corazón dejó de latirle casi literalmente. Esteban San Román, vestido con un esmoquin negro, estaba junto a la puerta principal y miraba alrededor como si estuviese buscando algo... o a alguien. Su resplandeciente mirada azul se clavó en ella, que sintió el impacto en lo más profundo del cuerpo como una descarga eléctrica. Todo se desvaneció. Oía voces cerca, sabía que debería contestar a alguien, pero no sabía qué.

Mía a Cualquier precioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora