Capítulo 3

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Capítulo 3


EL aire echó chispas y las palabras de Esteban quedaron flotando entre ellos como un atrevimiento. ¿Qué tenía esa mujer que parecía despertar la bestia que tenía dentro o que lo llevaba a hacer disparates como fingir que era un desconocido o hacer pujas inconcebibles en público?

Ella tenía los ojos como platos y todavía estaba asimilando lo que había dicho él, hasta que replicó en un tono gélido.

–¿Tanto me desea como para pagar un millón de dólares? No sé con quién está acostumbrado a relacionarse o por quién me toma, pero no soy una de esas...


–Sé perfectamente quién eres –la interrumpió él en tono tajante.


Le había sorprendido el arrebato de rabia que le había provocado la insinuación de ella. Hacía mucho tiempo que no había sentido la necesidad de justificarse con nadie, y mucho menos con alguien que procedía de esa parte de la sociedad que le había dado la espalda y había dejado que se las apañara solo. En ese sentido, Inglaterra y Estados Unidos eran idénticos. Aun así, no pudo evitar seguir en tono tenso.

–Jamás he pagado por una mujer, no tengo que hacerlo. Curiosamente, ella se ruborizó y no pareció tan segura de sí misma.

–¿Qué quiere decir con lo de que sabe perfectamente quién soy?


Ella le había tocado una fibra sensible, aunque sin querer, y por eso contestó.


–Es posible que no seas de la realeza, pero eres una princesa. Alguien a quien, probablemente, no le han negado nada en su vida. No te gusto porque te excito y no te gusta que te excite alguien a quien consideras inferior. Allí fuera, en la terraza, antes de saber quién era, no tuviste reparos porque, evidentemente, creíste que yo era alguien más... refinado.

La variedad de reacciones que se reflejó en su rostro fue cautivadora; pasmo, rabia, ofensa y acaloramiento.

–Jugó conmigo al ratón y al gato y, a la vista de lo que opina, no consigo entender por qué está dispuesto a pasar todo un fin de semana conmigo.

Ella fue a rodearlo para marcharse, pero él la agarró de un brazo. Tenía la piel cálida y suave como la seda y el brazo era delicado. Se sintió tosco e insensible, como si no fuese digno de tocar a alguien tan exquisito como ella, pero la sujetó y ella se dio la vuelta para mirarlo con los ojos como ascuas.


–Suélteme, maldito sea. Además, para que lo sepa, no me excita ni lo más mínimo.


Sintió unas ganas imperiosas de demostrarle lo contrario y la agarró de los dos brazos, pero entonces, en medio de toda la rabia que estaba mostrando ella, Esteban vislumbró algo en esos ojos increíbles, algo parecido al dolor. ¿Era dolor porque había acertado plenamente al describirla y no estaba acostumbrada a oír la verdad o le dolía porque la había tomado por lo que no era? Hizo un esfuerzo para ser un poco mesurado a pesar de lo recalentada que tenía la cabeza.

–No quería decirlo como un ataque personal. Eres un producto de tu educación, nada más, y solo quería dejar claro que sé muy bien que eres lo menos parecido que hay a una fulana de clase alta.


Esa curiosa expresión se desvaneció de los ojos de ella e hizo que Esteban se sintiera ridículo por haber llegado a creer que le había hecho daño por tomarla por lo que no era. Entonces, ella se puso tensa, como si fuese a marcharse otra vez, y a él le pareció insoportable. Tenía una necesidad imperiosa y primitiva de demostrarle lo falsa que era la afirmación de que no lo deseaba.

Mía a Cualquier precioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora