Capítulo 4. Secuelas de la noche del siglo

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Volvió a quedarse inmóvil.

La voz retornó a su asesina indiferencia.

 Las mismas sensaciones y aromas regresaron.

El agua escaló, sin embargo, abrir los ojos ante un techo casi tapizado con pósteres de Las Brujas de Loto dio pauta a asegurar su protección de voces ajenas de cuerpos. Nadie más que su hermano roncando levemente ocupaba espacio en la cama.

La oscuridad de las cortinas parecieron a su perspectiva un lindo letrero de bienvenida a la seguridad. Era una pesadilla solamente.

Una que cobró vida.

Cuando se acostumbró a la penumbra rememoró en dónde terminó tras la afanosa noche, la cual era la habitación de Edgar; lo consideraba el espacio donde lo interesante y el desorden formaron una burbuja de coexistencia, alcanzando a crear una ciudad de caos atrayente. Eso o un basurero agradable.

Los juguetes, piezas de madera armable, junto a algunas envolturas de dulces que no deberían estar ahí resplandecían a la luz de noche del niño. En condiciones normales pensaría que su hermanito era un desorganizado con un trabajoso camino de hábitos a mejorar pero su corazón mallugado de temor le indicó que debía estar aliviado por rodearse de alma infantil.

Era irónico. Se quejó con Ariadna por no usar el reloj de Bombi; él pecó de hablador y todavía con la hora, literalmente, en mano cometió un error garrafal. Qué va, era una falta catastrófica fotofóbica. Exponerse a la luz era peligroso.

—¿Felipe? ¿hace cuánto despertaste? —indagó soñoliento Edgar, frotándose un ojo─, espera, ¿ya te bañaste? 

Los rayos de sol espesaron el grueso estropajo de cabello del niño y enmarcó la gota de saliva caída del borde de la boca. Riendo, le lanzó una túnica dorada igual a la que ya estaba usando, igual a la de todas las familias Aurim en los cuatro continentes en esa misma mañana.

—Tenemos que estar listos pronto. La ceremonia es temprano, recuerda. 

—Ajá. ─Ocupó el extremo de la cama, columpiando ambos pies, a la expectativa─. Oye, ¿por dónde entraste anoche? Mamá y papá estaban preocupados. 

Rompiendo reglas de vida de las tribus. Lejos del control de su cuerpo por entes oníricos. Dañando propiedad divina. En un persecución fallida.

Tantas respuestas.

—M-me alejé mucho y tuve que entrar por la p-puerta de servi-vicio.

Era bueno que el curioso fuera el miembro de la familia incapaz de alcanzar su altura ni a mirar cómo evadía la verdad. De soslayo notó la confusión del adormilado rostro.

─Qué raro, Ariadna hizo lo mismo.

—¿De qué hablas? ¿no entró con ustedes? ─Relativamente, sonaba demasiado sospechoso, tanto que hubo un fragmento de segundo en el cual la apariencia agraciada de la princesa obtuvo el matiz de una silueta envuelta en la ilegalidad de su mala noche.

Sacudió la cabeza alborotando ideas absurdas. De verdad estaba enloqueciendo si creía que Ana era su torturador anónimo. 

—Ayer tuviste razón. Escapó al jardín norte y entró lejos del resto.

─¿Qué hacía en el jardín norte?

—NI idea, lo que sé es que los dos le sacaron un buen susto a mamá y papá. Dime, ¿eso los vuelve a los dos idiotas por no saberse la hora?

La risa del niño decayó en picada limpia ante la línea recta que formaron los labios de Felipe.

─Vístete rápido, la ceremonia de agradecimiento comienza en media hora.

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