Capítulo 1. Un cielo de otro mundo y el té derramado

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Nadie hubiera imaginado que el cielo que vio nacer su primera oportunidad de lucidez fuera el más distante de la realidad.

Era raro.

Las nubes amarillentas caminaron en su plano, lentas al principio pero en cuestión de segundos se volvieron imágenes imposibles de captar. Y no era lo único que adquiría el calificativo de imperceptible, a donde sea que su cabeza girara no lograba diferenciar el alrededor, la penumbra lo asfixiaba y los patrones ante su cuerpo sólo lo confundían. 

¿Dónde estaba?

Quiso hablar. No pudo.

Trato de pedir ayuda. Fue en vano.

Gritó. Abrió la boca para decir lo que fuera pero ningún sonido salió a cumplir su deseo.

«Ven conmigo»

Intentó preguntar quién habló aunque siguiera incapaz; fue insistente al luchar ante la desobediencia de su cuerpo pero la densa negrura seguía opacando sus esfuerzos. Sin embargo, no todo se fue en saco roto, logró percibir un olor peculiar, conocido para su olfato pero difícil de identificar.

«Estoy aquí»

La voz era otra incógnita indescifrable.

De la nada, la humedad cubrió su espalda, sus piernas y cabeza. Era agua, una corriente para ser específico, zumbando en sus oídos cuando el nivel incrementó. En otras palabras, siseaba a golpeteos que el líquido iba en busca de altura.

Y él no podía moverse. 

«Sígueme»

¿A dónde? ¿cómo? ¿por qué seguía ahí? Pidió ayuda, realmente quería profanar la paz de los dioses de su cielo, o del falso de arriba, con tal de ser oído por una mísera alma. Sus cuerdas vocales dolían, las sintió tensarse y romperse como un lazo pendiendo de un hilo mientras salva una vida: de inevitable destino. Las lágrimas acompañaron el pensamiento cuando su dolorida garganta desistió.

La peor fue enterarse que la paz seguía reinando sobre el agua que escaló y bordeaba su rostro pese a tanto dolor. 

«Rápido» 

La voz se acercaba. ¡Sí, sí, sí! Sus plegarias internas lo ayudaron, debía continuar. Pronto, el chapoteo de pasos a sus oídos cubiertos de líquido tomaron la forma del conforte de una causa creída perdida.

El olor desconocido se intensificó igualando la presencia de los pasos. ¿Qué era?

«Estoy aquí, Felipe» 

¡Gracias al cielo!

Una persona cubrió la visión del pretencioso panorama, una silueta, una salvación, sin hacer otra acción que estar fija en el sitio cuando el agua empezaba a acariciar sus ojos. ¡Ayúdame, por favor, te lo ruego!

Obligó a sus manos inmóviles a levantar el peso del cuerpo en intentos cubiertos de una membrana desalentadora y, de lo único que fueron capaces, fue de sentir cosquillas hechas por el suelo antes que sus ojos se nublaran; apenas sí vio tres figuras redondas encima de la persona misteriosa. Entonces soportó el ascenso de la humedad sobre sus mejillas.

El agua no tuvo misericordia.

«Ya es hora, Alteza»

Felipe se levantó de golpe. 

Boqueó rápido, aspirando como si la vida se le escapara.

Antes de tomar sus anteojos de la mesita de noche, palpó angustioso su alrededor alegrándose de sentir una mullida cama y no un suelo cubierto de ríos improvisados y homicidas. Aunque la oscuridad lo rodeaba a diestra y siniestra seguía tranquilo porque percibía la sensación de hogar. Y la mejor parte: no había cielos extraños.

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