CAPITULO VII

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La primera maestra metal se volvió muy fuerte y reconocida en toda la ciudad, se sentía realizada y creía que podría al fin estar en paz consigo misma ¿Qué importaba el pasado? Zuko podía quedarse muy lejos, ella estaba bien, tranquila, parecía estar consiguiendo deshacerse de todo lo que le molestaba, incluso del débil e insípido Satoru, con el que había intentado olvidar a Zuko aun sabiendo que era una guerra perdida. Extrañaba a sus amigos todos los días, pero quería estar sola y salir adelante por sí misma, sin ayuda, sin presión. Qué tonta si pensaba que todo terminaría así.

Un día fresco y soleado, mientras entrenaba a sus soldados de la policía de Ciudad República, el ex general Iroh irrumpió la rutina de los maestros metal para pedir hablar con Toph y ella lo llevó a una habitación dentro del edificio donde se sentaron a conversar.

-Vengo a pedir un favor, como amigo -Le dijo y ella escuchó atentamente mientras cruzaba sus brazos, como de costumbre.

Iroh le contó la situación. Las guerreras Kyoshi eran necesitadas en el Reino Tierra y no podrían vigilar el palacio del Señor del Fuego, los maestros metal de Toph eran los más confiables para reemplazarlas mientras no estuvieran disponibles. Toph no podía creer que estuviera pidiéndoselo, le dijo que no. No y no. Pero Iroh le pidió que lo pensara un poco más. Ella le preguntó si Zuko sabía algo sobre eso y le aseguró que aún no le había contado nada a su sobrino, lo tranquilizó diciendo que volvería con las personas adecuadas para encargarse del resguardo de su palacio. Toph apretó los labios intentando decidir, era una misión difícil la de volver a encontrarse con todos los fantasmas del pasado, quizás incluso tendría que enfrentarlos ¿Habría llegado la hora de cerrar esa historia de una vez?

-No podemos confiar en nadie más, Toph, sé que contigo el Señor del Fuego estará seguro.

Recordó la antigua promesa de no dejar a Zuko tomar nada más de ella, de darle la espalda tal y como él lo había hecho. Pero no podía. Por supuesto que confiaban en ella ¿Cuándo había sido capaz de decirle que no a Zuko? ¿Cuándo había dejado de importarle? Nunca le había fallado a sus amigos, siempre hacía lo mejor que podía, tenía en el fondo un espíritu amable, inquebrantable y leal a los que eran importantes para ella. Malditos todos los que lo supieran. Además algo en las vibraciones del viejo le decía que era importante.

Que los espíritus le ayuden.

-Lo haré, Iroh... aunque va a terminar mal.

Unos días después arribó un barco en las costas de la Nación del Fuego con un grupo de soldados sin precedentes en el mundo, todos ellos maestros metal. Al llegar a la capital Iroh los condujo hasta el palacio, aunque la encargada de ellos ya sabía el camino de memoria. Toph intentó tomarlo con resignación, iba a ayudar a un amigo, hacía por Zuko lo que haría por Aang o cualquier otro, y si ese pensamiento no bastaba, podía pensar que sólo era trabajo, ahora la seguridad era lo suyo y eso no sería más que un entrenamiento. Nada más que eso.

Iroh entró solo a la habitación real del Señor del Fuego, el que le preguntó si ya había encontrado quien reemplazara a las guerreras Kyoshi, la respuesta afirmativa de su tío fue seguida por una inclinación que indicó a los guardias dejar entrar a los invitados. Fue entonces cuando las grandes puertas, decoradas minuciosamente con hermosos e intrincados dragones, se abrieron y pudo verla. Entró enfundada en una armadura de metal que su amigo, el general de seguridad de Ciudad República, había mandado a confeccionar para la nueva policía, seguida de cerca por sus soldados entrenados por ella misma, con paso firme y decidido, como si las paredes de ese lugar no hubiesen sido testigos nunca de sus más bajas acciones y de su imperdonable traición. Se paró frente a él con la cabeza en alto y la espalda recta, el único que tenía de qué avergonzarse era él. Iroh los presentó.

QUEMANDONOS (toph y zuko)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora