VI

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Leise.

Domingo

13:00

Kay se marcha de mi habitación, dejándome con la respiración acelerada e incapaz de moverme.

¿Qué me está pasando?

Jamás se me ha pasado por la cabeza saltarme ninguna de las normas. Siempre he sido respetuosa y una fiel seguidora de la religión, pero Kay provoca un efecto sobre mi que no soy capaz de comprender. Es como si mi cerebro me gritara que lo aparte lejos de mí, pero mi cuerpo no obedece, como si se sintiera inevitablemente atraído hacia el suyo. Cada vez que lo tenga cerca se me nubla la visión, no soy capaz de pensar. Es como si Kay anulara todos mis sentidos y solo me permitiera sentirlo a él, su calor, su olor. Pero permitir que estos encuentros clandestinos lleguen más lejos es algo completamente inviable, no puedo hacerlo.

Por otra parte, me cabrea no ser capaz de enfrentarme a él y decirle que no vuelva a tocarme, pero cada vez que intento decírselo las palabras se atascan en mi garganta, porque a una parte de mi, la que he intentado mantener enterrada tantos años, le gusta tenerlo cerca, le gusta su roce y su aroma a perfume masculino, jabón y cuero, y me odio infinitamente por ello.

La puerta de mi habitación se abre poco después de que el pelinegro se marchase. Por suerte, he conseguido refrescarme la cara y atusarme el pelo, aparentando total normalidad antes de que Saskia entre a la habitación seguida de Franziska, la cual se marcha directamente al baño. Luce algo tensa. Saskia se sienta en su cama y acerca su mano al libro que tiene sobre su mesa de noche. Cuando lo agarra le sujeto la mano y empujo hacia abajo para obligarla a dejarlo sobre la mesa de nuevo.

—¿Qué haces? —me pregunta en un tono claramente molesto.

—No soporto que me ignores. —Sus ojos se entrecierran al mirarme.

—No te ignoro.

—Sí, sí lo haces. No nací ayer Saskia, se que estás molesta por algo...Te conozco. —Ella baja la mirada a sus manos y yo me siento junto a ella—. Ey... —Clava sus ojos en los míos—. Dime, ¿qué he hecho?

—No lo sé, Liese...Estás rara desde que llegaron los chicos. Especialmente cuando Los Milagrosos andan cerca.

Que no especifique el nombre de Kay me alivia un poco. Igual no es tan evidente la infinidad de emociones que me provoca. La mayoría malas.

—¿Qué? ¡No...! —Ella alza una ceja y aprieta los labios.

—Yo también te conozco a ti. A ti te pasa algo con ellos que no soy capaz de entender —me interrumpe. Arrugo el ceño, negando con la cabeza. Miro fugazmente al baño, preocupada de que Franziska esté escuchando nuestra conversación.

—Saskia, te prometo que no me pasa nada con ellos. Es solo que no creo que sean trigo limpio. Eso es todo.

—¿Y a qué vino el bofetón y después seguirlo? —Su mirada es acusadora. Odio que me mire de esa forma, como si no se fiara de mi.

—¡Se estaba metiendo con nuestra religión!

—¿Y por qué santos no lo reportaste a la instructora? ¡Meterse con la religión es motivo de castigo!

—¡Porque...! —Freno en seco, sin saber qué más decir. Tiene razón, una de las normas es respetar la religión, sin excepción. Debería haberle reportado, pero no he sido capaz—. No lo sé...

—¿Lo ves? No te reconozco. —Saskia sacude la cabeza y deja de mirarme, con una expresión de decepción en su rostro.

—Oye, lo siento, ¿vale? —Le sujeto las manos y ella vuelve a mirarme—. Te prometo que si vuelve a decir algo parecido se lo comunicaré inmediatamente a la instructora, ¿de acuerdo?—Ella parece meditarlo unos segundos y después asiente despacio—. ¿Amigas?

PecadoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora