Capítulo 10. En la piel del otro.

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Mientras íbamos de camino a la cena de negocios, Vittorio decidió darme una sorpresa más. Según él, era para demostrarme que en verdad deseaba que nos lleváramos bien y que trabajáramos como equipo. Así que diez minutos antes de llegar a nuestro destino: me pidió que abriera la guantera. Vittorio tenía un teléfono nuevo para mí.

— ¿Te gusta? —preguntó sin despegar la vista del frente.

—Espera un segundo ¿En verdad me darás un teléfono? —Fruncí el ceño—. ¿Por qué?

—Porque rompí el tuyo —sonrió—, pero eso no es lo importante, dime si te gusta.

—Sí, me gusta —tampoco pude evitar sonreír—. Había estado ahorrando para cambiar el mío.

En verdad me encantaba poder tener un teléfono entre las manos y lo mejor de todo: ¡era gratis! Sentía como si hubiera puesto la pieza faltante a un rompecabezas: me sentía completa. Solo que más pronto que tarde la dulzura del momento se amargó:

— ¿Lo usaras para escapar? —Frenó el carro sin cuidado alguno, haciendo que mi cinturón de seguridad se accionara—. ¿A quién llamaras primero?

La personalidad amable de Vittorio se esfumó. De pronto apareció esa personalidad que me daba miedo, esa que lo hacía sonreír con malicia, y la que le borraba toda clase de brillo en los ojos. ¿Qué diablos le pasaba? Le había jurado por mi vida que no trataría de escapar, que lo ayudaría.

Le di una mirada rápida a la pantalla del teléfono, por alguna razón la última aplicación que habían abierto era la del teléfono. Entre las últimas llamadas había un número nuevo, uno que no conocía. Decidí llamar a ese. No me importaba si era una pizzería, o el número de la fiscalía: no pediría ayuda: sabía que aunque lo intentara... nadie podría salvarme estando al otro lado del mundo.

El teléfono de Vittorio comenzó a sonar tan pronto como yo apreté el botón para llamar. Su rostro se transformó por completo, de nuevo volvió a tener ese brillo en los ojos; inclusive de sus labios se escapó una carcajada. Yo no le encontraba la gracia a lo que había hecho. Ni siquiera podía creer que me creía tan tonta como para pedir ayuda frente a sus narices.

Gracias al cielo la agonía que viví, no duró mucho. A los pocos minutos llegamos a una casa. No sabía en dónde diablos estábamos, solo sabía que de tanto viajar: mi trasero ya se había aplanado. En cuanto Vittorio quitó los seguros: bajé para estirar las piernas, ya no soportaba más.

— ¡Llegas tarde, Vittorio!

El hombre de cabello negro apareció tan rápido como llegamos. Seguramente había estado esperando horas tras la ventana, como un niño que aguarda por sus padres. Se notaba tan molesto que su cuerpo no podía esconder la tensión de sus puños. Para mi buena suerte: ni siquiera se había percatado de mi presencia.

—Sí lo sé, Sebastián —estrecharon las manos con frialdad, pude verlos a través de la ventanilla—, solo que a diferencia tuya, yo si tengo una vida propia.

En se instante: Vittorio se acercó hacia donde estaba yo. Tomo mi mano con tanta naturalidad que la piel se me puso de gallina.

En cuanto aparecí en el campo visual del hombre de cabello negro: sus puños se suavizaron, y en su rostro apareció un gesto de inmensa sorpresa ¿a caso jamás había visto a una mujer? No entendía porque tanta sorpresa.

— ¿No te da gusto conocer a mi prometida, Sebastián? —Vittorio pasó su mano sobre mi cintura.

—Nah. No puede ser —abrió más los ojos—. ¿Qué no ella es la chica rubia del Valhalla?

El Dueño De La Mafia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora