Capítulo 4. Tratado del mar Adriático.

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Tener que salir con Vittorio no era algo que me resultara agradable. En primer lugar, estar a solas con en él en un carro: me recordaba a ese día en que lo conocí, y me traía una gran melancolía al corazón; pero traté de controlarme.

Vittorio más obligado que por gusto, me confesó que estábamos en Italia; pero ¿por qué lo hizo? Resulta que me llevó a caminar por las calles de Venecia para comprar: ropa. Sí, parecía un chiste que el hombre que me había secuestrado estuviera dispuesto a comprarme ropa.

— ¿Por qué tienen que venir ellos? —señalé en discreción a los hombres que caminaban unos pasos tras nosotros—. La gente nos está mirando, y me siento rara.

—Tendrás que acostumbrarte a eso —exclamó sin sentimientos en la voz—. Mauro y Nello son mi sombra, a partir de ahora: serán también la tuya.

Vittorio estaba cumpliendo las demandas que había exigido por la noche. Me trataba como si el corazón se le hubiera consumido, y eso me sorprendió más de lo que había esperado. Creí que si me trataba mal, mi cerebro entendería por fin lo que estaba pasando; pero eso no pasó.

El chico castaño se adelantó al local para abrir la puerta, como si fuera el Alfred de Batman.

Al acercanos, mis ojos de inmediato vieron los vestidos que estaban exhibidos en los maniquíes. La mayoría de ellos tenían una vibra como si los años 60's se nos estuvieran infiltrando, aunque tenían su encanto.

La puerta tenía un letrero de madera con el nombre del lugar: Il atelier di Fazio. Las letras eran de color dorado y la "t", parecía una aguja con un hilo ensartado.

— ¡Buongiorno, signor Vittorio!

La voz chillona de una mujer, me hizo prestar atención el mostrador. En cuanto miró a Vittorio, se acercó a nosotros con entusiasmo. El aroma a flores muertas que su cabello naranja desprendía, se impregnó en mis fosas nasales. Mi cara se deformó en una mueca de asco al sentir ese aroma, pero no fui la única, pues al verme ella también me miró mal.

Se saludaron con mucha naturalidad. A pesar de que no entendía ni una pisca de italiano, sabía que el tono áspero no se despegaba de la voz de Vittorio. Al no entender lo que salía de sus bocas, mi mente se concentró en los detalles que envolvían a la mujer que estaba tratando de capturar la atención de Vittorio a toda costa.

Su uniforme constaba de un pantalón de vestir negro, y una camisa de botones; con una pañoleta roja que le colgaba del cuello. Ella era la única que llevaba el cabello suelto, las demás empleadas tras el mostrador: tenían el cabello atado en un moño.

—En cuánto llamó, aparté lo más exclusivo de la tienda para la familia Salvatore —la mujer sonrió con falsedad—. Los llevaré al salón para que pueda probarse la ropa —extendió las palmas señalando hacía el interior de la tienda—. Acompáñenme, por favor.

Creí que solo ella y yo iríamos a ese salón para mirar la ropa, pero Vittorio camino a mi lado. Cuando la mujer quitó el seguro de la puerta, Vittorio le pidió que nos diera un poco de privacidad; a lo cual esa mujer no se negó.

— ¿Qué hacemos aquí? —pregunté en cuanto cerró la puerta.

—Te compraré un vestido bonito —se sentó en uno de los sillones y sacó una cajetilla de cigarros Hamilton—. En realidad, si tú me lo pidieras: te compraría esta y todas las tiendas.

— ¿Por qué harías eso? —torcí la nariz.

— ¿Recuerdas lo que te dije antes de entrar a la casa de mi abuelo? —Encendió el cigarrillo que tenía entre los labios, y luego de darle una calada sonrió—. ¿Lo recuerdas?

El Dueño De La Mafia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora