Capítulo 7. La fiesta de compromiso. Primera parte.

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El día de la fiesta llegó más rápido de lo que mi cerebro pudo asimilar la realidad. Cuando menos me di cuenta: Fazio y su ejército de estilistas ya me habían dejado lista para regresar a la fiesta. Claro, por la mañana Vittorio me había hecho dar una entrevista, además habíamos tenido una sesión de fotos, Fazio insistió en hacerme unos cuantos arreglitos.

Al estar en la habitación, no pude evitar asomar las narices por la ventana. En el jardín desfilaban los empleados de la casa con floreros entre las manos. Había dalias blancas, gardenias y lirios malvas. El jardín estaba hermoso, aunque no entendía porque Vittorio se esforzaba tanto.

Después de un rato, la gente comenzó a llegar. Podía ver a las señoras de vestidos elegantes, con peinados que llegaban hasta el techo y todas las perlas que les adornaban el cuello. Me sentí un poco extraña, con el vestido que llevaba puesto: yo me sentía más bien como una muñeca.

Vittorio volvió a aparecer en la habitación: poco después de que el reloj marcó las dos y cuarto de la tarde. Seguía vestido con ese traje negro muy elegante de tres piezas, y la corbata que iba a juego con el color de mi vestido.

—Te daré un pequeño obsequio. Es una reliquia familiar.

— ¿Otra? —pregunté asombrada—. ¿No fue suficiente con el anillo?

—Esto es algo distinto —se acercó sonriendo—. Mira:

En seguida me mostró una cadena a la que le colgaba un dije en forma de alacrán. Se acercó a mí y se posicionó en mi espalda. Me pidió que me recogiera el cabello. Quería decirle que traer animales rastreros en las prendas de ropa: era de mala suerte (según mi abuelo): pero él siguió hablando:

—Quiero que lo uses siempre.

— ¿Por qué? —pregunté confundida.

—Porque así la gente sabrá que estas bajo mi protección.

— ¡Uy si cómo no! —me crucé de brazos—. Esto es como si le estuvieras poniendo un collar nuevo a tu perro. Dime ¿me sacaras a pasear todas las tardes?

—El collar no significa propiedad. Yo tengo el mismo —me mostró que él llevaba el mismo dije que yo—. Si quisiera mandar ese mensaje, te pediría que te tatuaras el símbolo de la orga... —las palabras y la emoción se le atoraron en la garganta.

— ¿Te atreverías a marcarme? —Alcé el tono de voz—. ¡Me vas a marcar como si fuera uno de tus tontos caballos!

—No, eso no es lo que yo dije —bufó molesto—. Solo quiero que la uses —estaba a punto de negarme, pero me interrumpió—. Y no, esto no es una cosa que este a discusión.

Con todos los días que había pasado junto a Vittorio, ya había aprendido algunos de sus patrones. Cuando la ira estaba a punto de hacer que se volviera loco, bufaba y masajeaba su entrecejo. Lo había visto haciéndolo antes, cuando se enojaba con sus gorilas (guardaespaldas).

No necesitaba que Vittorio se enojara en un día como ese. Estaría toda la tarde pegada a su brazo como si fuera un chicle en su suela, me lo había dicho la noche anterior; así que lo mejor para mí era que él estuviera en calma. Cambié el tema, a algo que sabía le regresaría el buen humor.

— ¿Sabes? —ladeé la cabeza, y le mostré una sonrisilla—. A la reportera le gusto la historia que le contamos. Dijo que ella desearía tener un romance como el nuestro.

—Entonces podremos engañar a esos viejos con facilidad —sujeto mis hombros entre sus manos y me sonrió—. Bueno, con esa sonrisa puedes podrías embelesar al mismísimo diablo.

El Dueño De La Mafia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora