El Sacerdote Maldito

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Agente, estuve varios días en casa por los dolores de cabeza... sé que es difícil de entender todo esto pero es necesario contarlo, han dicho que tienen tiempo, yo tengo todo el tiempo del mundo también.

***

No podía levantarme, ni abrir los ojos. Un día sentí una mano sobre mi hombro, y no era la de Zack, está era más fría, más temblorosa, era de Carl. Escuché cómo él y Zack murmuraban, y me dormí de nuevo.

En ese sueño me vino otra visión, y otra sensación. La angustia de sentir una tela tupida y mojada en tu cara es horrible. Por mucho que intentes respirar, el oxígeno no es el suficiente, y te vuelves débil. Los perros del infierno eran asquerosos, de tres cabezas, negros, y con una mirada de odio hacia cualquiera. Los demonios los amenazaban con agua bendita, los mantenían así a raya.
Sentí de nuevo la angustia acompañaba de una mano que rodeaba mi cuello y lo apretaba, cada vez con más intensidad. Nunca había visto el rostro de aquel torturaron, solo sabía que era un hombre. A día de hoy podría reconocerlo simplemente por sus manos, tan duras, tan frías, igual que las que me habían tocado haría un par de horas, me estremecí.

Abrí los ojos, todo en silencio. Llovía fuera y el olor a humedad envolvía la casa, que estaba caliente por la chimenea del salón. Me puse una manta por los hombros, y amarre mi pelo con una goma, estaba débil, necesitaba un chute de adrenalina, algo que me hiciera reaccionar, despertar.

Bajé las escaleras, de una en una, el frío hacía que mis pies no quisieran tocar más el suelo, y mi cuerpo tiritaba como nunca. Escuché una voz grave, rasgada y cansada proveniente de la cocina, donde la luz estaba encendida. Enseguida mis sentidos se agudizaron por una presencia, anduve sigilosamente hasta la puerta, la abrí lentamente. Zack y Carl estaban sentados ante un hombre: alto, moreno, musculoso, de unos 45 años. Nada más abrir del todo la puerta de la cocina, me miraron los tres. Zack se veía preocupado, y Carl me miró asombrado,
           -¿Quién es usted?- pregunté, el hombre se levantó, medía más que Zack, me intimidaba, me tendió la mano,
          -Soy el Sacerdote John- contestó este, le estreché la mano, y mis ojos se inundaron involuntariamente. Esa mano, fría, ruda, áspera que recorría mis dedos y mi palma. Era él, tenía que ser él, el mismo que apretaba mi cara. Zack se levantó y tras unos segundos aparté la mano lo más rápido que pude, estaba débil, no podía ni correr sin desvanecerme, Zack me sujetó por la cintura antes de que pudiera dar un paso hacia atrás.
         -Que hace este hijo del demonio aquí- dije asustada,
         -Ha venido a ayudarte-, el tono de Carl era tranquilo, como si hablase a un niño pequeño,
         -Me hubiera ayudado más sin estrangularme ni torturarme. Quiero que salgas de mi casa, estás maldito, eres escoria humano de mierda- dije. Me estaba conteniendo, me mordí la lengua ante la impotencia de no poder hacerle lo mismo que él me hacía a mí. Noté mis ojos negros por la ira que sentía hacia aquel ser despreciable, tomé aire entrecortadamente. El hombre me miraba serio y sacó una pequeña caja negra de su bolsa, inmediatamente sentí rechazo por lo que hubiera dentro,
         -Si no te relajas no podré ayudarte- dijo despacio y mirándome fijamente. Fui al salón con Zack y me senté en el sillón.

El hombre sacó de la caja amuletos y partes secas de animales y árboles. Puso incienso y pasó su mano por mi cabeza, estaba perpleja a la par de confusa, me hacía reír lo que hacía, no iba a servir de nada, obviamente.

Tras unos minutos concluyó su ritual y con la voz distante que le caracterizaba dijo,
           -Listo-, me incorporé, ¿Cómo qué listo? Me sentía igual que antes pero un poco más patética por aceptar esa mierda de vudú, le miré,
           -Me siento igual que antes- dije tragando saliva fuertemente,
           -Tus poderes están volviendo, no estás enferma, tu cuerpo se está preparando para vivir con ellos siendo mortal-,
           -¿Cómo? Has dicho ¿Mortal?-, no me lo podía creer, teniendo casi 1000 años ahora podía morir,
            -De vieja no vas a morir, pero sí pueden dañarte físicamente hasta matarte- añadió el Sacerdote mientras cerraba su maletín, me quedé en silencio sin saber que hacer o qué decir, mis poderes iban a volver, lo presentía, pero con ellos iban a volver los problemas con los ángeles y con los demonios.

***

Se fue, se fue y no volvió esa sensación de incomodidad conmigo misma, estaba en el sofá, sentada frente a la chimenea, pensando en qué podrían llegan a ser los dos bandos a Zack, lo más preciado que tenía. Él se sentó despacio junto a mi, tenía ojeras, se le veía cansado,
       -Has vuelto- dijo mientras ponía su mano en mi cara, suspiré y analicé sus gestos, su expresión, sus formas, todo él estaba dentro de mi cabeza. Nos fundimos en un abrazo, y luego en un beso.

Estuvimos tumbados en la cama hablando y mirándonos, Zack me preguntaba sobre mi vida en el Edén y el porqué de que yo estuviera con él, mi respuesta:

"Sé perfectamente lo que es pecar, y las consecuencias de ello, pero vivir en el Edén no se puede comparar a tenerte a mi lado."

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⏰ Última actualización: Jan 13, 2020 ⏰

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