VIII

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Jarvis no tenía que esforzarse mucho para saber en qué lugar podría estar Howard. El omega se había asegurado de tener pequeños nidos regados por toda la mansión y el mayordomo se había aprendido de memoria cada uno de ellos. El de la sala principal junto a la chimenea, el de las terrazas, el de los jardines y el casi todas las habitaciones del enorme complejo. No eran tan elaborados como los que alguna vez vio a su propia madre preparar pero eran lo suficientemente cómodos para que el omega y su pequeño cachorro se sintieran a gusto y seguros. Sus nidos contaban con suaves mantas y varias almohadas en el lugar más cálido de la habitación además de alguna cosa que le recordara a su alfa, como ropa, prendedores para cabello y en ciertas ocasiones había visto al contrario cargar con algún par de fotos de su alfa. María se la pasaba fuera de la mansión la mayoría del tiempo, era normal que Howard la extrañara o se sintiera desprotegido en esa enorme casa. Después del parto los omegas solían volverse más vulnerables en todos los aspectos y Howard no era la excepción.

"No le vendría mal un descanso, señor." Jarvis se acercó hasta donde el omega se encontraba y dejó sobre la pequeña mesa una bandeja con un par de tazas y una tetera. La tarde estaba cayendo sobre la ciudad de Nueva York y tanto el omega como su pequeño se encontraban sentados en su lugar favorito en medio del jardín principal donde crecía un sinfín de flores de diferentes colores, pasto fresco, árboles de manzanos y uno que otro arbusto de bayas. Gracias al cálido verano el lugar era un paraíso único en toda la mansión.

"Estoy en mi descanso ¿no ves?" El omega le dedicó una sonrisa rápida y regresó su vista a su pequeñito que estaba recostado en una manta sobre el pasto mientras prestaba más atención a las hojas que se movían sobre ellos que a la voz de su padre.

Jarvis sirvió un poco de té en cada taza y se agachó con cuidado para sentarse junto al omega y le tendió una de ellas.

"Puedo verlo claramente." El beta dijo mientras su vista también se posaba en el bebé. Tony tenía apenas un mes de edad pero era lo bastante inquieto como para agotar al omega que se esforzaba por mantenerlo contento a lo largo del día. Howard no se alejaba ni un segundo de su hijo, a donde quiera que se moviera ahí llevaba al pequeño con él. El beta se divertía viendo como cada día la caravana de sirvientes seguía al omega de la casa con todas las cosas que necesitaba para instalarse en algún rincón de la mansión.

"Gracias..." Howard mencionó cuando sostuvo entre sus manos la taza que Jarvis le había dado. Tanto el omega como el beta no dijeron nada por un muy buen rato, solo se concentraron en beber de sus tazas y en observar como el pequeñito comenzaba a cerrar sus ojos gracias al arrullo del aire y el sonido de los pajarillos sobre los árboles. Jarvis también cerró los suyos dejando que el aire acariciara su rostro por unos segundos y disfrutó de la tranquilidad del momento.

"No va a ser mi único bebé..." el omega dijo acompañado de una enorme sonrisa. "Tony es el mayor pero no será así por mucho tiempo."

Edwin sonrió al ver el entusiasmo del omega al pensar sobre el futuro.

"¿Cuántos mini monstruos llorones más tendremos en la casa? para ir capacitando al personal de una buena vez" Jarvis dijo entre risitas y recibió como respuesta un codazo por parte del omega que había dejado su taza por un costado.

"No lo sé, pienso en otro precioso igualito a Tony... ¡O tal vez una niña! o ¿por qué no los dos?"

El entusiasmo de Howard era tan genuino que hizo creer a Jarvis en un futuro brillante y feliz.

"Suena maravilloso." El beta alzó una de sus manos y apretó levemente una de las mejillas del omega en un gesto suave y dulce. Howard se sonrojó pero no alejó el agarre del contrario.

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