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Las luces blancas son cegadoras, el sonido del electrocardiograma empieza a estresarme; estoy en un hospital, sosteniendo una mano que es el doble de grande que la mía. 

Las lágrimas se han secado, he pasado los últimos treinta días llorando y rogándole a Dios por qué abra los ojos. No lo hace. Las posibilidades son mínimas, aún así no pierdo la fe y mucho menos la esperanza de que esto es un mal sueño, pero los pellizcos diarios me traen a mi realidad.  

— Debería irse a descansar— 

La mujer de traje blanco e impecable hace acto de presencia en la habitación, tiene que hacer su rondín diario y por milésima vez le miro con recelo. 

— ¿Debería dejarlo aquí solo? ¿Que pasa si despierta? — 

Respondo y es inevitable que el cansancio en mi voz pase por alto. 

— El doctor viene a hablar con usted en unos minutos, compermiso. — 

La enfermera hizo una especie de reverencia y se retira del lugar. 

Paso la mirada al hombre frente a mí, su semblante era tranquilo que de pronto me surge la duda de saber que soñaba, por qué… estaba soñando ¿Verdad?.  

Sus labios estaban secos, no hay rastro de color alguno, sonrío al instante pues recuerdo que él odiaba tener sus labios partidos. Siempre cargaba consigo un bálsamo sabor a melocotón; fue entonces que descubrí cuán adictivo podía resultar ese sabor, aunque Yukhei tenía otra teoría… Afirmaba que me gustaba mucho el sabor del melocotón debido a que lo probaba de sus labios, resultaba muy egoso en ocasiones. 

De mi bolso de mano saco aquel peculiar bálsamo, me levanto de la silla que estaba a su lado y en su defecto, me siento sobre la camilla ligeramente destendida.

Con cuidado delineo los carnosos labios con ayuda del humectante y fue por arte de magia que toman un color rosa pálido. Admiro las rizadas pestañas y la pequeña cicatriz en su ceja derecha. Amaba cada defecto, para mí él era perfecto. 

La puerta de la habitación es golpeada con sutileza y luego deja a la vista el grisáceo cabello del doctor que estaba a cargo; al entrar cierra la puerta tras de sí y sus charoleados zapatos negros me indicaban que se acerca a mí. 

— No está permitido maquillar a los pacientes o al menos no en este hospital. — Comenta tratando de ser gracioso, yo solo me dedico a esbozar una sonrisa de lado.

Se genera un incómodo silencio, así que tengo que romper la barrera de la comunicación

— Sé por qué está aquí y la respuesta es no. —

Comento sin apartar la mirada de mi amado, solo me limitoa aferrarme a su calidez casi inexistente. 

— Señorita, Han… — 

— Corrección, soy Wong, sigo siendo su prometida. — 

Elevo mi lado derecha para que el hombre de anteojos mirara el anillo en mi dedo.   

Puedo escuchar que respira hondo y se sienta en la silla que yo había ocupado durante esa lúgubre mañana de otoño. 

— Bien, señorita Wong… ha pasado un mes desde que está internado y no ha tenido mejora alguna, su cerebro no reacciona a ninguno de los estímulos. Eso no es normal. — 

Hace una pausa y se acomoda las gafas en el tabique de su nariz. Luego continua.

— Lo que quiero decir es que… Él no está sufriendo y no va a sufrir si lo desconectamos, tú eres la única perjudicada aquí.

Por primera vez durante todo esos quince minutos me digno a verlo y por supuesto, no de buena manera. 

— ¿Tiene idea de lo que me está pidiendo?, Además hay muchas personas más que duran tiempo en estado vegetal y salen de el. No veo por qué negarse a seguir dándole atención, ¡Te pago por ello! — 

Mi voz se alza y el hombre me observa con una clara preocupación, suspiro con pesadez y me relajo.

— Lo sé, será una decisión difícil pero no te pido que lo hagas hoy o mañana… consultalo con tu almohada. — 

Se levanta de su asiento y palmea mi espalda, como si eso pudiera reconfortarme, se retira y me deja sola. Mis manos tallan con frustración mi demacrado rostro y mi cerebro deja de carburar por un momento. ¿Que se suponía que debía hacer? De una cosa estaba segura y es que no quiero dejarlo ir… no puedo perderlo. No a él.

Sin permiso alguno, una lágrima cae rodando por mi mejilla izquierda, al parecer me equivoqué al creer que se habían agotado, me equivoqué al creer que era una mujer fuerte. 

Observo un suave movimiento de su dedo índice, fue rápido y según el doctor, son reacciones inerciales del cuerpo humano; como cuando en la morgue los muertos movían un brazo o una pierna. 

Me levanto de la camilla y deposito un beso sobre su frente. Iría a casa a mentalizarme a qué él no volvera a mí. 

« Put It Straight »Donde viven las historias. Descúbrelo ahora