TODO SUCEDIÓ BAJÓ COPOS DE NIEVE.

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CAPÍTULO 2.

Cuando él se volvió con las manos vacías, Candy supo que le esperaba una noche helada, y muy,  muy difícil.

--No hay --concluyó él -- ¿Tienes algún otro medio para calentar? Quizás haya alguna estufa eléctrica.

--No. Use el horno pero se agotó el gas de la garrafa.

Él se volvió hacia un casillero con puerta de chapa, lo abrió y observó las dos garrafas. Una era un cilindro de 30 kg y la otra de 15. Supuso que la pequeña era la de repuesto por que estaba llena, la más grande era la que estaba conectada. Miro que las herramientas que estaban colgadas; una llave y teflón. Cerró la válvula, desconecto el regulador y cambió la manguera de garrafa.

--Probemos la cocina --propuso. Se encaminó a la cocina y Candy le siguió. Encendió la hornalla y comprobó que la conexión funcionaba. Resolver este problema había sido fácil, pensó él, pero si esa mujer utilizaba el gas para calentarse difícilmente le duraría los dos días que la ruta estaría cerrada. Además, era peligroso mantener el horno encendido por la combustión, pensó que no era su problema y que los turistas desprevenidos lo tenían cansado. No era la primera vez que alguien golpeaba a su puerta con alguna necesidad como si él fuera el dueño de la cabaña que alquilaban. Y sin embargo, si era la primera vez que lo hacían por un problema serio, de verdad. Los demás tan sólo pedían una taza de azúcar o algún elemento prestado. en esa casa hacia tanto frío como afuera y no le deseaba una noche allí a nadie, de quedarse en esa cabaña esa mujer hasta podía sufrir de hipotermia. Apago la hornaza y giro para decirle que el gas funcionaba. Al verla no pudo emitir sonido. Ella estaba de brazos cruzados tiritando de frío. Sus ojos color verdes que a pesar de todo brillaban como luciérnagas, estaban más brillantes, y su cabello rubio ondulado, pensó, estaba sujeto en un rodete, tal vez si hubiera soltado el pelo al menos se hubiera protegido el cuello, pero por alguna razón le pareció que ella se sentía cómoda a si en ese momento. Era una chica bastante guapa. Y en ese instante supo que no podía desentenderse del problema.

--Si tuviera una estufa eléctrica se la prestaría --dijo.

-- No importa hizo todo lo que pudo, gracias.

--Puede venir a mi casa, claro si quiere. Tengo habitaciones libres. Para Candy fue como si le ofrecieran ser la primera en la lista de enfermera en un hospital del que nunca podría formar parte. Aceptar ir a la cabaña de un desconocido, sería entrar en la boca del lobo. Había aprendido de los noticieros de las experiencias ajenas y las películas. La única persona que sabía que se encontraban allí, era la persona a la que le había alquilado la cabaña. A quién sólo conocía por un par de mensajes que habían intercambiado a través del chat de la página web de alojamientos. No le convenía confiar en un desconocido. Por otro lado además de lo tentador que resultaba pasar la noche al abrigo de la calefacción, estaba la sensación de que su vecino era confiable y muy guapo. Si hubiera querido lastimarla,  podría haberlo hecho antes de que ella siquiera se percatara de su presencia. Recordó también por las películas que las personas del interior solían ser solidarias, no estaban contaminadas con la inseguridad y la suspicacia de la ciudad. En especial Los Montañeses, que estaban acostumbrados a ayudarse entre sí. Aún a si y a su pesar de que todavía estaba indecisa su corazón le gritó que aceptara.

--¿Vive solo? --Indagó. Talvez su novia estaría ahora mismo buscándolo. --¿Está seguro de que puedo dormir en su casa? Volvió a preguntar, la otra pregunta había sido muy personal. --Me da vergüenza, no quisiera ser una molestia.

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