LO ÚNICO QUE IMPORTA

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No había habido un invierno tan frío en más de diez años. No siempre era necesario poner la calefacción en Oakland, porque solía hacer un clima bastante agradable incluso en la estación más fría. Pero aquel mes de Enero todas las casas de la ciudad tenían sus climatizadores funcionando. O al menos, todas las que se lo podían permitir.

- ¿Por qué no compraría una casa con chimenea? – maldecía Aidan entre dientes, aunque en realidad sabía la respuesta: la chimenea era un plus que no podía asumir. Había logrado a duras penas que el banco aceptara concederle una hipoteca por aquella vivienda de dos pisos, de un tamaño más grande que el que nunca hubiera soñado tener. Parte de él aún pensaba que el banco había accedido por pena. Por pena, o porque tenía mucha fe en su reciente carrera como escritor.

Les habían cortado el gas aquella mañana, así que no tenía calefacción ni agua caliente. Y era lo segundo lo que más le preocupaba, dado que ya no podía seguir evitando que sus hijos se bañaran. A Alejandro se le había escapado el pis aquella tarde y si no le aseaba bien se iba a escocer.

- Vamos a jugar a un juego – les dijo a Ted y a Alejandro, sentándoles en el sofá. - ¿Quién quiere jugar a la Edad Media?

- ¿Cómo se juega a eso? – quiso saber Ted, con curiosidad.

"Siendo pobre", estuvo tentado de responder Aidan. La amargura lo carcomía por dentro, pero quería trasmitir a sus hermanos la sensación de que todo iba a ir bien.

- En la Edad Media no tenían agua caliente, así que tenían que llenar ollas con agua fría y calentarla al fuego. Los príncipes esperaban en el baño mientras los sirvientes les llenaban la bañera.

- ¿Y yo que soy? – inquirió Ted.

- Príncipe, campeón. Tú siempre serás mi príncipe – le aseguró.

Ted estaba en una época en la que le gustaba disfrazarse o ponerse cualquier cosa y fingir que era un perfecto traje de superhéroe, de médico o de lo que tocara. Así que el juego enseguida llamó su atención. A él no fue difícil convencerle. Más complicado era conseguir que Alejandro fuera al baño, pues él solo entraba a la bañera cuando estaba llena de burbujas. Por añadidura, Aidan tenía que estar en la cocina, calentando ollas de agua, mientras los niños estaban solos en el baño, algo que no le gustaba un pelo y que de todas formas era muy difícil de lograr: Alejandro se salía cada dos minutos, aburrido de esperar, y las ollas tardaban en calentarse.

- A ver, que ya va.... Lejos de la bañera los dos ahora, ¿vale? No os vayáis a quemar – avisó Aidan, aunque previamente se había cerciorado de que el agua no estuviera hirviendo, sino solamente templada. Cuando echó el contenido de la olla en la bañera, se le cayó el alma a los pies: el agua apenas tenía la profundidad de un dedo. Tendría que hacer más de veinte viajes si quería que hubiera el agua suficiente como para asear a sus dos hijos, por más que hiciera que los dos se bañaran a la vez.

Cuando iba por el viaje número cinco, el agua de la bañera se quedó fría. Aidan no tenía mucha práctica en esa clase de apaños, y mientras tanto los niños esperaban, de pie en la puerta del baño.

- Papáaaa, este juego es aburrido – protestó Ted. – Mejor vamos a bañarnos normal, ¿sí? – propuso, con toda su inocencia.

Aidan sintió que se le estrujaba el corazón. En ese momento se arrepintió de haberse empeñado en tener una Navidad con ciertos caprichos. Se arrepintió del cochecito que le había comprado a Ted y del peluche con luces que le había dado a Jandro. Se dijo que, de no haberlo hecho, tal vez habría tenido dinero suficiente para pagar la calefacción. Pero sabía que ni con eso hubiera bastado y la sonrisa de ilusión de sus hijos no podía medirse en dinero. Aquellas habían sido las primeras Navidades de Alejandro con ellos, y Aidan no hubiera soportado ver lágrimas de desilusión en su rostro.

Un hermano y peque historias (precuela de "Once historias y un hermano")Donde viven las historias. Descúbrelo ahora