𝐈𝐈

50 4 5
                                    

"Un arma de poder divino, envainada con decisión y oscilada con la fuerza y la voluntad de un hombre de bien es la destructora de todo mal. Usada con malicia, portada por la desdicha, la vergüenza, la frustración y el pudor, será la destructora de tu propio bien.
Descansa en la perfección, en el seno de la vida y el templo del ser. Busca en lo profundo de la mayor creación de toda deidad y tras abrir las puertas de la lucidez, ahí la encontrarás y no habrá nada que pueda detenerte, nada que pueda frenarte, ni nada que pueda ejercer en ti el poder de la derrota; la duda no será más un problema."

Sigues siendo tan lento como una tortuga, Tízoc ¿te está enseñando bien el viejo?— Burlón el tono en el que la ganadora Zahmantlia se dirigió al agotado Tízoc, que llegó a penas segundos después que ella.

No... Saliste antes que yo, ¡te hubiera ganado si hubiera sido parejo!— Refunfuñó el más pequeño.

Los combates no son parejos, o das lo mejor de ti o el Mictlán te espera sin acelerarse, Tízoc.— Una voz grave fué la que respondió por la pequeña Zahmantlia. Achcauhtli ya los estaba esperando desde varias horas atrás.

Opacando la luz del gran sol, el viejo Achcauhtli infundía un inmenso respeto que se acercaba demasiado a la línea que lo separaba del temor entre todos en Amoxtli. La sola profundidad de su voz recalcaba la necesidad de Tízoc de dejar su niñez de lado y convertirse en un hombre de verdad.
Sus grandes ojos azul pálido se incrustaban en el alma del pequeño cada vez que este era regañado por el más mínimo error que pudiese cometer, desde un paso mal hasta uno garrafal que pudiera determinar el fin de un combate.

No puedes esperar que tu rival sea un combatiente limpio. No es así. En un combate, debes buscar la menor de las posibilidades que tengas para vencer. Sea cual sea debes tomarla y vencer.— De pie frente a Tízoc y dando la espalda a su casa y más atrás a la frondosa, oscura y húmeda selva sin fin, Achcauhtli mantiene en su mano derecha un pequeño cuchillo de obsidiana. Negro como la piel que recubre su cuerpo y brillante como el sol que les arropa desde lo alto. —Es momento de cazar, Tízoc.

Tízoc no pareció comprender en un primer momento a qué se refería Achcauhtli ¿Cazar? ¿Cazar en donde, qué? Aguardó en silencio unos segundos, esperando alguna explicación más detallada por parte del viejo, más no recibió nada semejante.

Pero yo... No... No puedo. — Tartamudeó Tízoc lleno de inseguridades, pues sabía que el decir "No puedo" frente al viejo, era un acto imperdonable.

El caballero le arrebató el alma a Tízoc con una mirada llena de decepción y hasta cierto punto, amenaza.
Quizá la caza era un paso muy adelantado para un niño de la edad de Tízoc, pero el caballero difería de esa idea. El verdadero valor y el coraje no se encuentra en el cuerpo, sino en el alma.

Entonces largo de aquí. No pienso gastar más energía en un mocoso inútil. Si deseas seguir con tus pruebas, toma el cuchillo y entra en la selva de una vez.— Su voz se había tornado severa, castigando al pequeño y chimuelo Tízoc.

Zahmantlia se encontraba detrás de Tízoc, algo temerosa del caballero y lo que fuera a pasarle a Tízoc. Pero tenía confianza en él, ya antes lo había visto en sus diarios entrenamientos.

Toma el cuchillo, Tízoc. ¡Tú puedes!— Le animó ella en un susurro cálido. — Yo estaré aquí esperandote cuando regreses con un gran Jaguar sobre los hombros.—

Como un signo de ayuda más, le dió un pequeño empujón en la espalda Tízoc, quedando a tan solo centímetros de tomar el cuchillo de obsidiana en manos del Caballero, que mantenía su mirada fija, clavada a su alma.
En veces, Tízoc pensaba que Achcauhtli no era alguien como él, como Komon o como su abuela, sino que era algún muerto viviente traído desde el Mictlán pues nunca parecía estar satisfecho o contento con las cosas que él hacía y siempre parecía que un aura oscura le rodeaba.

Aztlán: El Arma Dorada. |Cancelada|.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora