Tízoc quería volver, ver qué había sucedido con Amoxtli, con su pequeño pueblo después del ataque, que tan poco recordaba de él.
Mas Gheebara le decía que no era necesario, una y otra vez.
"No hay nada que ver, enano." "No es necesario." "¿Qué quieres ir a ver? ¿Cenizas?"
Y aún con la duda y la "necesidad" de ir, seguiría obedeciendo al Jaguar. Después de todo, era el único que se preocupaba aunque fuera un poco por él.Al salir de la jungla, la inmensa y maravillosa Tenochtitlán resplandeció con un brillo que Tízoc pensó, era celestial.
La ciudad, en medio de un lago gigantezco conectaba con las orillas del mismo por cuatro puentes igualmente grandes, majestuosos. Cuatro entradas principales, cada una apuntando a los cuatro puntos cardinales. Tízoc recordó las historias de la abuela, ¿Sería así como se vería el "Tlatocán"? Con los cuatro árboles gigantes que sostienen la cúpula celeste y evitan que el inframundo y los cielos se junten en el Tlaltícpac, la tierra horizontal.Salió el pequeño niño de los matorrales húmedos de la jungla. Con una sonrisa inmensa plasmada en el rostro, admirando la gran capital del imperio Azteca. Sentía incluso su alma vibrar, sentirse pequeña al lado de uno de los grandes soportes de los puentes principales.
Corrió por uno de los puentes de roca, chocó con algunas personas un par de veces, mismas que se disculpó con la sonrisa aún en el rostro.
Llevaba en sus manos un trozo cristalino de uno de los objetos que Gheebara poseeía en su cueva. Parecía una piedra, pero era circular, con un contorno dorado y en él, Tízoc podía verse a sí mismo, como en el agua. ¡Le darían mucha comida a cambio de un tesoro como ese!La gente era muy parecida, con ropas limpias de muchas telas y materiales diferentes, con niños pequeños muchos de ellos.
Tízoc extrañaba el calor de la abuela. Mecerse en su regazo mientras esperaba a Komon, al lado de la chimenea... Ahora, esos recuerdos se veían muy lejos.Sin prestar atención a donde caminaba, algo grande chocó contra él. El golpe le hizo caer al suelo, levantando algo de polvo.
— Oh, perdona, pequeño. ¿Estás bien?— La voz femenina arriba hizo a Tízoc levantar la cabeza.
Una mujer hermosa donde se le viera. Con un tocado hermoso sobre su cabeza, con plumas de colores en él, que fué lo primero que Tízoc notó.
— ¡Eh, señora! ¿¡Cómo consiguió plumas de Quetzalcoatl!? ¿Lo vió? ¿Es tan grande como dicen? ¿Es cierto que lanza polvillo dorado de paz a donde quiera que vuela?— En seguida se levantó, tomando entre sus pequeñas manos los ropajes de la mujer, quien se echó a reir.
— Oh, sí, sí. Yo lo ví. Es muy buen amigo mío.— Respondió. Los ojos del pequeño brillaron.
— ¿De verdad? ¿¡Podrías decirle que me deje pasear sobre él!? ¡Anda, sólo un ratito! ¡Quiero ir a la gran vasija de fuego! ¡Oh, oh, y a la ciudad bañada en agua caliente!
— Yo le diré pequeño. — Rió la mujer. — ¿Cuál es tu nombre, pequeño? Yo, me llamo Yva.
— Yva... Mi abuelita me puso Tíz, el gran Tízoc. — El pequeño esbozó una sonrisa.Yva, quien se encaminaba a su casa, le llamó la atención algo del pequeño niño. Llevába en sus manos un objeto muy... Interesante. Yva clavó su mirada en él, casi hasta que Tízoc se dió cuenta de ello.
— Ah... Tízoc, ¿qué es eso que llevas ahí? Es muy bonito.
— ¿Esto? Hum... No lo sé. Estaba en la cueva de Bagheera y lo tomé. — Tízoc miró detenidamente la piedra rara en sus manos.
— ¿Bagheera es tu papá?
— ¡No! Bagheera es un gatote negro, grandote grandote. Es algo cascarrabias, pero es bueno.
— ... ¿Un qué?... — Preguntó Yva, con una mueca en el rostro.
— ¡Y habla!
— ... Tíz, ¿Donde está tu abuelita ahora, eh? Creo que es mejor que vuelvas con ella, antes de que más personas nos vean... Raro.
ESTÁS LEYENDO
Aztlán: El Arma Dorada. |Cancelada|.
FantasyLa gente Azteca siempre ha creído en las deidades, señores de todo lo divino y creadores de todo lo demás. Hasta que uno descubrió su secreto; los dioses son mortales. Entonces, un nuevo dios intenta renacer, suplantar a Tonatiuh, ser un mejor dios...