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Cinco hombres, no, cinco de los mejores soldados de todo el imperio Azteca serían elegidos. El fragmento debía de estar con sus legítimos dueños y señores, con la sangre Azteca.
De ser cierta la leyenda, dos fragmentos más tendrían que existir, pero eso ya sería trabajo para otro tlatoani, el tiempo de Miraak en la tierra, como el de todos los demás, era contado.
Entonces, se firmó una fecha. Se daría comienzo a las prácticas bélicas, en nombre del patrono.

Un nuevo amanecer se asomó por el horizonte, desde el inframundo. Tonatiuh había ganado de nuevo a los espíritus oscuros y con ello, trajo un nuevo día a su gente bajo la cúpula celeste.
A primera hora, el tlatoani llamó a toda Tenochtitlán.
Desde la cima del templo mayor, bajo el ardiente sol y formando una sombra inmensa, Miraak tenía al pueblo en su totalidad a su mirada, bajo sus pies.
Atentos, curiosos y en casi total silencio.

¡Hombres y mujeres, hermanos y hermanas mías! Fuí contactado por Reggin, el líder supremo de nuestros no tan amistosos amigos Tlaxcaltecas.─ La multitud se temía lo peor, una declaración de guerra. ─ Me ha dicho, que poseen en su haber algo que nosotros queremos. ¡Algo que nos abrirá las puertas a la gran Aztlán, a nuestra tierra blanca!

Miraak se alzó con gracia, con los brazos en paralelo al suelo. El sol le golpeó en el rostro por unos segundos. En la aglomeración de gente al fondo comenzaba a desatarse las dudas, el pueblo no daba fé a ello.
Mas si su Tlatoani lo decía, debía de ser cierto.

Tranquila, mi gente. Sé cómo suena, como una fantasía. Pero el pueblo enemigo no está en condiciones de mentirme a la cara. ¡No puede tomarnos como idiotas! Su gente está muriendo, su pueblo está muerto de hambre, comiéndose su propia mierda.
Hermanos, cinco de ustedes tendrán que sangrar y traer hasta este, su templo mayor, a cinco enemigos. Entonces se hará el tributo a los dioses, ¡Y el pueblo Tlaxcalteca nos dará lo que por herencia nos pertenece! ─ Miraak descansó unos segundos la voz, su anuncio aún no estaba por terminar. ─ Por la importancia que tiene que ganemos, solo caballeros águila y jaguar podrán ser seleccionados, ¡pero todos nosotros nos alzaremos como siempre, y les daremos de beber a los dioses la sangre caliente de nuestros enemigos directamente desde su corazón!

El pueblo azteca estalló en un grito uniforme desde lo más profundo de sus gargantas, un poderoso grito de orgullo, de batalla.
Levantaron sus fornidos y tostados brazos uno a uno, con fuerza en señal de guerra. Estaban preparados, y los orgullosos caballeros en seguida se acercaron, deseosos de dar su vida de ser necesario.

Pero las copas de los árboles tenían ojos y oídos.
Los granates en sus collares brillaron cuando el sol les salpicó.
Dentro de aquellos repugnantes seres buscados por el gobierno azteca, un miserable conjunto estaba entre los puestos más altos, todos sus intentos de traición eran despreciables y no merecían perdón alguno.
Con sus distintivos colgantes de oro, con una gema de granate en el centro, cualquiera que fuera visto tenía que ser ejecutado de cualquier manera, de la más asquerosa, repugnante y humillante posible.

Mas siempre estaban atentos, mirando desde lo profundo de la nada. Nada pasaba en la gran ciudad sin que ellos se dieran cuenta, ni si quiera las cosas más infimas.

El Tlatoani, ayudado de sus sobordinados y a su derecha un hombre de la nobleza. Un hombre alto, adorna su narina con un trozo de madera oscura y una piedra oscura perfora el hueco en su mentón bajo el que cuelga su barba desaliñada y enredada.

El tlatoani se dirigió hasta él.

Tahír. Noble, me permitiré que me señale a sus compañeros más poderosos. Aquellos que podrían amputarle la cabeza a una res con una cuchilla de obsidiana. ─ Miraak le dejó espacio al hombre, que sonrió y se acercó al pueblo.
Si escuchan su nombre, den un paso adelante. Si no, entonces no lo hagan, por favor, hijos míos. ─ Ojeó por encima los rostros que recordaba. ─ Yerail, el hombre que despedazó a un jaguar con sus manos. Aeridin, campeón en los entrenamientos. Fahrlitl, el azote del Kakasbal. Alfreilt, el hombre sin miedos ni sentimientos.

Aztlán: El Arma Dorada. |Cancelada|.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora