I:El juego comienza. (1)

42 15 4
                                    


1.

- él era bueno. - volvió a decir la señora Marves, lo dijo con una voz apagada casi espectral debido al cansancio del día, aquel agotador y horrendo día - él era bueno... - volvió a decir. Casi como diciendo "estas serán mis últimas palabra, guárdalas bien Thomas, no dejes que nadie más las escuche... guárdalas bien" - él era muy bueno - y después de tanto proclamar aquella oración, (en lo que pareció a oídos de Thomas una tortura), la vieja mujer rompió el sollozo en silencio. Allí, recostada contra la pared. Medio sentado y decaído.

La señora Blanca Marrien Marves era ya mayor para ese entonces. Unos sesenta años me atrevería a decir sin temor a equivocarme. Para aquel entonces vivía sola, ella en su pequeña casa pueblerina. Ella y su soledad. Ni hijos, ni esposo, solo ella y su soledad. A Thomas le parecía algo triste, pero nunca la había divisado triste, nunca. Así que asimilaba que disfrutaba estar sola. Tanto como el disfrutaba correr por las tardes, casi hasta que se le saliera el corazón y luego corría de nuevo, siempre por deporte y diversión. Pero si volvía a correr de nuevo (tal vez ese mismo día), no sería por diversión sino por temor. De seguro que sus ejercicios matutinos se podían comparar con la extraña felicidad que sentía la señora Marves al estar sola, eso sí... ella estaba sola porque quería estarlo y el corría por querer correr, no por huir. Por ahora.

Aunque viéndolo desde una perspectiva razonable se podría decir que no estaba sola. ¿No?, por supuesto que no. ella lo tenía a él. Siempre la había considerado familia. Desde que la conoció la había considerado extrañamente parte de su familia, la considero un ser querido muy preciado para él. Atesorando la relación, pero sin saber en realidad porque lo hacía.

Thomas la observo, ella tenía la piel arrugada, su cabellera blanca le caía esparramada por esta, como aquel que estuviera corriendo o haciendo mucho esfuerzo (él lo sabía de pulso). sus ropas, algo llenas de sangre, aquella ropa conservadora y extrañamente a la moda, esa ropa que cualquiera se imagina en una mujer de aquella edad, esta mujer que no se avergüenza de su edad haciéndola relucir. Esa ropa estaba manchada de sangre. Tal vez ayer hubiera sido diferente si la encontraba con la ropa y su cabello así, tal vez pensaría en que se tropezó y al caer le paso aquel incidente, o algo parecido. Hubiera pensado que le había pasado un accidente. Pero hoy era hoy, y sabía que había pasado, que accidente le había ocurrido y a el también... y a todos... todos las personas que se mataron entre sí. Si no lo hubiera visto de seguro no creería que una persona normal y cuerda podría transformarse en... un monstruo... monstruos. Sí. Él nunca lo hubiera creído, ni que se lo hubiese dicho la persona con más credibilidad del mundo Si eso hubiera pasado él hubiera dicho.

"- eso de seguro es otro mito urbano... (Hubiera dicho), otro más para el monto". Pero él lo había vivido en carne propia. Junto con su vecina. El y su anciana vecina. Ellos vieron como su pequeño pueblo de menos de tres mil habitantes se volvía... locos. Pero, "¿porque?". Él no sabía, simplemente especulaba. Un virus, una posición demoniaca, simple locura que ya hacia dentro de cada uno de nosotros, esperando a despertar y desatar terror... ¡No! Eso no podía ser, tenía que ser cualquier cosa menos esa. No aceptaba que eso fuera parte de la naturaleza humana. No podía ni quería aceptar, que aquella locura existiera siempre, dormida, esperando a despertar.

Pero al final seguían siendo simples conclusiones de un adolescente, de un niño, de un joven que no sabía el porqué de aquella situación insólita, y no lo iba saber. Allí se sumía todo, en aquel instante donde el descansaba de su jornada de horror. Sentado, en aquel cobertizo estrecho, cuadrado, con una sola puerta y sin ventana alguna. La oscuridad no reinaba, la luz de la tarde se filtraba por las comisuras de la puerta. Alumbrándoles a ellos. Ahora solo se tenían a ellos. Después de todo... su madre ya no estaba. No muerta, sino loca. Al igual que los demás. Loca y desquiciada, la ira dominaba haciéndola desear muerte. Eso también lo suponía... la había dejado en casa encerada la última vez que la vio, y suponía que se comportaba igual que los demás. "demente".

Juego de poder: Orden y CaosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora