Capítulo 9: No me sueltes II

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Narra Luis

Sigue tratando de zafarse de mi agarre pero finalmente logro abrazarla y después de unos empujones más se rinde.

Se rinde. Y rompe a llorar.

- Ya está, tranquila – le digo mientras dejo besos en su pelo y la abrazo con fuerza, tratando de unir todas sus piezas rotas. Y es que nunca la he visto así, y me rompe el corazón.

Aitana sigue llorando y su respiración se agita. Mucho.

- Ey, ey, - le digo apartándola de mi pecho para verla. Tiene los ojos inyectados de sangre y su pecho baja y sube a un ritmo frenético. Cojo sus manos para intentar tranquilizarla

- Lu-Luis, no puedo...

- Joder, a ver, siéntate – le digo mientras la ayudo a sentarse en el suelo con su espalda contra el sofá y yo me posiciono frente a ella de rodillas. Se lleva una mano al pecho mientras noto como se le hace imposible llenar sus pulmones de aire

- Aitana, mírame. Necesito que respires, por favor, cariño. – le digo e inmediatamente sus ojos encuentran los míos

- Bien, vale. Vas a respirar conmigo. ¿de acuerdo? – asiente levemente

- Respiramos durante cinco segundos, mantenemos el aire cuatro segundos y exhalamos siete segundos ¿vale?

No sé dónde coño leí que en realidad no importa cuantos segundos sean, sino que el simple hecho de concentrarse en números, ayuda a la persona a distraerse.

Respiro exageradamente para que ella me copie y aunque al principio le cuesta, luego comienza a hacerlo.

- Eso, así es – la animo

Después de unos minutos más su respiración vuelve a la normalidad y yo me tranquilizo.

- Gracias – me dice antes de que yo me levante y le tienda una mano para que haga lo mismo.

Me siento con ella en el sofá y espero a que hable

- Creo que debo contarte un par de cosas – me dice

- Te escucho – le aseguro

- No sé por dónde empezar – confiesa y veo que tiene miedo de lo que sea que vaya a salir por su boca en este momento

- Tranquila, tú empieza por donde puedas

- ¿recuerdas que te dije que mis padres murieron cuando yo tenía cinco? – me pregunta

- Sí – afirmo

- Íbamos en el coche, un camión perdió el control y lo siguiente que recuerdo es despertar en un hospital – me mira pero ya no tiene lágrimas en los ojos – mis padres murieron en ese instante, y por un milagro – dice esa palabra haciendo un gesto de comillas con las manos – yo me salvé. A veces creo que hubiera sido mejor haberme ido con ellos – dice y creo que puedo escuchar cómo mi alma se parte en dos. Cojo su mano entre las mías – no digas eso por favor – le digo y la invito a seguir

- Después del accidente me fui a vivir con mi abuela, la única abuela que tenía. Poco tiempo después de que cumplí diez, falleció. - hace una 'pequeña pausa antes de continuar – no tenía otros familiares que se pudieran encargar de mí, por lo que caí en un orfanato. Y no fue para nada bonito – dice con una voz que me pone los pelos de punta – llegué allí sola, llena de promesas de personas que no conocía, personas que me decían que allí me cuidarían, que estaría en ese lugar solo un tiempo hasta que mi "para siempre familia" me encontrara. Pero no fue así. Ese lugar era una mierda. Casi no había comida, habían muchos niños, no nos cuidaban. Estaba sola y asustada. Fue allí cuando conocí a Rafa. Era solo tres años mayor que yo y en parte fue gracias a él que sobreviví en ese lugar. Él me cuidó y me protegió. Si me faltaba comida, él me daba de la suya. Si me sentía mal, él estaba ahí – al escucharla decir eso lo único que quiero hacer es darle las gracias a ese muchacho – confiaba en él, y fue por eso que cuando cumplí quince y me planteo fugarnos, no lo dudé. Hicimos nuestras mochilas, porque tampoco teníamos mucho, y una noche después de haberlo planeado durante meses, nos fuimos. Rafa tenía unos amigos que habían salido del orfanato al cumplir los dieciocho, ellos nos dejaron quedarnos en su pequeño piso en un pueblo en Barcelona. Dormíamos Rafa y yo en un colchón en el piso. Era como mi hermano. Él cumplió dieciocho poco después y empezó a trabajar en un bar. Yo, con quince años no podía trabajar, entonces trataba de ganar algo de dinero como podía. Cantaba en la calle y algunas personas a veces me tiraban alguna moneda, ese era mi único medio. Pero un día, volviendo a casa la policía me vio. Comenzaron a hacerme preguntas y me di cuenta que estaba en problemas porque no podía contestar ninguna. Dónde vivía, cómo se llamaban mis padres, qué hacía sola por la calle a esas horas. Me detuvieron hasta que encontraron mi perfil en una página de huérfanos. Salía mi nombre, mi foto, y la puta fecha en la que me había fugado del orfanato, hacía ya un año. Pero no me devolvieron al orfanato, sino que después de una reunión con una asistente social, me llevaron a una casa de acogida. Una de esas familias que supuestamente se ofrece a cuidar huérfanos hasta que alguien los adopte oficialmente. – al decir esto ríe, una risa llena de ironía y rabia – allí me recibió él, Omar. Un hombre de unos cincuenta años que sostenía que su misión en la vida era ayudar a los pobres huérfanos. Pero la realidad era que era un monstruo que solo quería el cheque que le daba el estado por encargarse de mí. Estuve dos años allí, en esa casa. Las marcas que viste en mi espalda – dice y noto como se le llenan los ojos de lágrimas

- Aitana... no tienes que-

- Quiero contártelo – dice – esas marcas representan todas las veces que traté de escaparme, todas las veces que intenté encerrarme en mi habitación para que no me pegara y todas las veces que intentaba comer algo que no fuera arroz. Cuando finalmente cumplí dieciocho una asistente social apareció en esa casa y me dijo que ahora tenía acceso al dinero que me habían dejado mis padres. Parecía que me estuviera vacilando. Dos años en ese infierno y nunca nadie vino a ver cómo estaba ni en qué condiciones vivía y ahora se presentaba esta mujer allí para decirme que era libre de hacer lo que quisiera. Omar no me la puso fácil, trató de encerrarme apenas la asistente social se marchó. Hasta me quemó con un cigarro. Pero esa misma noche no me lo pensé dos veces y corrí. Esta vez tenía dinero y nada en el mundo me iba a parar. Corrí y aquí estoy. – dice cabizbaja

- Aitana, no sabes cuánto lo siento, joder. – le digo mientras levanto su barbilla con mis dedos para que me mire – eres la persona más valiente que conozco, ¿lo sabes?

- Luis, me ha encontrado. Después de mi turno en el bar fui a casa y lo vi allí parado, mirando, observando.

No hace falta que me aclare que está hablando de ese Omar.

- Tengo miedo – admite

- No te va a hacer más daño, ¿me oyes?

- Eso no lo sabes-

- Lo sé, sí lo sé. No te tocará de nuevo, te lo prometo. ¿Ana está allí?

- No, dormía en casa de una amiga

- Bien. Esta noche duermes aquí y ya mañana vemos qué hacemos.

- No sé cómo me ha encontrado Luis, está enfermo. Estoy en Madrid, joder. Eso era Barcelona. Es que no lo entiendo.

- Tú tranquila. Lo resolveremos, juntos.

Después de que se tranquilizara, le doy una básica para que utilice como pijama y le digo que se tumbe en mi cama, que ya duermo yo en el sofá

- Luis – me llama desde la cama antes de que yo salga de mi habitación

- Dime

- ¿puedes dormir aquí conmigo? – me pregunta – no quiero estar sola – admite

- Claro que sí

Me tumbo con ella y nos tapo a ambos con las sábanas. Lo que no me esperaba era que Aitana se abrace a mí como si no hubiera un mañana

- No me sueltes – pide

- Nunca 

El Silencio Dijo SíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora