Capítulo 3: El beso de la discordia

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Dentro del cuarto de baño de Shining Armor, específicamente bajo la regadera, ocurría algo muy curioso: él y su supuesta esposa permanecían inmóviles, empapados, viéndose entre sí sin saber que hacer, pues, fuera de la ducha, Cadance, la verdadera esposa del potro, aguardaba a que su marido saliera.

   El mundo de Chrysalis se venía abajo de nueva cuenta. ¡Esa maldita Cadance lo había vuelto a arruinar todo otra vez! Justo cuando había encontrado una forma segura de alimentar a su colmena, esa inoportuna princesa reapareció en el peor momento posible. No había forma alguna de que pudiera salir de esta encrucijada sin comprometer su misión o mantener en secreto su identidad; pues aún si se deshacía de la pareja de esposos, todo Canterlot sabría que ella estaba aquí y no podría continuar sus planes como hasta ahora. Sólo un milagro podría sacarla de este apuro.

   Y enseguida, sus oídos captaron las últimas palabras que imaginó escuchar esa noche.

   —¡Cascos! ¡Es mi esposa! —maldijo Shining Armor en voz baja.

   Como si no fuera posible, Chrysalis abrió más los ojos tal oír tal declaración. ¿¡Acaso el potro supo todo este tiempo que ella no era la verdadera Cadance!?

   La reina cambiante no tuvo tiempo de asimilarlo, un casco la tomó de su mentón y la obligó a ver al semental a los ojos.

   —Quédate detrás de la cortina y no salgas, por favor, —musitó sereno y seguro, ignorando el hecho de que hablaba con la doble de la princesa del amor—, y no te vayas, por favor.

   Antes de que la reina pudiera hacer o decir algo más, el unicornio usó su magia para cerrar la llave de la regadera, salió de la ducha y corrió la cortina, dejando a una yegua bastante confundida ahí adentro.

   —¿Shining? ¿Cariño, estás ahí? —insistió la verdadera Cadance desde afuera del cuarto de baño, dando más toquidos en la entrada.

   —¡Un momento, Candie, ya salgo! —le gritó el potro desde el interior mientras se secaba apurado el exceso de agua de su pelaje.

   En menos de dos minutos, Shining Armor abrió la puerta del baño, con una toalla en su cabeza, secando su crin y otra más cubriendo sus regiones posteriores.

   —¡Hola Candie! —pronunció el unicornio sonando genuinamente sorprendido pero teniendo que fingir alegría—. Que gusto verte hoy, amor. Y... ¿a qué debo el honor de esta inesperada visita?

   La princesa observó a su marido un poco extrañada, juraría que se veía diferente, y ligeramente nervioso.

   —Hola Shining —le dio un fugaz beso en los labios que él correspondió de forma algo torpe— ¿Te pasa algo, cariño?

   —¡No! —se calmó el potro enseguida al sentir que casi le había gritado— E-es decir, pa-para na-nada. ¿Por qué lo dices?

   —Te veo raro, Shining; no pareces muy feliz de verme... —arqueó la ceja reflexiva.

   —¿Q-q-qué? Pfffff, por favor, Candie, claro que sí, lo-lo-lo que pasa es que... francamente, no esperaba verte hoy ni a estas horas. —El potro aclaró su garganta y comenzó a hablar con más seguridad—. Apenas es mitad de semana, se supone que deberías estar en el Imperio de Cristal y que no nos veríamos hasta el sábado en el palacio, como de costumbre.

   Cadance se quedó examinando a su marido unos segundos con algo de incredulidad, mientras el potro comenzaba a sentir a su corazón latir más rápido de lo normal.

   Entretanto, en el interior del baño, Chrysalis permanecía confundida, mojada y con la apariencia de la esposa del unicornio, aún sin poder asimilar del todo lo que sucedía. ¿Por qué Shining parecía más preocupado por la aparición repentina de su esposa que por el hecho de que ella era una impostora? No tenía ningún sentido. Si Shining sabía que ella no era Cadance, significaba que su identidad estaba comprometida desde hace mucho y debía escapar de ahí lo antes posible; pero debido a las emociones que percibía en el potro era obvio que él estaba tan sorprendido como ella de la abrupta interrupción de su verdadera esposa, por lo que no podía irse aún, tendría que esperar un poco más para encontrarle algo de sentido a lo que estaba pasando.

El beso de una reinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora