Capítulo 5: Atracción

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Exeter, Devonshire, noche del 23 de junio de 1850

Jasmine observaba la punta del mechón de pelo de la frente del conde. Cada pocos segundos se acumulaba el agua provocando que goteara. El fuego de la chimenea hacía danzar luces rojizas por su rostro. Lo miró a los ojos, pero la intensidad con la que él le devolvió la mirada la impulsó a apartar la vista. A través del gran ventanal de la sala podía ver el exterior, fuera una niebla densa los aislaba del resto del mundo. Aunque el aislamiento parecía producirse entre ellos, aún no se habían intercambiado ni una sola palabra desde su llegada.

—¿Tiene frío, milady? —preguntó el conde cogiendo sus manos y acercándolas al calor de las llamas.

—Gracias —contestó Jasmine ruborizándose levemente sintiendo su cortesía y su tacto en su piel. Estaba prometido, ¿por qué la acogía tan amablemente? Esperaba una reacción menos... amistosa. Aunque la verdad era que tampoco iba a quejarse—. Agradezco mucho su hospitalidad.

Al encontrarse tan cerca de él, ambos sentados el uno al lado del otro frente a la chimenea, Jasmine notó como la camisa mojada del conde marcaba su pecho denotando una fuerte musculatura debajo. No se le había ocurrido imaginar que él pudiera tener unos músculos tan trabajados teniendo una cojera, aunque tampoco sabía desde cuando la tenía. Dirigió su mirada hacia su pierna mala. Así sentado, parecía un hombre completamente normal. Seguramente las damas casaderas suspiraran por él. Si lo vieran sentado y de su perfil bueno.

—Te preguntarás por qué cojeo —el conde lanzó una hipótesis. Jasmine asintió avergonzada de haber sido pillada haciendo algo tan poco decoroso como mirar fijamente los defectos de otra persona—. Estuve en la guerra —hizo una pausa para observar la reacción de la mujer que abrió desmesuradamente los ojos, seguramente no se esperaba oír eso.

—¿Qué guerra? —preguntó Jasmine dando un suave apretón a su mano animándolo a continuar.

—El combate de San Lorenzo, en 1846. Fue una derrota, una masacre —sus ojos se dirigieron hacia la chimenea, reflejándose en ellos las llamas danzantes del fuego—. Mi primo no sobrevivió y yo quedé como el heredero del título. Muchos me acusan de su muerte —la mueca torcida de su boca hizo que a Jasmine se le encogiera el corazón.

Él se estaba abriendo a ella, quizá fuera el momento de contarle la verdad. Pero cómo hablarle sobre la crueldad de las personas cuando su alma ya estaba impregnada de un dolor inmenso, no quería agitar más su apenado corazón.

—No fue tu culpa —Jasmine alzó la voz implorando que la creyera—. No fue su culpa, Lord Devonshire —corrigió percatándose de la cercanía con la que le había hablado.

Él simplemente le sostuvo la mirada, ella creía perderse ante la intensidad de sus ojos azules algo oscuros por el... ¿deseo? Cuánto anhelaba ella volver a sentir su cálidos labios sobre los suyos o que su lengua explorara las profundidades de su boca. Su cara debió reflejar lo que pensaba pues al cabo de unos instantes el conde aproximó su boca hasta rozar la de la joven. Jasmine notó su respiración acelerada sobre su piel y sacó su lengua para humedecerse el labio superior, momento en que el joven aprovechó para unir sus labios y entrar en su boca. La corriente eléctrica desencadenó una espiral de placer que los arrastró a perder el raciocinio y los llevó a usar sus manos para conocer el tacto del otro. El conde acariciaba con ternura y cierta premura la espalda de la joven a través de la tela del vestido que portaba. Con la otra mano, después de rozar su pómulo en un gesto afectuoso, su mente salvaje hizo que le desmontara por completo el peinado ya medio deshecho por la lluvia, liberando su largo cabello dorado y permitiéndole al hombre jugar con sus mechones mojados. Mientras tanto, Jasmine posaba su mano en el pecho del conde, notando su fuerte pectoral. Sin saber dónde más podía tocar, su otra mano fue a parar al mechón rubio que caía por su frente, apartándolo a un lado para poder verle mejor el rostro. Acto seguido, acarició con delicadeza la cicatriz que lo caracterizaba y distinguía de tantos muchos hombres.

Jazmín (Flores perfumadas I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora