Bosquejaba estrellas en su cuaderno cuando entró por primera vez y saludó con su voz, tímida, temblorosa, inexperta. Quién diría que todo terminaría de aquella manera.
No era un momento particularmente interesante y, sin embargo, no podía apartar la mirada de cómo caían los mechones de su pelo, liso, largo, claro, sobre sus hombros.
Antes de darse cuenta, había llenado el folio, y entre estrellas estaba ella, sonriendo, hablando, explicando, y se preguntaba por qué había hecho eso.
Miró a través de la ventana, pensó en las nubes, en el cielo gris, en el frío, y en lo dulces que sonaban sus palabras cuando trataba de no escucharlas y, aun así, la embelesaban.
Miró a través del aula, pensó en ella, en su sonrisa, en el calor, y en lo lejos que sonaban sus palabras cuando trataba de escucharlas y, aun así, se perdían.
Antes de darse cuenta, había llenado el folio, y entre ella y sus estrellas estaba su reflejo, serio, triste, roto, y se preguntaba por qué no había intentado detenerlo.
No era un momento particularmente doloroso y, sin embargo, no podía evitar pensar en cómo serían las cosas si no fuera ella, mayor, fuerte, valiente, directa, tan distante.
Bosquejaba un oscuro agujero negro en la pizarra cuando salió por última vez y se despidió con su voz, dulce, alegre, delicada. Quién diría que todo terminaría de aquella manera.
Y tan solo flotaba en el espacio, y la olvidó, y quedó de ella todo lo que un día sintió y lo que nunca fue. Nada más que una estrella entre tantas otras.