CAPÍTULO I LA MORTE NON È MAI STATA PIÙ DOLCE

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 "A la muerte se le toma de frente con valor y después se le invita una copa"

Edgar Allan Poe.

    Cuando veía la luna llena, me sentía capaz de todo. Escuchaba más vida de noche que de día. Mientras observaba a los demás haciendo sus cosas, charlando, caminando o trabajando, prefería quedarme solo, pensando en por qué me sentía diferente. Aquella noche era especialmente oscura; no se veían aviones, ni estrellas, ni nada que pudiera posarse en el vasto mar negro del cielo. Solo pensé: era una noche para pensar. Usualmente no puedo dormir; el insomnio me vuelve incomprensible e inadaptado, y esa es una de las razones por las que estoy solo. En el día, el cansancio me domina hasta el punto de quedarme dormido en lapsos de tiempo.

    Muchas personas me dicen a diario que no pertenezco aquí, que solo quiero ser la persona deprimida a la que todos aborrecen y que intenta llamar la atención sin lograrlo. Tal vez tengan razón, pero simplemente no lo siento así. Le sonrío a todo el mundo; no me gusta que me vean frágil o vulnerable. Intento ser fuerte ante los demás, pero, en realidad, todo el tiempo estoy asustado. Me aterra no saber qué piensan de mí, me aterra no dar más de lo que doy, me aterra no poder ser lo que el mundo espera que sea. Pero, sobre todo, me aterra no poder ser yo mismo y al mismo tiempo contentar a todos. No puedo ser indiferente, aunque trato de disimular lo que en verdad siento. Aunque intento ser feliz, no solo aparentarlo, prefiero quedarme callado. La gente siempre se cansa de escuchar lo mismo, se cansa de tener que entender lo que ya sintió o lo que no conoce. A fin de cuentas, uno entiende que solo se tiene a sí mismo, que tu propio brazo es el único que te ayudará a levantarte cuando caigas, porque, al final, estás solo. Cada noche le hacía a la luna la misma pregunta, esperando que me ayudara: "¿Estaré solo el resto de mi vida?" Nunca respondía; sin embargo, noche tras noche le preguntaba, viendo cómo se cansaba de mis susurros y se descomponía lentamente, para que, un mes después, renaciera redonda y brillante, dispuesta a escucharme un mes más. Jamás hubo respuesta.

    Un día me dediqué a observar a las personas que me rodeaban. Gente arrogante que solo se quería a sí misma; sin embargo, se hacían pasar por personas cariñosas, como si realmente temieran ser descubiertos por lo que eran. Pero yo los veía, los descubrí siendo unos idiotas, buscando aprobación entre ellos, siguiendo el mismo camino para llegar al mismo lugar, como un rebaño esperando que el pastor los guiara para alimentar a su familia, o como vacas caminando hacia el matadero sin conocer su destino. Y yo lo sabía. Al fin y al cabo, el mundo sobrevivía así, fingiendo que todo estaba bien. Siempre he creído en la analogía de que "las personas son como cebollas"; tienen muchas capas para evitar que otros lleguen a su interior, y cada capa es la primera en pudrirse, cada falsedad es la primera en destruirse, la mentira que primero se delata. Pero ellos no lo saben... No por ahora.

    Yo no estaba loco. Ellos creían que no me daba cuenta de lo que hacían, pero la verdad era que sí; jamás tomaron en cuenta lo que yo podría llegar a hacer. El ajuste de cuentas es cruel en cierto sentido, pero ¿Cuánto valor se necesita para llevarlo a cabo? En lo más profundo, los imaginaba muertos y me alegraba. Era algo malo, pero, ¡maldita sea!, cuánto me alegraría hacerles sentir lo que me hicieron sentir a mí. Al final, todos tienen secretos. Newton tenía razón en su tercera ley: para cada acción hay una reacción. Eso nunca lo tomaron en cuenta. Yo sí..

♥ 𝕷𝖆𝖘 𝕿𝖗𝖊𝖎𝖓𝖙𝖆 𝕮𝖆𝖗𝖆𝖘 𝖉𝖊𝖑 𝕯𝖎𝖆𝖇𝖑𝖔  ♥Donde viven las historias. Descúbrelo ahora