CAPÍTULO IV LA MIA PARTE SUICIDA DELL'INFERNO

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"La vida es un sueño, el despertar es lo que nos mata"

Virginia Woolf.

    Aquí y ahora es el final. Quizás hace mucho lo fue, pero más ahora, cuando finalmente me di cuenta de que nací solo y así me quedaré, por petición del público; y posiblemente ya se sepa quién es ese público. Los días pasaban lento, y mis pensamientos giraban y giraban en mi cabeza, siempre permanecían ahí, las voces nunca salían de mi mente, activas en cualquier momento, cualquier día, a cualquier hora, cada noche. Sufría un insomnio profundo, físico y emocional, que me carcomía el alma. Solo pensaba si podría recuperar lo que solía ser, si podría recobrar mi razón, mi conciencia, o si debía rendirme y mandar todo al olvido, porque si bien se trataba de morir, empecé a anhelarlo con el tiempo. Estaba en un punto de mi "vida" en el que no sabía qué hacer, porque a la muerte nunca le temí. Tal vez ese fue el problema. Nos enseñan a temerla, pero aunque nos digan que huyamos de ella, en el fondo todos saben que no es así. La realidad es mucho más cruda de lo que la gente suele ver.

    De una u otra forma, la muerte debería entenderse como un final: el corazón deja de latir, el oxígeno deja de llegar al cerebro, este se desconecta, y los órganos dejan de funcionar. Luego, el cuerpo se descompone en la tierra, a menos que sea incinerado, pero ahí queda todo. Nunca pasa nada más. Mucha gente opina lo contrario, pero siempre queda una duda que los hace flaquear. Lo sé, y ese fue mi maldito problema: yo no dudaba. Para mí, la muerte era eso y nada más. Aún así, no creo en nada; hace mucho dejé de creer en todo, incluso en la vida misma, porque a la muerte nunca le temí. Es el suspiro, el descanso, el alto en medio de lo caótica que puede ser la vida; es el remedio contra el veneno que mata el mundo en el que vivimos. Es irónico que la gente retrase la inevitabilidad de la muerte. ¿De qué sirve? Tarde o temprano todos llegamos a nuestro momento, solo nos queda buscar nuestra felicidad; y si somos felices haciéndonos daño con cosas que nos matan más rápido, ¿a quién le importa? Nadie realmente lo hará. Al menos no tenemos que envejecer con una enfermedad terminal, con limitaciones físicas y mentales, cargando con miles de pastillas en lugar de LSD.

    Mucha gente encuentra placer en el dolor de diversas formas; uno de los ejemplos más comunes es el famosamente conocido "Hard Sex" , donde el dolor y el placer se entrelazan según cómo lo practiquen, fetiches que apasionan a algunos y que otros juzgan. Sentir placer a través del dolor es tan cotidiano como el aire que respiramos. Mi debilidad siempre fue el alcohol, las drogas, y cualquier cuchilla dispuesta a rasgar cada centímetro de mi piel. Era una adicción que me consumía en dolor y satisfacción. Muchas veces (por no decir todas), terminaba hecho un desastre, destrozado poco a poco. A los ocho años llegó el cigarrillo, un Marlboro que me secó la garganta el resto del día. Dos meses después, vinieron muchos más, uno tras otro, en la lluvia, en la oscuridad, siempre a solas; nunca me gustó que me vieran destrozándome los pulmones, no por miedo, sino porque me gustaba reflexionar mientras el humo salía de mis labios. Esas cinco o seis veces diarias se convirtieron en diez, luego en quince, consumido por la adicción y el deseo de ahogar mi dolor en lo más profundo de mi ser.

    A mis once años, ya había consumido diversas drogas, e incluso llegué a aspirar benzodiacepinas pulverizadas. Por problemas de ansiedad, me sumergí en un mundo de adicciones y riesgos de salud. El sexo con mujeres iba y venía, en cualquier lugar, en cualquier momento. Quizás, en medio de mi reflexiones, concluí que intentaba llenar el vacío que dejaba el rechazo y la soledad, olvidar que mi vida estaba llena de fracasos, decepciones y demás. Tras algunos meses, dejé las drogas por temor a volverme adicto y por no tener dinero para sostener el hábito. Sin embargo, la marihuana y el tabaco nunca se fueron de mi lado. Conseguir cigarrillos o porros en la calle a tan corta edad era sencillo, solo había que preguntar y saber con quién te metías. Al final, el lugar no importaba; en cualquier sitio, uno siempre acaba jodido.

♥ 𝕷𝖆𝖘 𝕿𝖗𝖊𝖎𝖓𝖙𝖆 𝕮𝖆𝖗𝖆𝖘 𝖉𝖊𝖑 𝕯𝖎𝖆𝖇𝖑𝖔  ♥Donde viven las historias. Descúbrelo ahora