Suprasensaciones

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            –¡Hola! ¡Pasen, pasen, los estaba esperando!

El corredor de propiedades Gabriel Fuentes abrió la puerta a sus clientes, una pareja joven, recién casados, dispuestos a pagar lo que sea por una casa de calidad, y aunque vacía, eso era en donde estaban. Eran una presa fácil para él, tenían que serlo, él había invertido muchísimo dinero en la construcción de esas casas, y no se estaban vendiendo como deseaba por alguna razón. Es por eso que para esta venta en particular, él se encargaría personalmente de recibirlos y mostrarles la propiedad, su aspecto bonachón e inspirador de confianza a pesar de estar de estar en sus cincuentas iba a ayudar muchísimo. Claro, para la pareja joven también era un honor que él, el mismísimo dueño de la corredora, fuera quien les venda la casa, lo que también sumaba puntos a su causa. El cliente tenía que sentirse importante, y él tenía que resaltar su importancia.

–Como pueden ver, la sala de estar es amplia, y posee una iluminación estratégica por parte de las ventanas, tanto la principal como la que puede verse en el comedor –dijo, con su mejor voz.

La pareja joven había insistido en ver la casa en la que vivirían en vez de la piloto, por razones que para él eran obvias. Uno debía asegurarse de que todo se sintiera bien en la casa donde pasarían seguramente la mitad de su vida, si no toda. Inspeccionaron un par de minutos la sala de estar y el comedor, susurrándose entre ellos mientras caminaban de un lado a otro. Sus rostros no prometían mucho.

–Amor, ¿sientes eso? –le susurró la mujer a su marido, lo suficientemente alto como para que el señor Fuentes escuchara.

–Ay, amor, no es para tanto... veamos toda la casa primero –la tranquilizó.

Gabriel Fuentes se concentró un poco más para sentir mejor, y entendió el problema, lo que había estado espantando a todos los clientes en lo que deberían ser casas perfectas: la casa se sentía que fue hecha como una obligación, algo que deseas terminar luego para irte de allí. Era una sensación que te invitaba a salir de allí y no volver más. Iba a tener una conversación muy seria con el personal encargado de la construcción cuando terminara con los clientes, ¿cómo pudieron construir la casa con esas ganas? ¿Y si las demás casas estaban igual? Mientras tanto, puso su mejor cara.

–Ya va a ver que es una sensación que desaparece a los minutos, como cuando uno se pone la ropa, su sensación desaparece rápido –dijo, invitándolos al resto de la casa.

La pareja joven asintió cortés, pero desconfiada. Les mostró la cocina, el patio de tierra molida, futuro a ser hermoso, las espaciosas habitaciones y el segundo piso. Con sólo un poco de imaginación se podía ver una casa maravillosamente decorada, donde cualquier persona desearía vivir, era una construcción digna de halagos por su perfección, pero esa sensación... la sensación no se iba. Los deseos de la casa para que los visitantes se fueran de ahí no hacían más que intensificarse, y hacía que cada intento de conversación entre el vendedor y los clientes fuera cada vez más difícil. Era demasiado aquella sensación de querer terminar con la "tortura" de la casa. Los constructores eran los responsables, la sensación estaba por todo el lugar, con mucha mayor intensidad en el segundo piso, lo último que construyeron. La casa se sentía que fue creada con la intensión de irse y no volver más, un mero trámite. Toda la rabia que el vendedor sentía en ese momento hacia ellos tenía que guardársela, tenía que aparentar con una sonrisa incómoda ante los clientes.

Al terminar el recorrido de la casa, la pregunta del millón surgió.

–¿Y qué les pareció la casa? –dijo, nervioso.

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