16.

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GRIETAS.

¿Por qué? ¿Por qué estaba dejando que todo esto pasara? ¿Por qué no la detenía?

No puedes hacer nada... Te lo dije desde un principio... Sólo vas a mirar.

Dejó el cuchillo sobre la mesa con una calma que me molestó aun más.

Somos la misma persona ¿Sabes? Si yo muero... Tú morirás conmigo —dijo Anne y seguido, comenzó a reír.

—M-moni... No, no...

—¡Ya cállate!

Desató a Félix y lo dejó caer al suelo. Mi amigo gimió de dolor cuando su cuerpo chocó contra el concreto.
Lo vi intentando arrastrarse, su objeeera alcanzar el pedazo de madera que estaba a un metro de él.
Pero Anne fue rápida, pisó con fuerza la pierna de Félix.

Escuché el hueso romperse seguido de el horrible grito de dejó escapar mi amigo.

De esta manera, no podrás escapar, niño estúpido.

Luego, su vista se dirigió a mi madre, quién permanecía callada.

Que desagradable eres —le dijo —Ya no te necesito.

Dejó a Félix ahí, sufriendo en su dolor y se dirigió a la mesa, en donde tomó una pistola que no había visto antes. La apuntó entre las cejas de Juliya.

—¿Últimas palabras? —quitó el seguro.

—¡Anne, no! ¡Detente! —le gritó Félix.

Es verdad, no mereces decir unas últimas palabras —y sin dudar, tiró del gatillo.

Recordé los momentos junto a ella.

Cuando sonreía mientras me hacía cosquillas en el estómago.

El día de mi cumpleaños cada año. Siempre un pastel y el regalo.

Sangre y sesos salieron volando de la parte posterior de su cabeza.

Las noches en que lloraba y ella estaba ahí para consolarme.

Sus tazas de café tibio en las mañanas de invierno.

Sus ojos se voltearon, mostrando la parte blanca.

Sus abrazos.

Sus besos en la frente.

Cayó al suelo con un golpe sordo.

Su cariño hacia mí, incluso cuando sabía que no era su hija.

Dejé correr una lagrima.

Mamá...

Eso es, poco a poco... Me desharé de ti sin que te des cuenta.

Uno menos —ladeó el cuello, haciendo tronar los huesos —Ha sido un largo día, pero siempre es bueno una reunión de amigos ¿No?

—¿Re... Reunión?

—¿Que dices, Amanda?

—L-luci... No tiene palabra, ella... Ella no puede, no debe —respondió entre palabras sin sentido.

Como molestas, debería elimarte a ti también —le apuntó con el arma, a lo que la mujer reaccionó con un encogimiento, cerrando los ojos con fuerza —Pero si lo hago, no tendré tu alma, entonces no —retiró la pistola y la dejó de nuevo en la mesa.

Sin decir más, se dirigió hacia otra puerta.
Cuando la abrió, observé la cantidad de celdas vacías, a excepción de una.

—¡Vámonos! —le dijo Anne.

Maldición Desconocida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora