Prólogo

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La ciudad dormía. Se escuchaba su sliencio escapar de la noche, resurgir de las entrañas del bosque, se sentía su húmedo velo deshaciéndose en el aire. Sí, la ciudad dormía, palpitaba, como el aleteo de un ángel que recién despertaba. Suave, liviano.

Y así, en silencio, sin decir una sola palabra, la pisaban pies ajenos a su mundo. 

Eran rápidos, voraces, inteligentes. Trazaban sus planes, se susurraban, se cuchicheaban, rompían el majestuoso silencio sepulcral que nadie tenía derecho a violar. Pero a ellos poco les importaba. Porque ellos eran todo lo que nadie quería ver y todo lo que nadie quería ser.

Y mientras tanto, la triste ciudad dormía, a sabiendas de que algo iba mal. 

Y mientras la ciudad dormía, ellos se adueñaban de su sueño. 

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