Capítulo II: Y se hizo la oscuridad

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El rugir de una bestia le alertaba.

Se puso en posición y el bramido volvió a escucharse, algo más cerca. Se giró hacia la derecha, pero no vio nada. Se encontraba en un profundo agujero negro, desprovisto totalmente de cualquier tipo de luz. Era terriblemente asfixiante.

Un sudor frío le recorría las sienes y la espalda; la camiseta se le pegaba a la piel húmeda, rodeándole el cuerpo de una extraña mezcla de calor y frío.  Ya no sabía qué sentir. De pronto, muy cerca de sí, surgieron unos ojos rojos como la misma sangre, brillantes, resplandecientes y anhelantes de muerte.

Suspiró, embelesado. A pesar de que esos ojos le provocaran un miedo atroz, percibía una profunda belleza en ellos, capaz de atraparle y atolondrarle. Dio un paso hacia atrás, pero sintió que no había más suelo.

Se estremeció al ser capaz de sentir lo cerca que estaba del abismo. Tan, tan y tan cerca que, sólo con un paso más, caería al vacío sin remedio. Tragó saliva, sus pupilas se dilataron en cuanto escucharon de nuevo un rugido siniestro que cruzó las tinieblas hasta sus oídos. Estaba justo a su lado derecho, tan cerca que podía sentirle el aliento en la mejilla. Trastabilló, preso del miedo, y tiró hacia atrás, cayendo como un peso muerto hacia la nada, más oscura y funesta.

KyuHyun despertó de aquella terrible pesadilla agitando brazos y piernas. El fuerte golpe que se había dado contra el suelo, le había despertado con la respiración más desasosegada de lo normal. Las sábanas se enredaban a su cuerpo en un complicado movimiento que lo dejaba prácticamente sin respiración. Ahora entendía porque había tenido una pesadilla. Lo raro habría sido que hubiera dormido bien en esa situación. Estuvo un rato entretenido en deshacer el complicado nudo en el que se había convertido y se levantó. Estaba sudando a raudales; y era bastante extraño, él no acostumbraba a sudar mucho. Pero más que eso, había una rara pesadez en el ambiente. Parecía como si algo se hubiera quemado a una alta temperatura.

Desde la ventana entraba un frío gélido que trataba de engullir aquél terrible olor, y los cortinajes se blandían de un lado a otro. KyuHyun se extrañó muchísimo al descubrir que se había dejado la ventana abierta. Se acercó y la cerró. Sin embargo fue incapaz de notar las huellas de manos en el marco de la ventana, convertidas en una sombra negrizca. Bostezó largamente y se metió en el baño, soltando un profundo bostezo.

Se miró en el reflejo y no chilló porque no fue capaz siquiera de eso pero el enorme asombro que le perturbaba se veía perfectamente en sus ojos. La camiseta estaba destrozada por uno de los extremos, y unas extrañas virutas estaban adheridas a la tela. Cogió una de esas partículas y la examinó. Era parte de su misma camiseta, pero completamente chamuscada. Su corazón empezó a latir desaforado.

Así que ya le había encontrado. La cicatriz de la espalda le quemó de nuevo, como si se tratara de un gesto de burla.

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Era un día más en la Estación de Policías de Seúl; los amplios pasillos eran un hervidero de gente que iba y venía, de voces que se interpelaban, de gritos impertinentes, de llamadas telefónicas. Era todo un gran cúmulo de ruidos que se entrecruzaban unos a otros y no dejaban espacio para respirar. Sin embargo, en el ala este del edificio, en un pasillo casi olvidado, —en el que el fluorescente del centro titilaba incansablemente, avisando de su cercana muerte— había un silencio prácticamente sepulcral. Al fondo de dicho pasillo, se aventuraba una puerta de madera de roble, muy diferente a todas las demás. Parecía vieja, maltrecha. Tenía algunos síntomas de golpes y de haber sido víctima de algunos insectos desdichados. La manilla era de un metal frío bañado en oro, que se retorcía en el extremo, con una ondulación que gritaba misterio.

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