Viejos Amigos

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Las primeras dos semanas después de la boda fueron tranquilas, rutinarias, casi monótonas. Will y Hannibal se despertaban temprano por la mañana. Will se preparaba para salir  a correr, Hannibal iba a nadar. Ambos regresaban a las 7 en punto, Will despertaba a Abigail para la escuela y Hannibal preparaba el desayuno que toda la familia compartía en el comedor. Mientras Will se duchaba y sacaba a los perros Abigail ayudaba a limpiar y su padre revisaba que su tarea estuviera terminada a la perfección. Luego todos salían rumbo a sus propios destinos, Will manejaba hasta Quántico, Hannibal a su consultorio, justo después de dejar a su hija en la puerta de la escuela, lista y con una bolsa de almuerzo que sería la envidia de todos sus amigos.

Will normalmente era el último en llegar, Hannibal tendía pacientes hasta las 5 de la tarde y volvía directo a casa, a acomodar los regalos de boda que se habían retrasado en el correo o a preparar una cena suntuosa con ayuda de su hija, que para ese momento ya estaría en casa y siempre feliz de ayudar a su Padre a cocinar.

Cuando Graham llegara a casa estarían esperándolo sus dos personas favoritas, un cariñoso beso en la mejilla de su hija y uno menos inocente por parte de su esposo que obligaría a la primera a salir corriendo de la habitación. Cenarían juntos y charlarían hasta que Abigail se fuera a dormir en su bonita habitación del primer piso, rodeada de los perros con los que se había encariñado. Mientras sus padres se darían gusto, casi a diario, con uno o dos rounds de sexo duro, a veces en la cama, en la ventana, en el taburete del armario… era una casa grande.

Así que feliz y satisfecho como se sentía esa mañana de miércoles nada podría haberle indicado que todo estaba a punto de desmoronarse. Desde su encuentro con Draco siempre llevaba su varita encima, pero se había contenido para no rodear su casa con hechizos de protección. No usaría la varita, no les daría ninguna pista de su paradero si no era 100% necesario, si Draco había dado con él por una tontería no quería exponerse más. Apenas dos días antes habían atrapado a un sujeto que adoraba matar mujeres rubias y luego montarlas en parques imitando escenas de cuentos de hadas. Tenía al menos un par de días para descansar antes de que Jack, o peor aún Hannibal, encontraran un nuevo asesino para que Will persiguiera. Estaba cansado, y feliz de quedarse a disfrutar de su casa. 

Despidió a su familia aún en pijama, Hannibal le dio una breve mirada de desapruebo, su pijama no era más que un pantalón con veleros de pesca y un viejo par de calcetines mullidos con tejidos horribles que Hannibal deseaba quemar.

                Aquellos horribles calcetines que Dobby le había regalado eran tan cómodos como horribles, Will se negaba a explicar de dónde habían salido, así como se negaba a tirarlos a pesar de que su esposo le había comprado varios pares de calcetines tejidos, incluso con bonitos patrones, para reemplazarlos.

Lo pensó dos veces antes de cerrar la puerta y entrar a la casa. ¿Qué haría esta mañana? ¿Mirar televisión? Podría ir con los perros al parque o empezar a reparar el viejo motor de bote que descansaba en su pequeño taller en la cochera. Sí, ese sonaba como un buen día. 

Se dio un largo y relajante baño de burbujas para relajar los músculos adoloridos por su última noche consumando su matrimonio. Tenía un par de moretones en la cintura, pero no les dio importancia.

Salió a caminar con sus perros, los 7 andaban felices a su lado, moviendo la cola y haciendo crujir bajo sus patas las hojas de los árboles que teñían de naranja el suelo. Pasó casi una hora lanzándoles un par de viejas pelotas de tenis y revolcándose con ellos en el pasto. Para cuando volvió a casa su abrigo estaba lleno de polvo y ramitas al igual que su cabello. Pero estaba más que feliz, incluso si Hannibal lo reprendía por ser tan poco cuidadoso con su ropa.

Metió la llave en la cerradura y dejó entrar a los perros cuando terminó de limpiarles las patas. Pero no pudo acompañarlos, antes de mover un músculo una suave voz lo dejó petrificado en su lugar.

Suficient (2nda edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora