Kintsugi

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Kintsugi

Will estaba de pie en medio del bosque. El aire estaba frío, era de noche y el cielo, negro azabache, no tenía ni una sola estrella. La luna brillaba sobre una llanura elevada unos metros sobre su cabeza. La miró fijamente mientras se acercaba, pero no estuvo seguro de lo que miraba hasta que se hubo acercado lo suficiente para distinguir la figura imponente y oscura figura de un ciervo contra esta.

Un enorme ciervo negro, que lo miraba fijamente, con inteligencia antinatural en esos animales. Avanzaba hacia él con pasos pesados que resonaban contra el silencio del bosque. Sus patas golpeaban el suelo y hacían temblar los árboles. Sus raíces se quebraban como ramitas bajo el peso de su caminata.

- ¿Will?

La voz que lo llamaba sonaba lejana y extrañamente familiar. Su mundo entero se sacudió cuando el ciervo finalmente se detuvo y una de las ramas rotas del suelo se convirtió en algo que Will desconocía pero Harry Potter conocía perfectamente.

Una varita. Su varita.

Despertó sobresaltado, bañado en sudor frío y apenas consciente de donde y con quien se encontraba. A su lado, de pie, aún en pijama y con una toalla limpia y mullida en las manos estaba su prometido, Hannibal Lecter. Prometido por apenas unas horas más. Will lo miró jadeante, su rostro estaba tenuemente iluminado por la luz de la lamparita de mesa detrás de él, pero podía distinguir en sus facciones un matiz de preocupación que se contagia hasta su voz.

-Creí que tus pesadillas habían disminuido-. Le ofreció la toalla y le ayudó a quitarse la camiseta sudada, delineando la firme línea de sus pectorales, tentado a acariciar la cicatriz de bala de su hombro.

-Ambos sabemos que nunca desaparecerán del todo.

-No mientras insistas en trabajar con Jack Crawford, Will. Tu mente es saludable y vigorosa ahora, pero se quebrara bajo la presión.

- ¿Así como la quebraste tú? No hay nada que Jack pueda mostrarme que me impresione más que tu trabajo, Destripador.

Su cuerpo aún temblaba, pero pudo sonreír a Hannibal y este le devolvió el gesto, sentándose a su lado en la cama y secándole el cabello como si temiera romperlo. Will no se rompería. Ya no. Pero sus sueños eran inquietantes. Cuando la Encefalitis cedió había visto al ciervo menos y menos cada vez.

Estaba convencido de que cuando aparecía y él se encontraba en pleno uso de sus facultades este no era ya un objeto alucinógeno, era un símbolo premonitorio, como esos que habría deseado tener si le hubieran llamado la atención las artes del futuro. Y su contenido era mucho más perturbador. No había pensado en su varita en años. En casi 15 no la había tocado.

Hannibal le ayudó a cubrir la cama con una toalla seca y a recostarse sobre esta, se miraron fijamente, en completo silencio antes de apagar las luces. Si a Will quisiera compartir su sueño le diría todo al respecto, pero no era así y Hannibal no hizo pregunta alguna. Tarde o temprano aunque ya no era oficialmente su paciente, si es que alguna vez lo fue, Will le contaba todo a Hannibal. De algún modo Hannibal siempre lo sabía. Pero su secreto mágico. Ese estaba enterrado, enterrado en lo profundo de su mente, en el calabozo del Palacio de la Memoria que Hannibal le había ayudado a construir. Si algo pugnaba por salir ahora debería preocuparse.

Hannibal se quedó dormido nuevamente, Will no podía ver el reloj pero se imaginaba que no debían ser más de las 2 de la mañana. Sin embargo no pudo conciliar el sueño. Los recuerdos desbordaban su mente y no podía cerrar la llave y detener su flujo.

Había dejado el mundo mágico de forma tan eficiente que el mismo se había sorprendido. Su primera parada fue el Callejón Diagon. Su rostro debía ser una máscara perfecta porque nadie pareció sospechar su estado de ánimo cuando entró a su cámara de Gringotts y salió con un saco de monedas de oro del tamaño de su cabeza. Su fortuna estaba intacta, no podría terminarse esa herencia en una vida.

Suficient (2nda edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora