Victoria

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Algo había en la forma en que la madera crujía sobre su cabeza que le indicaba que no estaba donde debía estar. El polvo caía sobre su rostro y afuera escuchaba voces y el televisor dando un programa de concursos. Cuando se incorporó y abrió los ojos descubrió que todo estaba oscuro, salvo por una rendija en la puerta a su derecha. Era un espacio estrecho y descuidado. Lo conocía aterradoramente bien.

Will despertó sobresaltado, jadeante y cubierto de polvo. Al sacudirse el polvo de la frente descubrió que en realidad era sudor. Miró a su alrededor con los ojos abiertos y la respiración acelerada. Su corazón palpitaba en su pecho con fuerza, cómo si algo intentara salir de ahí sin importarle aplastarlo en el proceso.

Miró a su alrededor para tratar de tranquilizarse. Eran las 3 de la mañana. Estaba en su cama, su cómoda cama “King’s size” en Baltimore.  Hermosamente decorada, con muebles antiguos y lo último en tecnología. 

Sintió algo en el hombro y se apartó súbitamente. Hannibal lo miraba con ojos brillantes en la oscuridad de la habitación.  Estaba un poco mareado, pero poco tenía que ver con el sueño.

— ¿Will?

—Estoy bien, Hannibal…

—Entiendo.

Sí. No estaba durmiendo en la alacena bajo las escaleras. Por un segundo creyó que tenía 11 años de nuevo y que toda su vida, tan horrible o maravillosa como había sido, no era más que producto de sus sueños más desesperados. Temió ser siempre Harry Potter, el niño sin padres que nadie quiere, del que todos se burlan, el que no pertenece a ninguna parte.

Hannibal se puso de pie, Will lo siguió con la mirada, saboreando su cuerpo desnudo mientras se movía por la habitación. Entró al baño y salió con una toalla mullida, se acercó a su esposo y le secó la frente, la espalda y el cabello con devoción. Will cerró los ojos y se dejó hacer. Necesitaba ese contacto para estar tranquilo, para estar en paz. Para olvidarse de Harry Potter, para ser el mismo. Necesitaba de Hannibal y de su guía, de su maldad, su elegancia y su presencia casi sobrenatural.  Algún día no necesitaría que nadie fungiera como vínculo entre él y quien había decidido ser. Pero incluso ese día querría a Hannibal a su lado.

No era un sueño malo, la cama no estaba empapada, pero Hannibal insistió en recorrerse un poco a la derecha, Will obedeció y se acurrucó contra su esposo. La noche era muy fría, especialmente si ambos insistían en dormir desnudos. Pero incluso ahora no podía vestirse, no quería salir de las cobijas ni separarse del calor del cuerpo a su lado. Hannibal delineaba su cuerpo cariñosamente, y le susurraba un soneto en italiano para ayudarlo a dormir. Funcionó.

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Al día siguiente, cuando Will despertó, eran casi las 8 de la mañana. Hannibal no estaba a su lado, así que asumió que se habría ido a trabajar. Se puso un par de calzoncillos grises y el pantalón de algodón de su pijama y bajo las escaleras. La habitación de Abigail estaba vacía, ella también se habría ido a la escuela.  Los perros lo siguieron hasta la cocina, en la barra había un plato con su desayuno, con una cubierta de metal para mantenerlo caliente, y un vaso de jugo de naranja. Sonrió. Incluso un gesto tan simple lo hacía inmensamente feliz.

Draco jamás le había preparado el desayuno. Draco.  Algo tenía que hacer con Draco. Sabía que hacer, sabía cómo lo haría. Pero no tenía idea de cómo dar el primer paso. Rita le habrá dicho que se mantenga lejos de él, pero no lo hará. Will sabe muy bien que no puede vivir con la vergüenza de haberlo perdido. Necesita ser un héroe, necesita encontrarlo.  Mientras desayunaba se dio cuenta de que en ese extraño juego en que Draco los había metido tendría que esperar su turno. La siguiente movida podría ser la última. Pero dependería de él la última para quien.

Suficient (2nda edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora