II

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[1 agosto 2009]

Me desperté horas más tarde por la luz del sol que entraba por el tragaluz. La maldita ventana seguía abierta y tardé algo en darme cuenta de dónde estaba y por qué tenía tantísimo calor. Me incorporé un poco para frotarme la cara con el puño y buscar algo de beber urgentemente, pero me quedé petrificada al ver un carrete de imágenes volar por mi memoria de pronto.

Me giré de golpe sobresaltada y ahí estaba Harry, durmiendo adorablemente a mi lado, su pecho subiendo y bajando tan despacio que su respiración suave me resultaba extraña después de lo ocurrido la noche anterior. O hacía tan solo unas horas.

Maldije en un susurro y me puse las manos en la frente sin saber qué coño hacer. Gemma estaría preguntándose dónde estaría.

No sabía qué hacer, pero lo que tenía clarísimo era que no quería que se despertase y que yo siguiera en su cama. Me moví de un impulso, agarré la camiseta todavía tirada en el suelo y salí de la habitación lo más sigilosamente que pude.

Por suerte el pasillo estaba vacío y pude escuchar los ruidos habituales de las mañanas en la cocina de abajo. Me acerqué a la puerta de la habitación de Gemma y recé con todas mis fuerzas de que siguiera dormida. Entré en la habitación y sujeté lo más rápido que pude mi ropa y me encerré en el baño de enfrente.

No me lo pensé demasiado, me metí a la ducha y dejé que el agua me aclarara la mente, por mucho que probablemente no sería capaz de sacudirme la sensación tan rara que ese día había invadido mi piel. Me di cuenta de lo que había pasado y quise gritar bajo el agua, pero lo pude reducir en una patada en el suelo de la ducha, mientras apoyaba la frente en la pared.

Bueno, no pasa nada, no se lo tengo que contar a Gemma, es una cosa que ha pasado una vez y que no va a volver a pasar nunca más. Un lío de una noche que todo el mundo ha tenido. No podía engañarme a mí misma de esa manera, tan ruinmente.

Acababa de perder la virginidad con el hermano pequeño de mi mejor amiga. El hermano pequeño. Del que nos burlábamos las dos cruelmente cuando éramos más pequeñas cuando hacía el ridículo con la menor cosa, con el que comía todos los viernes como si fuera familia. Y al mismo tiempo no podía evitar sonrojarme cada vez que mi mente me torturaba con las imágenes de la noche anterior, con sus manos en mi cadera. Joder, me había gustado muchísimo, cómo al final le miraba con los ojos brillantes y él me acariciaba la espalda para ayudarme a quedarme dormida, con su respiración en mi nuca y su brazo cayéndome por la cintura.

No me permití quedarme mucho más tiempo debajo del agua y torturarme con pensamientos que no iban a cambiar nada de lo que había ocurrido. Simplemente tendría que encontrar la forma de contárselo a Gemma sin que me asesinara cruelmente. Eso era todo.

Me vestí rápidamente y entré corriendo de nuevo a la habitación de Gemma, que estaba ya despierta y recostada sobre la cabecera de su cama con el móvil en la mano.

—¿Dónde has estado?

—En la ducha —dije sin que se notara el nerviosismo en mi voz.

Gruñó y volvió a tumbarse en su cama debajo de las mantas. Me reí y me tumbé a su lado.

—¿Resaca?

Asintió con el ceño fruncido, y se incorporó de golpe para levantarse de la cama.

—Vamos a desayunar, tengo un hambre que me muero.

—Yo creo que debería ir yendo a casa... —titubeé, evitando a toda costa tener que compartir mesa con sus padres.

Todavía no tenía ni idea de cómo iba a mirarles a los ojos.

—No, no, no, por favor, Yina, no quiero enfrentarme a mis padres sola.

Yina |s.m|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora