IV

18 4 0
                                    

[2 septiembre 2009]

Las dos semanas siguientes se pasaron en un parpadeo, y a la vez que se me hicieron eternas. Jamás pensé en lo divertido que iba a ser de ahí en adelante, las miradas en las sombras, las sonrisas inapropiadas sobre la mesa, los roces bajo ella, con todas las miradas encima nuestra, pero sin estarlo del todo. Nos escondíamos a plena vista para reír en la clandestinidad de su habitación, y subía por las noches por la tubería de la fachada para colarse en mi ventana.

Sabía desde el principio que era un chico interesante y con muchas historias que contar, y pude verle con el pecho al descubierto a mi lado sobre mi cama, jugando al Scrabble de manera despreocupada como llevábamos haciendo ya años, pero diferente e intimo. Y mil veces mejor.

Era bastante más sencillo de lo que pensé olvidarme del hecho de que estaba acostándome con el hermano de mi mejor amiga; cuando estábamos juntos sólo era Harry, el chico que me gustaba. Cuando se marchaba, sin embargo, es cuando empezaban los remordimientos y los incesantes pensamientos de que estaba haciendo algo horrible.

También, unos pensamientos completamente diferentes, poco a poco reemplazando con pasos aplastantes comenzaron a irrumpir en mi mente, después de un par de días. Incluso había empezado a soñar con cosas con las que antes no, a pensar en él en momentos del día en los que no lo hacía, y cosas de esa calaña. No es que me diera miedo enamorarme, pero comenzar a hacerlo tan pronto me dejó con la guardia baja. Por lo tanto, vino con violencia.

Septiembre acechaba por los rincones y empezó a asomar por el final de la semana. Gemma no se iría hasta dentro de dos semanas a estudiar al sur de Yorksire, y por mucho que sabía que debía habérselo contado ya, no había tenido ni una sola ocasión para hacerlo. Probablemente aquello fuera una mentira y simplemente una excusa que me repetía para no sentirme tan mal, porque de alguna manera tenía que evitar las pesadillas y el sentimiento de remordimiento en el estómago todo el maldito tiempo. Sabía que algún día tenía que contárselo y que ese día tenía que ser pronto, pero no podía hacerlo, no podía llevarme a su casa y decir las palabras en voz alta. Casi deseaba que nos pillase y se cabrease conmigo antes que tener que sentarme con ella y explicárselo yo misma.

Así que, mis deseos se hicieron realidad.

Como todos los días después de comer, quedábamos en la entrada de su casa para ir juntas a patinar por el pueblo y tomarnos unas cervezas en el bar.

Al ver que habían pasado 10 minutos y Gemma todavía no aparecía, decidí ir a llamar al timbre con el ceño algo ceñido. Me sujetó de la mano nada más abrir la puerta sin mirarme a los ojos y me subió a su habitación a rastras sin que yo pudiera hacer algo al respecto.

—¿No íbamos al parque? —dije poniendo la mochila con los patines en el suelo.

Se sentó en la cama y se cruzó de brazos.

Desde el principio, el aura que estaba descargando en el suelo y en las paredes de su habitación me hacían sospechar que algo no iba bien. No me miraba a los ojos, y sólo me había cruzado los brazos una vez antes en mi vida; cuando me enrollé con un chico con el que no llevaba ni dos días chateando. La miré algo extrañada y me acerqué a ella despacio para sentarme a su lado con cuidado. Suspiró y me miró algo vacilante.

—Necesito que me cuentes qué está pasando entre mi hermano y tú —dijo, yendo directa al grano.

Mi estómago dio un vuelco repentino y la miré con los ojos de par en par, sin saber del todo cómo reaccionar.

De alguna manera tuve que habérmelo visto venir y saber que tuvo que haberse olido algo raro. Pensaba que estábamos siendo discretos, pero ¿y nosotros qué cojones sabíamos? Yo, por lo menos, estaba dentro de una burbuja desde la que el exterior estaba completamente distorsionado.

Yina |s.m|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora