Pobre Lauchita, que nombre tan certero le habían puesto en la villa. Chiquito, dientes para afuera, flacucho.
Los 12 años le habían pasado de golpe, desde bebé sufriendo la mierda de tener que soportar a un padre que llegaba siempre borracho y le pegaba a su esposa hasta dejarla desmayada.¡Dale, hija de puta!, gritaba, mientras le tiraba agua fría para despertarla y seguirle pegando.
Y así, entre otras calamidades, el hermanito que estaba por nacer se fue.
Como también sus hermanas mayores cuando él cumplió los 5, cansadas de lo que veían.Chau, nos vamos, dijo Myriam.
Fueron las últimas palabras que escuchó de ellas.Qué vida le había tocado. Desde que comenzó a caminar, lo hacía descalzo por las calles de tierra, clavándose vidrios, latas, clavos mientras trataba de encontrar algo en el basurero municipal.
Sus pesares eran innumerables, como los de tantos miles y miles que habitan el Gran Buenos Aires. Pero, como dijo alguien, lo importante no son las personas, son los votos que representan.
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Lauchita
Proză scurtăUn barrio carenciado. Un adolescente de 12 años sobreviviendo en la marginalidad. Un hombre mayor como su refugio. La muerte acechando.